Adaptar una obra literaria al cine o la televisión siempre ha sido un acto de traducción: no solo de lenguaje, sino de sensibilidad, atmósfera y ritmo. Pero cuando se trata de textos fundacionales del imaginario latinoamericano —como Cien años de soledad, Pedro Páramo o El Eternauta—, esa tarea se vuelve una operación delicada, casi que quirúrgica. No es solo cuestión de imágenes: es de memoria, legado y pertenencia.
“Una obra literaria se escribe desde un lugar muy íntimo, personal. La adaptación tiene que preservar ese espíritu, pero también convertirse en algo nuevo, que funcione desde la imagen”, dice Bárbara Enríquez, directora de producción de Cien años de soledad, producida por Netflix y la familia García Márquez. Para ella, adaptar el universo macondiano fue como construir un sueño compartido: “Todos tenemos un Macondo en la cabeza, y no es el mismo. Lo que hicimos fue diseñar un mundo que respeta ese imaginario colectivo, pero lo traduce al lenguaje audiovisual con autenticidad”.
La clave, según Enríquez, fue honrar lo local. Desde el acento costeño de los actores hasta los materiales usados en la escenografía, cada decisión creativa estuvo atravesada por el respeto a una identidad cultural que no podía diluirse en los códigos globales de la industria. “Rodamos en Colombia. Construimos con guadua, barro, palma. Nos apoyamos en saberes tradicionales y en artistas locales. No podíamos hacer Macondo en otro lugar”.
María Battaglia, directora de arte de El Eternauta, fue más allá: “El riesgo no está solo en el qué, sino en el cómo. No se trata de ilustrar un libro, sino de reconstruir un universo simbólico con otros medios, en otro tiempo y con otras urgencias”. En el caso de El Eternauta, novela gráfica argentina de culto escrita por Héctor Germán Oesterheld, la carga política y simbólica es tan fuerte como la narrativa misma. “Esa historia es una alegoría de la dictadura, de la desaparición, de la resistencia. Hoy resuena con otras formas de opresión. Había que respetar eso, pero también actualizarlo visualmente, para que le diga algo a las nuevas generaciones”.
Los retos técnicos, el tiempo y la memoria
La conversación también con Carlos Y. Jaques, director de producción de Pedro Páramo, reveló otra capa del desafío: la temporalidad. “Pedro Páramo es una novela que no se puede contar de forma lineal. Su estructura es líquida, espectral. El tiempo está roto. Eso implica decisiones radicales en montaje, fotografía y puesta en escena. Tuvimos que construir no solo locaciones, sino atmósferas: cómo suena el viento, qué tan seca está la tierra, cómo se siente el silencio de los muertos”.
Jaques afirmó que adaptar el clásico de Juan Rulfo fue también una forma de disputar el olvido. “Hay algo de memoria activa en estos proyectos. No se trata solo de representar, sino de reactivar. Volver a poner en el centro historias que nos han definido como región, que han explicado nuestra soledad, nuestra rabia, nuestra belleza”.
Adaptar y crear historias en la era de la inteligencia artificial
En un momento en que las tecnologías emergentes amenazan con reemplazar procesos creativos, los tres coinciden en que la inteligencia artificial debe ser una herramienta, no un atajo. “Puede ayudarnos a visualizar escenarios, simular movimientos de cámara, afinar procesos logísticos, pero no puede sustituir la mirada humana”, afirmó Enríquez. Battaglia es aún más tajante: “La IA no puede sentir. No puede entender la historia de un pueblo. Hay cosas que no se renderizan”.
Sin embargo, hay un consenso en que el ecosistema audiovisual latinoamericano debe prepararse para convivir con estas herramientas sin perder el control sobre sus narrativas. “Lo importante es que sigamos contando nuestras historias, con nuestras voces, en nuestros términos”, dijo Jaques.
Las tres producciones —que involucran alianzas con grandes plataformas, inversión extranjera y talento regional— evidencian que la industria audiovisual latinoamericana está en un momento de oportunidad, pero también de riesgo. “Tenemos creatividad, talento y relatos potentes. Pero necesitamos formación técnica, producción local sostenida, políticas públicas claras y redes de distribución propias”, señaló Battaglia.
Enríquez coincidió: “No basta con tener grandes historias. Hay que tener cómo producirlas bien, cómo defenderlas, cómo hacer que circulen más allá de nuestras fronteras”. Jaques, por su parte, llamó a consolidar un ecosistema que no dependa exclusivamente de las plataformas globales: “Necesitamos industria, pero también autonomía. Un cine latinoamericano que no solo sea premiado en festivales, sino que sea visto y amado en su propia tierra”.
En tiempos de fragmentación digital, adaptaciones como estas no solo rescatan grandes obras literarias: reafirman la potencia de las narrativas latinoamericanas y su capacidad de hablar —con belleza, complejidad y memoria— al mundo entero.