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El cuento latinoamericano: trece poéticas que fundaron y renovaron el género (V)

Presentamos la quinta parte de una serie de entregas que publicaremos sobre poéticas que han sido cruciales para el desarrollo del cuento en América Latina. Esta vez, el texto será sobre Gabriel García Márquez, cuya prolongada observación crea en el espectador una ilusión óptica.

Alejandro Alba García / aalbag@unal.edu.co
01 de marzo de 2022 - 08:40 p. m.
Gabriel García Márquez publicó Cien años de soledad en mayo de 1967. Allí se habla de una peste que llega a Macondo y obliga a sus habitantes a permanecer en cuarentena.
Gabriel García Márquez publicó Cien años de soledad en mayo de 1967. Allí se habla de una peste que llega a Macondo y obliga a sus habitantes a permanecer en cuarentena.
Foto: Archivo

Abolir el vértigo

Como ante esos mosaicos cuya prolongada observación crea en el espectador una ilusión óptica que, reiterada, produce vértigo, así parecemos encontrarnos ante la categoría de realismo mágico aplicada indistintamente a toda la obra literaria de García Márquez y repetida hasta el hastío. Convertida en etiqueta, se la despojó de su significado o se le dio uno equívoco y banal. Por lo demás, el paisaje descrito no cambia mucho en ninguna parte del mundo, parece no haber mucha tierra firme que pisar donde no nos estalle en un pie una mina magicorrealista. Quizás el éxito internacional sin precedentes de la novelística de García Márquez y el flaco favor que le hizo el haber llegado a un público muy amplio y lejano que terminó por banalizarlo sean dos razones de peso de la fallida recepción de su obra cuentística. También el exotismo latinoamericano fue otro cliché sobre su obra que no le hizo bien. El fantástico garciamarquiano no es un simple producto de ese exotismo caribeño, sino un gesto crítico muy lúcido, cuya carga subversiva muchas veces fue pasada por alto. Así las cosas, es imprescindible desentrañar un sentido más profundo y realmente operante de la categoría de realismo mágico y enfocar mejor el significado cultural del fantástico que cultivó el autor costeño.

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De manera algo tardía, en 2019, apareció por fin en Colombia una antología de crítica dedicada únicamente a la obra cuentística de García Márquez. El volumen editado por Juan Moreno Blanco cuenta con el mérito de tener una profunda conciencia de la autonomía del género y de usar herramientas teórico-críticas específicas para el estudio del cuento y así renunciar al préstamo de las de las categorías que se han usado siempre para estudiar otro tipo de narrativa. Esta conciencia permite realizar la distinción esencial entre el cuento de la tradición oral, premoderno (tanto el de hadas como el de basamento indígena), y el cuento literario moderno (Piglia). Zanjar esta diferencia es clave para liquidar la confusión respecto de un fantástico gratuito, que el propio García Márquez llamaba de fantasía frente un fantástico reflexivo y lúcido, que el autor costeño llamó de imaginación. El primero no tiene asidero en la realidad y representa el simple divertimento, propio del cuento de hadas y sus variantes actuales, que el autor consideraba literariamente detestable; en cambio, el fantástico de imaginación permite la evaluación crítica de la realidad, el uestionamiento artístico en su dimensión histórica.

Mediante las creaciones perturbadoras y monstruosas, la literatura fantástica del siglo XIX explora un orden cifrado, oculto, que pertenece a otra dimensión, extraña a la realidad establecida. La fantasmagoría decimonónica formula así un choque frente a la visión puramente racionalista de dicha realidad.8 Es ante esta formulación que el fantástico garciamarquiano desestabiliza el orden tradicional tanto de la concepción realista como del fantástico tradicional. Si en el fantástico decimonónico las causalidades de lo real son cuestionadas mediante la formulación de un orden ulterior (sobrenatural) y en la tradición realista son explícitas en la descripción minuciosa, en el realismo mágico ambos procedimientos son puestos en tela de juicio.

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Una de las escenas finales de “Un señor muy viejo con unas alas enormes” expresa el grado sumo de una estereotipación del acto milagroso en el pueblo, el cual deroga del todo el choque típicamente moderno. El anciano hombre alado aparecido en casa de los Pelayo deja de recibir la atención del pueblo que, inicialmente con gran asombro, pagaba por tener contacto con el supuesto ser milagroso. Pero la novedad mística acaba rápido, los vecinos —presos del sentir premoderno— abandonan al “ángel” para seguir ahora a una mujer araña, de modo que el fenómeno sobrenatural no solo se normaliza, sino que queda convertido en valor de cambio:

Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el dinero recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con balcones y jardines, y con sardineles muy altos para que no se metieran los cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las ventanas para que no se metieran los ángeles.

El hondo desasosiego que percibe el lector de García Márquez, fruto de la conciencia de que se habita un mundo indescifrable, irreductible a un solo orden, estará fundido con otro malestar: aunque existe el milagro, se liquida en el tiempo, constituyendo un ideal vacuo y efímero que consagra el fracaso de la modernidad latinoamericana.

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***

Muy a pesar del acentuado distanciamiento del autor de las poéticas decimonónicas y del fantástico gratuito —ambos fenómenos tardíos en Latinoamérica— sus cuentos se siguen leyendo hasta hoy de manera inapropiada. Ojalá, muchos años después (o muchos antes), el lector pueda recuperar aquella lección remota y magistral con la que uno de los grandes renovadores de la literatura latinoamericana nos llevó a conocer el género cuentístico.

Por Alejandro Alba García / aalbag@unal.edu.co

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