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El científico de la Independencia

Se recobra la vida y obra de Enrique Umaña Barragán, personaje clave de la historia nacional.

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Redacción Cultura
07 de agosto de 2014 - 04:08 a. m.
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Desde mediados del siglo XVIII hasta la Primera República en 1810, Santa Fe de Bogotá y la sabana que la circunda vivieron un auge económico y social con los que dejó atrás sus tiempos de aldea y comenzó a configurar su fisonomía de ciudad. En esta dinámica vivió y proyectó su obra uno de los personajes notables de la época y al mismo tiempo patriarca de una familia arraigada en la historia y el devenir de la capital colombiana: el abogado, científico, juez, alcalde y corregidor Enrique Umaña Barragán.

Nacido en la estancia de Bojacá en 1771, estudiante del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Umaña Barragán fue uno de los integrantes del Arcano Sublime de la Filantropía, tertulia santafereña que sirvió como plataforma de Antonio Nariño para fomentar sus ideas independentistas. Por eso, a los 24 años, Umaña sufrió la misma suerte del precursor y fue confinado a los calabozos de Cádiz (España). Pero su protagonismo histórico fue mas allá de este episodio transcendental.

Acaba de recobrarlo el profesor e investigador de la Universidad Nacional José Antonio Amaya, quien, apelando a la documentación de los descendientes directos del ilustre personaje y archivos públicos y privados en Colombia, España y Francia, escribió el libro Enrique Umaña Barragán, ciencia y política en la Nueva Granada. Basado en certificaciones de estudio, pasaportes, testamentos y otras piezas conservadas durante dos siglos, la obra constituye un testimonio clave para recobrar a un protagonista no muy mencionado en los recuentos históricos.

El catedrático Amaya va más allá de la semblanza personal de Enrique Umaña. Su rastreo llega hasta los tiempos del abuelo materno, Juan Agustín de Umaña Gutiérrez, quien a mediados del Siglo de las Luces, después de vivir en su natal Tunja, se radicó en la sabana de Bogotá en una época en que los grandes comerciantes incubaron sus fortunas. Desde una casa de dos pisos situada en la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves, los Umaña emprendieron su asentamiento en la capital y su próspero entorno geográfico.

La historia cuenta que el patrimonio de la familia se fue extendiendo hasta la compra de la hacienda Tequendama, en el actual municipio de Soacha, y la estancia de Bojacá, donde nació Enrique Umaña, primogénito de Ignacio Umaña e Isabel Barragán, perteneciente a una familia con varias generaciones en Cajicá y Zipaquirá. De esta manera, cuando Enrique Umaña nació, el pecunio de su familia ya era apreciable. Por eso fue “capista”, como se llamaba en la época a los estudiantes que podían pagar su educación.

A los 13 años ingresó al Colegio de Nuestra Señora del Rosario y permaneció allí diez años. En 1792, cuando tenía 21, enterró la vocación sacerdotal, optó por el derecho e ingresó a la tertulia de Antonio Nariño. Un año después, cuando el propietario de la Imprenta Patriótica difundió la Declaración de los Derechos del Hombre, Enrique Umaña Barragán, a punto de cumplir 24 años, lo mismo que su mentor Nariño, fue a parar a un “espeso, estrecho y penoso calabozo” en la cárcel de Cádiz.

Pero ese no fue su momento estelar. En 1799, después de cinco años de presidio, el Consejo de Indias declaró concluida su causa y le devolvió su libertad. Entonces emprendió estudios de mineralogía que le permitieron educarse en España y Francia, antes de hacer parte del proyecto de reorganización de la Expedición Botánica, bajo la orientación del también precursor de la independencia, Francisco Antonio Zea. La obra de José Celestino Mutis tuvo un segundo aire y Enrique Umaña fue uno de sus principales gestores.

En 1802 regresó a la Nueva Granada con una colección de libros que impresionó en los círculos ilustrados locales. Desde entonces combinó con éxito su condición de científico con la de próspero hacendado. Si Mutis dejó el inventario de la flora en estas tierras, Jorge Tadeo Lozano el de la fauna y Francisco José de Caldas el de la cartografía, Enrique Umaña demostró que la región era un reino de vocación minera. Fue corregidor de Zipaquirá, intendente, alcalde, abogado de causas nobles y amigo de la libertad.

Cuando el libertador Simón Bolívar emprendió su Campaña Admirable, Enrique Umaña y su familia lo rodearon de auxilios y favores, sin desatender sus compromisos como científico y hacendado. Murió en 1854 en Tequendama, la antigua propiedad de su familia, en predios anexos a lo que hoy se conoce como el salto de Tequendama. Sus descendientes conservaron sus libros de cuentas, sus cuadernos de efemérides familiares y otros tantos documentos que hoy recobran vigencia para la historia nacional y bogotana.

Con la colaboración del vicepresidente comercial del Canal Caracol, Mauricio Umaña Blanche, descendiente directo del promotor de la mineralogía en Colombia, a buena hora aparece el ensayo del catedrático José Antonio Amaya que recobra la dimensión histórica de un hombre que vivió 80 años dedicado al conocimiento, como lo acreditan sus estudios de teología, derecho civil y derecho canónico, pero sobre todo por sus aportes al conocimiento de las riquezas de un país que tuvo en él a un naturalista de corazón revolucionario.

Por Redacción Cultura

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