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El arte del horror

Vivimos en un mundo que niega la brutalidad humana. Durante miles de años, el Hombre se ha visto cobijado por una maldad que, si bien nos cuesta aceptar, es natural en él. No obstante, hay quienes se proclaman inteligentes en tanto logran hacer daño en actos y palabras y se arrepienten, negando de entrada que eso que llaman agudeza es, por encima de todo, malevolencia.

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Nathalia Baena Giraldo
20 de agosto de 2020 - 10:33 p. m.
El escritor británico William Blake fue uno de los exponentes del romanticismo en el siglo XIX.
El escritor británico William Blake fue uno de los exponentes del romanticismo en el siglo XIX.
Foto: Archivo Particular
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La maldad como elemento de la naturaleza humana se presenta de forma clara en la película “La casa de Jack” (2018) de Lars Von Trier, en la que muestra un asesino en serie con un Trastorno Obsesivo Compulsivo por la limpieza y que, además, es un ingeniero que siempre quiso ser arquitecto. En el film, Jack durante doce años lidia con su Toc a través del asesinato, y reta su culpa, liberándose y haciendo su mal cada vez más visible.

Dentro de todo lo que implica nuestra naturaleza y sus opuestos: cuerpo y espíritu, mal y bien, inocencia y conocimiento, ¿es innata la maldad humana? William Blake, poeta y pintor británico, describió en una de sus principales obras Cantos de Inocencia y Experiencia los dos estados totalmente contrarios del alma humana y los representa en dos poemas: El tigre (su fragor, vive para matar) y El cordero (su inocencia, vive para morir).

La ficción de los distintos escenarios que muestra La casa de Jack permite ver las facetas que la sociedad no quiere conocer de sí misma, lo que se esconde detrás de cada uno de nosotros, de lo que no somos conscientes y que, por supuesto, nos destruye. Una de ellas es el temor a la muerte pero, al tiempo, ignoramos que ésta sea quizá la mayor obra de arte. Y es justo allí donde el lenguaje, que es el mismo cuerpo, adquiere vida propia. Para Jacques Lacan, psiquiatra y psicoanalista francés, las palabras y los significantes fragmentan al cuerpo, y entonces comprendemos la importancia del registro de lo simbólico, de la estructura del lenguaje en la constitución del cuerpo y del yo. Es así como Jack, que se obsesiona con crear obras de arte a partir de la muerte, logra aceptar -en lugar de esconder- su naturaleza hasta hundirse por completo en ella.

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Pareciese que, de hecho, Von Trier revela una verdad, y es que, en toda figura humana y creativa, hay una vertiente sádica y psicópata, igual que en todo asesino hay un apartado de ambición artística y creativa. Tal vez así podamos explicar -mas no justificar- la brutalidad de la condición humana, del sistema, de los dirigentes, de ciertos actos y, por qué no, de las relaciones personales.

En ambos poemas de Blake no se sabe si al Tigre y al Cordero los creó el mismo Dios. “(…) ¿El mismo que te creó a ti, creó al cordero? / ¡Tigre! ¡Tigre! ardor brillante / de los bosques de la noche, / ¿qué mano o qué ojo inmortal / osó idear tu tremenda simetría?”. No podrían ser creaciones separadas y, en ese sentido, cabe preguntarnos cuál somos: ¿el tigre?, ¿el cordero?, ¿serlo es una elección?, ¿podemos ser ambos al mismo tiempo y ser conscientes de ello?

De lo que sí hay certeza es que son las circunstancias biológicas, sociales y culturales las que nos hacen ser tigres o corderos en el mundo: no hay otra mejor forma de contemplar nuestra naturaleza que a través del arte.

Por Nathalia Baena Giraldo

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