El Chango Spasiuk o el Piazzolla del chamamé

El compositor y acordeonista argentino se presentó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, ampliando la visión y el oído de los asistentes que creían que la Argentina, País Invitado de Honor a la FILBO 2018, solo sonaba a tango.

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Marcelo Páez
02 de mayo de 2018 - 08:43 p. m.
Imagen del compositor y acordeonista Horacio Eugenio Spasiuk, una de las figuras más reconocidas del chamamé.  / Cortesía Embajada Argentina
Imagen del compositor y acordeonista Horacio Eugenio Spasiuk, una de las figuras más reconocidas del chamamé. / Cortesía Embajada Argentina
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Cuando alguien quiere pensar en Argentina, es normal que la primera imagen que le venga a la mente sea la de Buenos Aires. El acento porteño, que compartimos con los montevideanos; la literatura de Borges, Cortázar o Pizarnik, la majestuosa arquitectura -tan europea, dicen-, el rock de Soda Stéreo o Charly García hacen confundir, por metonimia, por omnipresencia de su cultura, al porteño con todos los argentinos. El tango y su sonido característico de bandoneón desvía la atención sobre otras músicas del país, tan variadas y de tan diversa instrumentación. Haría falta recorrerlo para oir cajas, bombos, zampoñas, arpas, percusiones de toda especie y descubrir zambas, chacareras, vidalas, malambos, coplas…

Uno de estos ritmos, tan difundidos en Argentina como desconocidos fuera de ella, es el chamamé. Cadencioso y melancólico o enérgico y bailable, el chamamé es un primo lejano de la polca que llegó al país con la inmigración de fines del siglo XIX, de aquellos polacos, rusos y europeos del Este que trajeron su tristeza por el desarraigo y su instrumento, el acordeón. Si el bandoneón se quedó en Buenos Aires y, fusionado con ritmos africanos y de los antiguos habitantes de la Pampa, le dio origen al tango y la milonga, el acordeón siguió subiendo río arriba por el Paraná y se asentó en el litoral, en la Mesopotamia que se forma con el río Uruguay, frontera natural con ese país, donde se hizo popular, especialmente a mediados del siglo pasado. 

El chamamé, patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO, además, integra, mejor que cualquier otro ritmo, el español con el guaraní. Su etimología refiere a la sombra de los árboles, a la enramada, donde solía bailarse, a la hora de la siesta, a resguardo del fuerte sol litoraleño. Los recitados sobre su música, su origen chamánico, asocia, históricamente, a los dioses en un rito festivo y alegre, que renueva los valores culturales de las sociedades guaraníes.

Horacio Eugenio Spasiuk, nacido en Apóstoles, provincia de Misiones, y conocido mundialmente como “el Chango”, es uno de los instrumentistas más destacados de este género y quien más ha hecho por renovarlo y difundirlo, toca el acordeón desde los doce años, cuando acompañaba las fiestas de bautismo, cumpleaños y casamientos de su pueblo. La influencia de clásicos como El toro Kilómetro 111, y de otras músicas de su tierra, música sacra, chamarritas y polcas, avivaron su virtuosismo para convertirlo en un compositor versátil y exquisito.

Spasiuk fue nominado a los Grammys latinos al mejor disco folclórico, fue ganador de los premios Carlos Gardel y ha recibido numerosos premios en el exterior como un referente mundial del acordeón. Todos los grandes de la música argentina han tocado con él, desde Mercedes Sosa a Antonio Ríos. Como hiciera Violeta Parra con la cueca en Chile, el Chango, en su programa de televisión recorre los pueblos del noreste argentino y el Paraguay, recogiendo melodías antiguas y compositores de diversas etnias. 

El show que dio el Chango en la FILBo, fue precisamente el primero de mayo, día mundial del trabajador, lo que puede ser solo un día festivo para muchos colombianos, para un argentino de provincia es todo una fecha de reivindicación del pueblo, de lo popular. Al final del evento, las personas no  salieron con tono trascendental ni melancólico como si hubieran oído un concierto de tango, sino casi zapateando y en actitud alegrona, pues el chamamé suena como a una polca latinoamericana. Para ser más claros, salieron como con ganas de bailar este ritmo a saltitos, que sin mentir ni pretender adaptarlo a la fuerza, se baila como uno de los ritmos más populares de Colombia: la carranga boyacense.

Por Marcelo Páez

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