
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Que el resultado de la violencia sea el duelo —y cierta necesidad de venganza—, es un hecho común. Que el resultado de la violencia sea, en cambio, una risa gozosa, es una forma del arte. Damián Szifrón —Buenos Aires, 1975— parecía ignorante de esa conclusión cuando creó Relatos salvajes, su más reciente filme. Para entonces ya había escrito y dirigido filmes y series como Tiempo de valientes y El fondo del mar —que le dieron cierto reconocimiento local— y tenía en la cabeza una trilogía de ciencia ficción, un western, una historia de amor. Fue allí cuando escribió cerca de quince historias breves y escogió seis —que no se cruzan— cuyo factor compartido era al parecer muy sencillo: la violencia, la venganza, el término de la paciencia.
Relatos salvajes reúne historias que parten de esa cuerda abstracta y universal: un hombre se venga de todos aquellos que le hicieron la vida imposible; una mujer amenaza a su marido, en pleno matrimonio, de producirle una lenta agonía por haberle sido infiel; un ciudadano llega al paroxismo de su indignación porque se han llevado su auto a los patios; otro más quiebra a golpes de herramienta el parabrisas de un conductor que lo ha insultado. Todos los actos son violentos; todos los actos son, por eso mismo, liberadores. Szifrón encuentra que la violencia es, sobre todas las cosas, una de las maneras en que la libertad y la dignidad se reafirman.
Más de tres millones de personas en Argentina vieron el filme —que ya se encuentra en las carteleras de Colombia—, presentado también en el Festival de Cannes con ovaciones continuas. ¿A qué se debe su éxito? “Como dice un crítico argentino, al que no le quiero robar la frase: su director está enojado con todo y con todos, menos con su propio talento —escribe Anita de Hoyos en un blog de la revista El Malpensante—. Esta furia es lo que explica el éxito sobrenatural de la película (…) Digno hijo de una sociedad que habita en los linderos del fracaso, Szifrón demuestra que la vida cotidiana es una miseria y que es mejor estar en una cárcel o en un cementerio que padeciendo las pequeñas humillaciones de una existencia que nos condena a una derrota mediocre”. El filme —coproducido por Pedro Almodóvar, con música de Gustavo Santaolalla— es la fantasía del individuo de clase media que se enfrenta al sistema. Por lo general nadie logra una victoria —y tal vez estos personajes tampoco—, pero la venganza misma es suficiente para reivindicarse en la lucha intemporal contra el régimen de las cosas.
“Me interesaba llegar al hueso de las situaciones, a la verdad, y no ser disruptivos porque sí —dijo Szifrón en entrevista con Los InRocks—. La idea de las historias salvajes, del salvajismo, surge del choque entre el tipo de civilización en la que estamos y el mundo que me gustaría que tuviéramos. En la distorsión entre esas dos cosas aparece un universo opresivo, extremado”. Justo ese es el modo de atracción de Relatos salvajes: en muchos sentidos, es la expresión de una utopía cruzada por la violencia. Destruir para reivindicar. Forzar al orden a que sea otro orden. Szifrón ha implementado en imágenes un concepto muy propio del arte: la creación es una forma de combatir las supuestas certezas que los individuos han sido obligados a creer. Sus personajes dudan y actúan. Sus personajes no se repliegan a los fundamentos de la autoridad: los atacan, por encima de todo se ríen de ellos.
“La educación, la escuela, todo tal como están hoy concebidas, pretenden meterte adentro del sistema que está diseñado para beneficiar a muy pocas personas —dijo Szifrón—. Creo que de eso más o menos todos nos damos cuenta. De que no está diseñado para el beneficio de la mayoría”.
Esa es una pretensión que quizá Szifrón presintió durante la escritura de las historias. Eso no explica, sin embargo, el éxito del filme: puede ser una inclemente protesta contra las instituciones, un objeto loable pero inútil. Más allá de su contenido conceptual, el filme es divertido, entretiene, captura la atención del público porque se fija en las bases de las necesidades humanas. Luego de la violencia —o gracias a ella—, llega el humor.
En las salas de cine, Relatos salvajes hace reír a los espectadores: se ríen en medio de la sangre y el anuncio de desgracia. Toda violencia también es una manera de burlar la solemnidad. “Cuando toda una sala de cine se ríe de lo mismo, queda en evidencia cuánto nos parecemos en nuestras fantasías y en nuestros miedos —ha dicho Szifrón—. Por eso lo podemos disfrutar: porque nos sentimos menos solos”.
jtorres@elespectador.com