“Menos mal que aquí ya no sufrimos por guerras”, dijo una estudiante de administración de empresas en medio de un almuerzo con sus compañeros. Lo dijo porque alguien había mencionado a Siria. Lo dijo también porque había sostenido muchas veces que prefería no leer periódicos para no deprimirse, y que de las noticias no sabía mucho. Lo dijo el día en el que los titulares anunciaban que a Dimar Torres lo habían matado unos soldados en Norte de Santander.
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Pasa en Colombia y en el resto del mundo. La indiferencia no es exclusiva y la comodidad de la condición humana se propaga como una plaga. Como si la empatía solo se pronunciara cuando las bombas estallan cerca, las reacciones y acciones de los que no están en medio de un conflicto son leves y a veces inexistentes. Por fortuna hay excepciones: Katherin Gun, una traductora que trabajaba en la Agencia de Inteligencia del Reino Unido (GCHQ) recibió en su bandeja de entrada la posibilidad de evitar una guerra. La oportunidad que le llegó al mail no quedó en su correo y salió de la institución impresa y escondida por ella, que se llevó la prueba de que Estados Unidos le estaba pidiendo ayuda al Reino Unido para que espiara a las delegaciones de seis países miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (ONU). ¿La razón? querían que apoyaran la guerra y lo planeaban lograr recolectando información que comprometiera a los delegados para forzarlos a que dieran luz verde para una invasión que justificarían con la excusa de que en ese país había armas nucleares escondidas.
Gun, que tenía 28 años y se había convencido de que ser invisible sería la forma con la que se protegería de la atención excesiva, era tímida y reservada. Tenía una vida tranquila y hasta un poco resignada, ya que el trabajo que desempeñaba en la GCHQ lo había tomado porque no había conseguido ubicarse como linguista. Durante su plana cotidianidad le llegó una bomba que decidió hacer estallar. Imprimió el correo y se lo envió a un contacto que podía acceder a la prensa con facilidad. Después de varios días de espera, la información se publicó y ella solo pudo mantener su silencio durante dos días. Se confesó, pasó un día retenida y luego salió a defenderse de una cárcel que parecía inminente, ya que lo que había hecho la convertía en una traidora.
“Secretos de Estado”, la película que recrea esta historia, es un ejemplo más de los muchos que el arte nos ha narrado para volver a indignarnos. La historia de Gunn tuvo un buen desenlace para ella, ya que la Fiscalía de la Corona decidió no continuar con el proceso que pudo llevarla a prisión, pero no para Irak y los soldados que allí combatieron. La invasión se llevó a cabo y las armas nunca aparecieron.
El filme de Gavin Hood, también director de “Enemigo invisible” y “Tsotsi”, que se estrenó el pasado 25 de octubre de 2019 y está actualmente en cartelera, lo protagoniza Keira Knightley, quien se ha empeñado en interpretar papeles de mujeres que se han atrevido a desafiar las imposiciones. Su reciente protagónico en “Colette”, la autora de “Claudine en la escuela” y “Chéri”, que por años escribió los libros que se publicaban con la firma de su esposo, y que después, con una fuerza descomunal, se levantó en contra de su plagiador y la mojigatería de los parisinos, ha sido solo uno de los trabajos en los que ha interpretado a las mujeres que han timoneado a favor de su libertad y la de sus pueblos.
Cuando Knightley supo del caso de Gun tenía 18 años y rodaba la película “Piratas del Caribe”. Según ella, fue la primera vez en la que sintió que además de ser actriz, tenía que ser activista. Que además de interpretar otras vidas, podía aportarle algo al mundo con la suya, así solo fuera por medio de una manifestación callejera en contra de una guerra impulsada por intereses políticos y, sobre todo, económicos. Protagonizar esta historia fue su reivindicación: durante esos días no marchó, pero su interpretación habla del compromiso con el que asumió está historia que demostró que aún hay quienes lo arriesgarían todo por vidas ajenas.
Knightley recreó los días en los que Gun se sentaba horas frente al televisor a seguir las declaraciones del Primer ministro de Inglaterra,Tony Blair, y el presidente de Estados Unidos, George Bush, quienes repetían, con el descaro propio de los políticos, que debían invadir para protegerse de las armas escondidas en Irak, una tierra en la que nunca se encontró nada, pero que sí tuvo que ver caer los cuerpos de una matanza ordenada detrás de los escritorios de la Casa Blanca y del despacho de Downing Street.
Cuando el correo que envió alguien llamado Frank Koza llegó a la redacción de The Observer, periódico británico, tardaron unos meses en decidir si se publicaba o no: la historia, que era necesaria e importante, no coincidía con la posición del periódico, que abiertamente apoyaba la guerra. Tampoco era prudente: tener ese documento era ilegal y publicarlo, en caso de que fuese falso, sería un error que no se podían permitir. Además, en caso de que no lo fuera, el gobierno británico podría reaccionar y esa podría ser la última investigación del periódico. Publicar o no publicar. La dicotomía los tenía ansiosos y el miedo se impuso más de una vez. Finalmente, unos días después, el correo que provenía de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos ocupó la primera página del periódico.
Más allá de conocer la historia, que está más que registrada por los medios del mundo, el valor de “Secretos de Estado” está en la cercanía con la que narran las tensiones de una redacción que buscaba hacer periodismo en medio de las presiones y los intereses de los dueños del mundo. Recrean la presión con la que tuvo que vivir Gun desde el momento en el que leyó un correo que la hacía responsable de miles de vidas que se perderían si no hablaba. Ella desoyó los consejos de su familia, que después de saber que había entregado la información intentaron convencerla de no confesar que había sido la "traidora". La película, en la que también actúan Matt Smith, Ralph Fiennes y Matthew Goode, expuso información que nunca resultó densa ni incomprensible. Más bien suscitó preguntas como ¿Qué es la seguridad nacional y a quién protege? Si los ciudadanos, en este caso el pueblo británico, no podían conocer las trampas con las que los querían llevar a la guerra, ¿a quién se estaba protegiendo? ¿A quién hubiese traicionado Gun si no hubiese revelado la información?
Finalmente, Gun no fue encarcelada y su juicio se resolvió con una retirada del gobierno, que prefirió no acusar a la mujer que representaba el sentir de todo un país que repudiaba la idea de una guerra. En esta película se recrea la vez en la que el gobierno británico se sumó a los engaños en los que, para los dirigentes, la vida de su pueblo no importa.