El domingo pasado, el concierto de aniversario de la Orquesta Filarmónica de Medellín estuvo a cargo del maestro Andrés Orozco-Estrada.
Un hombre con una trayectoria extensa que, al ser consultada, marea. Es variada y llena de reconocimientos y nombres de orquestas que son líderes a nivel mundial. Los datos de su recorrido profesional por el mundo están recopilados en numerosas páginas de internet y medios de comunicación que han reseñado su trabajo. Los detalles de sus inicios, las razones y las circunstancias que lo llevaron a ser uno de los directores más importantes del mundo, son más bien escasos.
Recursividad e ingenio
Los radios. En una casa ubicada en el barrio Manrique, de Medellín, el aparato que usaba la señora Nora Estrada para escuchar alguna emisora, comenzó a fallar. Necesitaba de una antena que facilitara la recepción de señal, pero curiosamente, la parte había sido separada del resto de la máquina. Un misterio. Minutos más tarde, se encontró con un pequeño e inquieto niño de menos de cinco años que necesitaba dirigir una orquesta en la sala de su casa. A falta de batuta, Andrés Orozco jugaba a ser Igor Stravinsky con la antena de la radio.
Simpatía y primeros desafíos
La clase de historia de la música no era precisamente la más dinámica y divertida, pero sí vital en su formación. Los estudiantes veían los videos de grandes directores de orquesta para aprender de sus movimientos, gestos, tiempos, e incluso, de sus maneras de comunicarse con los músicos. Los oídos y los ojos se necesitaban bien abiertos. Orozco-Estrada, de nuevo interpretando el papel de director, imitaba las formas de aquellos maestros. Los vidrios del salón retumbaban de música y risas. El profesor perdió la paciencia y le dijo que cómo ya tenía bastante experiencia dirigiendo, lo hiciera al otro día, aplicando su experticia en el ensamble de orquesta de cámara. Si le quiso dar un susto al necio adolescente, no lo logró. Pero si intentó empujarlo hacia un destino inminente, tuvo que sentir una gran satisfacción. Orozco-Estrada no solo dirigió ese día la orquesta, sino que demostró que podía continuar para terminar dirigiendo el concierto del semestre. Tenía catorce años.
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Todo se inició como un juego
Los niños de su generación eran astronautas, bomberos o médicos. Orozco era director de orquesta. Su madre, Nora Estrada, lo notó desde la primera vez que descubrió la fascinación con la que él se conectaba con la música y no dudó en potenciarlo. Así fue como llegó al Instituto Musical Diego Echavarría, un lugar que soñaba con formar los grandes músicos que llenarían el déficit de artistas profesionales, pero, sobre todo, un espacio que anhelaba servirle a la ciudad graduando seres humanos integrales.
Inés Giraldo, directora del colegio, conoció al niño de cuatro años, que indudablemente llegaba con parte del programa incluido. Se apasionaba y el espíritu no le cabía en el cuerpo. Hacía preguntas, era divertido y a pesar de ser tranquilo y no llamar la atención adrede, se ganaba la vigilancia curiosa de los que lo rodeaban. Las fibras que le vibraban a diario por el violín o la dirección de orquesta lo hacían destacarse y mostrar que él era un diamante. Una joya que afortunadamente el colegio y la maestra, Cecilia Espinosa, pulieron con esmero.
La música, en el Diego Echavarría, no es un agregado, ni una electiva que, si se quiere, pueden reforzar. Es el insumo más importante. Los estudiantes se gradúan con dos bachilleratos, el académico y el musical, lo que indica que cuando salen de la institución están capacitados para presentar una audición musical de rigor a nivel nacional e internacional. “Los niños se reciben desde los tres años y en el camino se descubre el talento. Algunos tienen competencias más desarrolladas y otros con trabajo logran diferentes niveles”, dice la directora. Las catorce horas semanales que recibió Orozco-Estrada durante toda su formación fueron vitales para la continuación de un camino atestado de riesgos y logros.
Natalia Montes fue su compañera en el instituto. Recuerda su liderazgo delicado y cordial. Lo veía como un hermano mayor que sin ser impositivo, marcaba la pauta de lo que los demás querían lograr. “No era muy vistoso. Iba despacio. El que era el concertino era mucho más llamativo. Andrés era muy bueno, pero no hacía mucho escándalo. Se iba saliendo con la suya por debajo. Calladito”.
La mujer orquesta
En el Diego Echavarría, “la finca que se llama colegio”, como lo definió uno de sus niños, las jornadas se desarrollaban y desarrollan en una casa en medio de las montañas, árboles y melodías. A la maestra Cecilia Espinosa la esperaron durante un año para contratarla en el colegio. En el colegio se desempeñó como profesora de coro, lectura musical, armonía y contrapunto. Una mujer rigurosa que ha desayunado, almorzado y cenado música cada día de su vida. La maestra, sin demorarse, percibió la pasión del niño, que no paraba de preguntar y se lanzaba como un halcón hambriento al violín y la batuta. Lo atendió y Andrés Orozco-Estrada recibió, durante toda su primaria y bachillerato, el contenido intelectual y humano de una profesional inmensamente disciplinada. La mujer orquesta de la que Andrés Orozco-Estrada se bebió hasta la última gota que ella misma generosamente le ofreció.
Llamado a dirigir
Creer en la idea del destino escrito y las maniobras de la vida para llevarnos a cumplir nuestra misión en el mundo, resulta atractivo y encantador. La fantasía de conocer los pasos y casualidades que han llevado al maestro a su exitoso presente es fascinante. Hay emoción y hasta se sienten propios sus triunfos. Uno de esos afortunados y oportunos sucesos fue el que ocurrió en el concierto nacional que organizó la organización Batuta en 1991. Orquestas de todo el país fueron convocadas a tocar en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Hubo ensayos extenuantes para ir al lanzamiento de Batuta. Cecilia Espinosa era la directora de la orquesta que representaba a Antioquia. Un día antes del gran evento, la maestra se indispuso y fue casi que obligada a permanecer en una clínica en Bogotá. Su obstinación y compromiso eran invencibles, pero esa vez tuvo que ceder. No se dudó de quién podía ser el reemplazo. Ese día, Orozco tuvo su primer gran encuentro con el público y el resto de su vida.
De Bogotá a la cima
Orozco se graduó del Diego Echavarría en 1994. Fue parte de la segunda promoción del colegio. Llegó a Bogotá con algunos compañeros del instituto y después de estudiar dos años en la Universidad Javeriana, resolvió que tenía que formarse en Viena. También viajó acompañado. Dentro de ese grupo de soñadores fue Carlos Federico Sepúlveda, actualmente doctor en música antigua, quien también se posicionó como una de las figuras musicales más importantes del país, pero más discretas debido a su enfoque. Osado y convencido de lo que quería hacer el resto de su vida, Orozco aprendió alemán en aproximadamente seis meses y presentó el examen para entrar a la Universidad de Música y Arte Dramático de Viena, de la que se graduaron Gustav Mahler y Claudio Abbado. Una prueba inclemente, la cual no resultó siendo un obstáculo. Con ayuda de la directora Cecilia Espinosa, ensayó incansablemente y se arrojó. Pasó. Andrés Orozco fue y es imparable.
La entrada al universo de Richard Wagner, Félix Mendelssohn, Franz Schubert y los muchos otros y complejos compositores que quería explorar, fue ineludible. La distancia la fue acortando con habilidad y astucia.
Sagaz estratega musical
La inteligencia emocional es su clave. Por supuesto que la técnica, habilidades musicales y la memorización de las obras suman, pero su habilidad interpersonal ha sido vital para llegar a dar los resultados que ahora conocemos. Inés Giraldo lo ha cuestionado sobre qué es lo que hace al llegar a conocer una orquesta, “hemos hablado y me dice que lo inmediato es darse cuenta de cómo funciona el equipo con el que va trabajar, ¿cómo están las relaciones?, ¿quiénes son los líderes?, ¿cuál el que más influye?”. Orozco busca la manera de convocarlos y seducirlos, hasta que cada músico termina siguiéndolo.
El milagro de Viena
Así lo llamaron después de reemplazar al director de la orquesta y sacar de la Cuarta Sinfonía de Bruckner sensaciones que levantaron a todo un auditorio emocionado. Este hombre se convierte en el aliado de su equipo y no impone. Hace alianzas. Escucha y guía para convertirse en parte de un concierto que hace junto a una orquesta que lo sigue, le atiende y lo admira. Reconocido a nivel mundial en posiciones de altísimos niveles como director titular de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Fráncfort y director musical de la Houston Symphony. Invitado a orquestas que son referentes a nivel internacional como la Filarmónica de Viena, la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma o la Orquesta Nacional de Francia.
Un comunicador con buen sentido del humor y una carga de magia que le abren las puertas en cada país en que pretende entrar. Obsesivo por la música, domina magistralmente el instrumento más complejo: la orquesta. El conjunto de saberes, pericias y voluntades a las que se enfrenta con la intención de reproducir obras de arte. El resultado de un trabajo minucioso de alguien que ahora será el director titular de la Orquesta Sinfónica de Viena, y que, sin duda, será uno de los personajes más representativos de nuestra historia. El hombre que demuestra que la voluntad y el continuo sudor que resulta de la prioridad del enfoque y el trabajo, no son dádivas que la vida, Dios o la fortuna les regalan a unos cuantos. Solo la determinación es la que finalmente alcanza los anhelos.
El concierto del pasado domingo 29 de abril, convocó a personas de todos los estratos y edades de Medellín. Con el Teatro Metropolitano sin una sola silla vacía, Andres Orozco-Estrada dio un discurso que no pudo culminar. La emoción y nostalgia que le produjeron volver a su ciudad a tocar en la Orquesta Filarmonica de Medellín, uno de los lugares en los que se inició como Director de orquesta, lo condujeron inevitablemente a las lágrimas. El público, sin excepción, se levantó y celebró su intervención con una ola de aplausos que se prolongó por varios minutos. Por su parte, el Alcalde de Medellín, Federico Gutierrez, lo condecoró con una medalla de oro con la que le reconoció su aporte a la buena imagen de la cuidad y el país. Señaló que el maestro Orozco es un motivo de orgullo e inspiración para el territorio. Sin duda lo es. El antioqueño que comenzó con una antena de radio como batuta, ahora demuestra que en Medellín y Colombia, nacen personas y profesionales con calidades humanas y profesionales altas y trascendentales para una sociedad que pide a gritos que el arte y la cultura sean una prioridad.