/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/elespectador/FOMK7BXDFZHCLDTQUB5DKR7ZIM.jpg)
Navegar por la cabeza de un asesino es emprender un viaje siniestro que no todos se arriesgan a hacer, sobre todo cuando la crudeza es la primera arma contra la que se debe combatir. Viajar acompañado del “villano” implica estar dispuesto a abrir la mente para no juzgar y más bien escuchar. Porque lo primero aniquila lo segundo. No se puede escuchar cuando se invalida al otro. Cuando creemos que los demás nada tienen que decir porque todo nos lo han dicho, aunque no hayan pronunciado ni siquiera una sola palabra. Las palabras sobran porque con las interpretaciones bastan. Pero no somos el otro y su mente no es la nuestra; así creamos lo contrario. No se trata de justificar al que mata, ni mucho menos, se trata de salir un momento de nosotros mismos para llenarnos de argumentos y no solo de especulaciones. Un viaje que puede hacerse en compañía de aquel cuento que en pocas páginas nos introduce en la mente de un homicida: El corazón delator, de Edgar Allan Poe.
Le invitamos a leer: Raúl Zurita: Un cielo sin Dios y una Estrella distante
/s3.amazonaws.com/arc-authors/elespectador/09f23c29-006f-4e7a-8052-540a05f81398.png)