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El cerebro detrás de la inquisición: Tomás de Torquemada

El 16 de septiembre de 1498 murió, retirado en un convento de Ávila, el gran inquisidor Tomás de Torquemada. Su legado conlleva una sombra de represión e intolerancia que traspasó las fronteras españolas, pero también es la historia de un hombre cuya vida ha sido observada a través de un único lente.

Andrea Jaramillo Caro
18 de septiembre de 2021 - 12:02 a. m.
El gran inquisidor fue enterrado en el convento que fundó, hoy en día se desconoce el paradero de sus restos.
El gran inquisidor fue enterrado en el convento que fundó, hoy en día se desconoce el paradero de sus restos.
Foto: Wikimedia

El 31 de marzo de 1492 marcó un momento crucial para la historia de España y los judíos que vivían allí. Ese día los reyes católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, emitieron un decreto en el que se expulsaba del reino de Castilla y Aragón a las personas que profesaran esta religión.

En el centro de este decreto se encuentra el nombre de Tomás de Torquemada. El fray fue el autor del proyecto que impulsaron los monarcas al igual que declarado inquisidor general de la Inquisición Española, en 1478 para Castilla y 1483 para Aragón.

De su estilo de vida se conoce que era austero y no aspiraba a grandes títulos o poder. “Nunca quiso ningún título ni ningún cargo”, resaltó fray Juan de la Cruz en una crónica sobre Torquemada que publicó en 1567. Sin embargo, su imagen se convirtió en una leyenda negra debido a las acciones que tomó contra las comunidades judías y los considerados herejes en su momento. Su rol lo convirtió en enemigo de muchos y su vida, durante años, terminó en el olvido.

La vida de este personaje comenzó de manera muy diferente a la que practicó durante su adultez. El religioso de ascendencia judía nació en 1420 en el seno de una familia noble, se estima que en Valladolid. Era sobrino del cardenal y teólogo dominico Juan de Torquemada, confesor del rey Juan II de Castilla, siguió los pasos de su tío y se ordenó como fraile dominico en San Pablo de Valladolid.

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La Real Academia de Historia de España indica que “demostró talento, se entregó con tesón ‘a la observancia’ y a la Teología. Devoto y discípulo de la Summa theologiae del Aquinas y devoto y discípulo de la Summa de Ecclesia de su tío, fue profesor en San Pablo y en Piedrahita, roca fuerte de los observantes, y prior de Santa Cruz de Segovia”.

De Torquemada ganó relevancia en la corte de la futura reina Isabel luego de que ella lo nombrara su confesor y consejero. La relación del fray con la realeza española comenzó a través del tesorero de los Reyes Católicos, Hernán Núñez Arnalte, y así Torquemada ascendió en popularidad ante la nobleza española. Dada la confianza que el rey y la reina depositaron en él, pidieron al papa Sixto IV que lo incluyera dentro del selecto grupo de confesores reales en 1478, cargo que ocupó antes de convertirse en inquisidor general.

Ese mismo año el dominico sevillano Alonso de Ojeda comentó a la reina Isabel I sobre unas prácticas judías realizadas por ciudadanos conversos en Andalucía, la afirmación fue confirmada por Torquemada y el arzobispo de Sevilla, Pedro González de Mendoza. Esto impulsó a los monarcas a tomar la decisión de acabar con los falsos conversos. Con aprobación papal se instauró la inquisición en Castilla el 1 de noviembre de 1478 y cinco años después Aragón, ambas instituciones bajo la supervisión de Torquemada.

Según Josep Gavaldá, en un artículo de 2019 para National Geographic, “su elección para tan influyente cargo recayó en él por ser considerado capaz de poner en marcha un tribunal organizado bajo las premisas marcadas por la monarquía, en el que estaba llamado a desempeñar un papel relevante al ser él mismo un ferviente partidario de medidas de fuerza contra los herejes”.

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Desde entonces y hasta su muerte en 1498 Torquemada estuvo a cargo del Tribunal del Santo Oficio. Este tribunal estuvo activo hasta su abolición definitiva en 1834 por María Cristina de Borbón. Las cifras con respecto a cuantas personas murieron por la inquisición son muy debatidas: un artículo de David Barreira para El Español menciona que “el sacerdote Juan Antonio Llorente, secretario del Santo Oficio entre 1789 y 1791, en su Historia crítica de la Inquisición de España ofreció unas cifras probablemente exageradas sobre las víctimas del tribunal religioso: 31.912 personas quemadas vivas y 17.659 en efigie. Especialistas en el tema como el hispanista Henry Kamen apuntan que el número total de ejecutados durante los tres siglos de autos de fe fue de un máximo de 3.000. Eso sí, siendo el periodo comprendido hasta 1530 el más sangriento”. Otra versión, la de José Manuel Fajardo para la revista de El Mundo en 1998, cuenta que “durante los 18 años primeros costó la vida a 2.000 personas que fueron quemadas en la hoguera (según las cifras más moderadas) y otras 25.000 fueron procesadas”.

A pesar de ser una figura reconocida en España y de haber tenido un gran poder e influencia, al hablar de su estilo de vida la Real Academia de Historia de España afirma que “la vida personal de fray Tomás de Torquemada fue, según los antiguos cronistas, la de un religioso austero y severo, y aún sus críticos modernos no dejan de admirar que rechazase el arzobispado de Sevilla con que los Reyes quisieron premiar sus servicios”.

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La vida pública del fray terminó con su retiro en 1496 al convento Santo Tomás de Ávila, el cual fundó en su tierra natal, luego de caer enfermo en 1494 cuando necesitó la ayuda de cuatro obispos para continuar con sus labores. Torquemada, a pesar de su enfermedad, no se apartó de su cargo y posterior a su muerte el 16 de septiembre de 1498 lo sucedió fray Diego de Deza.

Su imagen fue, durante un tiempo, la de un verdadero hombre de Dios, incorruptible y austero. Sin embargo, la reputación del gran inquisidor comenzó a decaer durante el siglo XVIII con influencia de Francia: hoy se le recuerda como uno de los cerebros detrás de una institución que causó mucho daño.

En la actualidad se intenta rescatar la historia de este personaje y mirar más allá de sus acciones para indagar en su contexto, como lo ha hecho el escritor Iván Vélez. En su libro ‘Torquemada el gran inquisidor’, publicado en 2020, Vélez se enfoca en explicar su historia desde un ángulo diferente e ir más allá de la obra del fray domenico para explorar las razones y el ambiente de la época. En una entrevista para El Español, Vélez afirmó que “la gran mentira que le persigue es que la Inquisición fue un capricho sádico de un señor con faldas. Es un error pensar que un hombre de la Iglesia es un sádico”.

Andrea Jaramillo Caro

Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com

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DORA(2370)18 de septiembre de 2021 - 07:19 p. m.
¿Qué podemos pensar de un hombre de iglesia que mandó a quemar vivas a muchas personas? ¿Que era un santo?. Pues no, era un sádico asesino, genocida.
Blanca(66976)18 de septiembre de 2021 - 04:07 p. m.
Detrás de este miserable ser estaba la iglesia católica, hincando sus colmillos sobre la población
Usuario(76598)18 de septiembre de 2021 - 02:25 p. m.
Pensar en Torquemada como "un verdadero hombre de Dios, incorruptible y austero" es absurdo. Jamás mostró arrepentimiento, ni piedad hacia sus víctimas, ni empatía hacia el dolor humano y se mantuvo atornillado en el poder hasta el final. Aunque perteneciente a los dominicos nada que ver con el Dios de amor del cristianismo.
Eugenio(80281)18 de septiembre de 2021 - 11:22 a. m.
Torquemada y el aparato de la Inquisición al que dio origen fueron calumniados y no quemaron vivas en la hoguera 31.912 personas sino un máximo de 3.000. Qué buena noticia. Y yo que pensaba que quemar viva a una sola persona debido a sus creencias estaba mal hecho.
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