El Magazín Cultural

El creador

Uno de los textos de Transeúnte, revista que promueve proyectos culturales y publica contenido con respecto al papel del arte en nuestra sociedad. Serán ocho entregas inspiradas en una entrevista a Raúl Gómez Jattin, donde parafraseaba a Pessoa para decir que los artistas eran dioses.

Luis Alberto Becerra
06 de febrero de 2023 - 07:18 p. m.
Imagen de referencia.
Imagen de referencia.
Foto: Archivo Particular

Un lápiz, un buril, una pluma, un pincel y detrás una mano, un brazo que asume con su delicada fuerza aquel objeto que lo lleva a ser un dios, un creador que se enfrenta consigo mismo intentando, en medio del silencio y de los ruidos, dejar sus demonios abandonados mientras rondan su cabeza en un baile que se vuelve gigantesco, innominable, perverso, lleno de ilusiones y deseos.

Ejercicio personal, individual y casi único que se apropia del artista, lo persigue, lo atormenta, lo tortura, lo lleva a decir estupideces, a maldecir a cada instante, los miedos imaginarios y presentes lo rondan y danzan en su nombre, celebran su fracaso, mientras él se esfuerza por encontrar el camino en medio de las púas y los alambres que lo mantienen encerrado.

Embriagado en medio de los sueños, los días y los tiempos se bebe hasta el agua del florero, sus pensamientos lo persiguen, lo torturan, lo golpean con tal fuerza que lo hacen permanecer en el insomnio y con los ojos cerrados para no despertar sospechas de quienes lo rodean, allí la noche no existe por más oscuro que esté, las horas pasan tan lentas que los ruidos de las manecillas del reloj se sienten caminar, pesadas y dueñas del confín y la existencia.

Cada día es una lucha que debe librarse sola, no hay amigos, nadie que pueda ayudar con el lápiz o el martillo, alejado de su propia vanidad se siente abandonado, se deprime y castiga con palabras soeces, hirientes, se maltrata, evade los espejos, sabe que es un monstruo nacido de la nada y que no debe dar tregua a los malos pensamientos que lo buscan, acechan, y que están dispuestos a gritarle “cobarde, no eres más que un cobarde pedacito de ser insignificante ante el creador de todo lo que existe”.

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Él se burla de todo, no se deja acobardar, debe sacar fuerzas de lo más profundo de su ser y responder como lo hacen los artistas: con trabajo, esfuerzo, dedicación y quizás algo de humor, porqué allí es donde está la fuente inagotable de su creación, cuando en medio de la tormenta se ríe solo, atropella, destruye y entra en la locura, se embriaga y manda al cesto de la basura lo que ha hecho, porque ese dios creador se califica, se compara y se destruye.

En algún lugar de la casa, de la ciudad guarda silencioso su tesoro más preciado, su creación más significativa y poderosa, y sin decir palabra después de ese ataque de locura va, la contempla, la palpa, la abraza, la hace suya con sus manos, ojos y con su pensamiento, vuelve a mirar hacia atrás, lamenta lo ocurrido, se duele, pone todo nuevamente en orden, recoge las pocas herramientas de trabajo, deja caer un par de lágrimas, se siente insatisfecho, abandonado y triste, se atormenta y odia con todas sus fuerzas, niega su existencia, se larga, toma un camino nuevo y vuelve por momentos a ser eso que ha olvidado, vuelve a ser humano.

Camina por senderos vacíos, huye de la manada, no está dispuesto a tolerar consejos, sabe que crear es imaginar, es pasear aquello que lo agobia con tanto peso que no lo deja avanzar como él quisiera, se sienta y descarga a su lado la maleta “imaginaria”, la contempla con rabia, no con desespero, la maldice muchas veces, llora y se come sus lágrimas, las saborea como si con ello fuera encontrando una fuente que ayude a saciar la sed que lo persigue.

Sonríe porque eso también es parte de la vida, contempla sus manos, las acaricia en un gesto de nobleza, las lleva hacia la boca para calentarlas, descubre su existencia, reflexiona por lo que ha pasado y se pregunta en medio del silencio, ¿qué habré hecho mal?, ¿dónde perdí la razón?, ¿cuál camino equivocado tomé?, ¿por qué acabé con lo que hice? Toma en sus manos su cabeza, la deja descansar, descubre que eso exactamente es lo que necesita, descansar, reconocerse, ser humano.

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Mira al cielo, dicen que allí están todos los dioses, divinos y humanos, reniega de cada uno, se siente abandonado, las ideas se han ido, han volado, se han perdido, por lo cual debe comulgar consigo mismo, encontrarse, darse razones para seguir, no es fácil seguir con la existencia que tantas veces ha negado; abandonado por todos, por lo divino y lo humano, hecho trizas, dueño de sus propios pensamientos y demonios, todos danzan alrededor, hacen una fiesta, lo han vencido, celebran, gritan y se sienten dueños de lo que no les pertenece.

El canto de los pájaros en cada madrugada lo convoca, lo pone alerta, lo despierta, le recuerda que juega una carrera por etapas, en el día el sol primaveral o aquel que se esconde detrás de oscuras nubes, en las noches la enamorada luna que inspira a los poetas a mirarla complaciente, a dejar correr el lápiz sobre un cuerpo imaginario de mujer bella con sus curvas peligrosas y esa piel fresca donde un par de senos lo alimentan mientras él se debilita en el calor abrasador de besos y caricias.

Puede haber caído en las llamas del infierno, arder, oler su carne chamuscarse, sentir hervir la sangre, golpearse contra el mundo en aquellas noches de bohemia y de embriaguez, todo es posible, la desesperación se hace presente, lo persigue, se burla desde lo alto, es ruin y miserable, suelta carcajadas que llenan de locura su cabeza, pero aun así se levanta, toma aire y vuelve a respirar, se hace amo y dueño de sí mismo, mira a quienes lo desprecian y sigue su camino en busca de un paraje solitario que lo lleve a encontrar una bocanada de aquello que le está haciendo tanta falta, la creación.

Aparece de repente, lo persigue, le advierte que no le va a dar respiro, por el contrario, le exige lo hace suyo, lo aprisiona, no lo deja, coloca entre sus manos la herramienta y de la nada empieza a golpear el papel en busca del poema, sale polvo, esculpe, hace ruido, se concentra, sus manos se llenan de pintura, lo tiñe con la tinta. Las palabras brotan y danzan como danzan las bellas bailarinas, los coros lo convocan, suben sus voces al compás de la música, los instrumentos se hacen uno, se acoplan, adquieren ritmo y hacen que los cielos se llenen de alegría.

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De las cenizas ha nacido, se ha levantado y danza con sus manos, la imaginación se ha tomado el tiempo, lo posee, lo lleva con su ritmo cadencioso y, en medio del silencio y su propia soledad, va encontrando el camino, se deleita, siente placer, se hace sublime, entreteje sus ideas, sonríe, sus manos se vuelven livianas, la piel es más sensible, toca el aire, lo siente, atraviesa los poros, penetra y llega al corazón, allí donde los sentimientos hacen brotar ese aroma que solo el creador puede percibir, lo enaltece, lo convierte en ese ser creador que lleva dentro y en ese preciso instante se vuelve irrepetible, único y creador.

Grita, porque tiene que gritar, soy un creador, soy un genio, soy un dios, algunos lo consideran loco, lo ven con indiferencia, o no lo ven, en esa selva de cemento hay mucho ruido, sin embargo, él, mira sus manos, enaltece su creación se hace dios, se embriaga y pide a los presentes que lo miren, que lo vean, que lo palpen porque es exactamente él, un ser de carne y hueso que ha superado la ignominia, el descrédito, y vive para verlo brindando un homenaje a los artistas, poetas y escritores que han pasado el horizonte sin ser reconocidos a pesar de su locura.

Desde la antigüedad hasta nuestros días, desde Roma y todo su esplendor artístico, nos llegan sus obras, esas bellas esculturas que se han salvado de los tiempos, las guerras y de los salvajes seres, un Leonardo da Vinci, Homero, Platón o algunos más cercanos a nuestros días, Dostoyevski, Oscar Wilde, Picasso, Salvador Dalí, Pablo Neruda y cientos de ellos que se merecen un homenaje por ser creadores “dioses”, perdidos en el tiempo, creadores de sueños, que nos han dejado sus obras para nuestro deleite, cuántos de ellos perseguidos, desterrados o muertos por haber traspasado las fronteras o haber enfrentado la mano poderosa de algún dictador de pacotilla.

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Por Luis Alberto Becerra

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