Pertenecer a la historia es ya una categoría de alcance mayor, cuando se gana un lugar notorio y visible en algún rubro del conocimiento y de la existencia. Pertenecer a la historia, ha dicho alguien, es ser parte del odio. Es un atrevimiento tal afirmación, que puede que se cumpla en políticos (y hasta en economistas y magnates y banqueros), pero no siempre, o casi nunca, en un artista. Esta última condición, la del creador, ofrece otras posibilidades y una es la de ser parte del mito, que no siempre es negación de lo histórico, sino una de sus aristas.
En el singular caso de Carlos Gardel, que reúne leyenda, mitología, historia, cultura popular, anecdotario —a veces vacío y sin arraigo “científico”–, el mito comenzó en vida y no cuando su estelar figura se transformó en fuego en el campo de aviación Las Playas, de Medellín, el 24 de junio de 1935, hace ya noventa años.
El mito, en su sentido originario, da cuenta de cualidades eximias, de ser modélico, de dar luces al camino de los otros y de convertirse en paradigma. El mito es, en un sentido religioso, la mejor parte, una luminosidad, lo que guía y puede ponerse como ejemplo de una o varias facetas de lo que es digno de imitarse. Y esta categoría, nada asible ni fácil ni pegajosa, la tenía Gardel antes de su bautismo de fuego, antes de entrar en el territorio de los inmortales.
Decía José Gobello, académico de número de la Academia Porteña del Lunfardo, de Buenos Aires, en su libro Tres estudios gardelianos, que el mito se alimenta por la imaginación del pueblo. La frase, que él considera “feliz”, de “Gardel cada día canta mejor” está diciendo que el mito “va asumiendo las perfecciones que supone la evolución de la cultura”. Un mito móvil, dinámico, que se crea y recrea a sí mismo.
Sin embargo, al cantor deificado no le va tan bien en la mirada cuestionadora de Juan José Sebreli, en su libro Comediantes y Mártires, que dice, por ejemplo, que el cantor de arrabal que pudo ser en un principio Gardel, se corre hacia la representación aristocrática y clasista, que, por razones quizá de carisma, quién sabe, penetra en el gusto y cariño de los sectores populares. Y lo pone en determinados momentos de su historia como apoyador de conservadores y de dictadores como José Félix Uriburu.
“La muerte de Gardel favoreció el mito cuando su popularidad llegaba a la cumbre y comenzaba el descenso. Es muy probable que sin su muerte prematura no hubiera habido mito, solo se le recordaría en las historias del tango junto a Magaldi y Corsini”, anota Sebreli.
Aunque, al parecer, no hay una documentación suficiente y más bien aquello de su pertenencia a una logia masónica se queda todavía en un limbo histórico, su partida hacia el cementerio de San Pedro le da unos toques extraordinarios“.
En cualquier caso, al mito le caben todas las cualidades, los aciertos, las adoraciones, se le mira solo en su dimensión proteica, milagrosa, intocable y además ejemplarizante siempre de aspectos que tienen que ver con “lo bueno”, lo que no se toca desde una perspectiva analítica que dé lugar a confrontaciones. No hay mito sin leyenda y sin misterio, dice Gobello, al tiempo que Sebreli afirma que Gardel fue “un hábil promotor de sí mismo”.
Y en este punto, es hora de ir entrando en un asunto gardeliano que toca con su muerte en Medellín y, más aún, con su velatorio y entierro. Aunque, al parecer, no hay una documentación suficiente y más bien aquello de su pertenencia a una logia masónica se queda todavía en un limbo histórico, su partida hacia el cementerio de San Pedro le da unos toques extraordinarios, solo posibles para una personalidad como la suya, que alcanzó en vida dimensiones mitológicas, que aumentaron con su fallecimiento.
Morir el 24 de junio, el del solsticio de verano en el hemisferio norte, el de Juan el Bautista, y el de la fiesta de la masonería universal, le concedió a su despedida incendiaria y accidental otro elemento de misterio, que, sin duda, contribuyó más a alimentar los aspectos del mito que de la historia.
Preparación del cadáver, velación y entierro de Gardel
Gardel, que días antes de su muerte se había presentado en Medellín, en tres funciones del Circo Teatro España, tuvo en esta ciudad clerical y de industrias en ascenso, otra especie de bautismo que se uniría a su vasto caudal de cualidades y famas, propiciadas no solo por su talento y capacidad creativa e interpretativa, sino, además, por su participación en un ascendente arte como el cine, que lo proyectó con luminosidades a todo el mundo.
Hay misterios que todavía no se resuelven, como los de su cuna, cuando todo parecería indicar que, en efecto, Gardel es uruguayo, de Tacuarembó, hijo del coronel Carlos Escayola (que además era masón) y de Lelia Olivia, pero, de otro lado, persisten las teorías francesistas de su nacimiento en Toulouse. Y a estos “accidentes”, que son parte de la investigación histórica, se adhieren trazas como las de la presunta pertenencia a la masonería.
Tras el accidente del campo de aviación de Medellín, la preparación del cadáver de Carlos Gardel le correspondió, por azar, al estudiante de medicina Jaime Rodríguez Estrada. Hasta el anfiteatro de la Facultad de Medicina, de la Universidad de Antioquia, se trasladaron varios cadáveres de las víctimas del choque de aeronaves de las compañías Saco y Scadta. La atención y preparativos fúnebres le tocaron a la Funeraria Rendón, situada entonces en la carrera Bolívar con la calle Maracaibo. El ataúd de Gardel, con características especiales, lo pagó la Paramount Pictures, empresa que produjo y filmó las últimas películas del Zorzal.
Después del “arreglo” del cadáver de Gardel, se pasó a la ceremonia de velación, pero con una dificultad: ¿dónde hacerlo? Empezó a correr el rumor de su pertenencia a la masonería, lo que ya disponía en su contra la entrada a la iglesia para ese efecto. El presbítero Enrique Uribe Espinosa, de la basílica catedral de La Candelaria, ofreció, después de que el dueño del Teatro Junín también lo había hecho, una casa quinta de su propiedad, en la avenida La Playa con el puente Baltasar Ochoa (en la carrera Sucre).
Después del ‘arreglo’ del cadáver de Gardel, se pasó a la ceremonia de velación, pero con una dificultad: ¿dónde hacerlo? Empezó a correr el rumor de su pertenencia a la masonería“.
En el velorio o capilla ardiente también estaban los féretros de Alfredo Le Pera, Celedonio Palacio, José Corpas Moreno y Guillermo Barbieri. Hasta este punto todavía no había ninguna alteración ni anormalidad, excepto la de que ya corría la voz de que el Morocho del Abasto era un masón. ¿Y eso qué significaba en una ciudad como Medellín, clerical y conservadora?
El ascenso de la república liberal, a partir de los años 30, también contribuyó a la extensión de la masonería en el país, y a la conformación de logias en ciudades como Medellín, entre ellas la Gran Logia de Antioquia, creada en 1934. En la escala técnica que el avión donde venía Gardel hizo en Medellín, para abastecimiento de combustible, un grupo de admiradores se congregó para ofrecer su saludo al astro, entre los que estaba Rubén Uribe Arcila, médico y dirigente liberal, así como Gran Maestro de la Gran Logia de Antioquia.
De acuerdo con versiones del investigador Mario Arango Jaramillo, autor del libro Masonería y poder político en Colombia, la masonería antioqueña le rindió a Gardel un homenaje fúnebre, días después de su muerte y sepelio en Medellín. Hay que anotar, además, que Ernesto Samper Mendoza, el piloto del avión de Saco, en el que viajaba y murió Gardel, era masón.
Pero lo que circuló entonces en Medellín, y quedaron testimonios, es que a Gardel, en la casa donde hubo la velación, los masones le hicieron una “tenida fúnebre”, ceremonia que solo es posible realizar a quien esté iniciado en los misterios y prácticas de esa institución. Sobre esta situación particular hay varias versiones, entre ellas las del periodista argentino Roberto Casinelli, de la revista Cantando, de Buenos Aires, que en 1961, en una visita a Medellín, realizó una pesquisa sobre el velatorio y la posibilidad de que a Gardel los masones de la ciudad le hubieran oficiado una ceremonia de tal naturaleza.
Varias versiones, entre ellas la que publicó el mencionado argentino, dan cuenta de que, en efecto, en la casa de propiedad del presbítero Uribe, donde se realizó la velación, irrumpieron personas que querían llevarse el ataúd con el cuerpo calcinado de Gardel para velarlo en una logia, según algunos, y otros señalaron que lo único que solicitaron fue realizar, allí mismo, una ceremonia discreta e íntima.
Un finísimo ataúd para Gardel
El 26 de junio de 2005, el periodista Juan José Hoyos publicó en el diario El Colombiano una crónica sobre la presunta “tenida fúnebre” realizada por los masones en la casa prestada por el presbítero Uribe. En la misma, titulada Gardel masón, litigio en torno a un finísimo ataúd, cuenta, entre varios asuntos, que al reportero de Cantando lo recibieron en Medellín, entre otros, Hernán Restrepo Duque, Francisco Yoni, Armando Duval y Hernán Caro.
Varias versiones dan cuenta de que, en efecto, en la casa de propiedad del presbítero Uribe, donde se realizó la velación, irrumpieron personas que querían llevarse el ataúd con el cuerpo calcinado de Gardel para velarlo en una logia“.
El relato, en el que está citando la información recolectada y dada por el argentino, se dice que “Cassinelli habló con músicos, periodistas, cantantes, productores de discos, toreros y gente de la radio para tratar de reconstruir día a día el itinerario del cantante en 1935”. Además, se cuenta sobre la presencia de la logia Iris del Aburrá, a la que pertenecían personajes de la ciudad, como el barítono italiano Roberto Ughetti, que llegó a Medellín como miembro de la compañía de zarzuelas de Marina Ughetti.
Una de las fuentes que entrevistó Casinelli fue el esposo de Marina, Roberto Crespo, que estuvo presente en aquellos sucesos de la velación y la intervención de los masones. Uno de los detalles que contó consiste en que, antes de que el sepelio de Gardel comenzara, en la casa de la velación “se realizó una curiosa ceremonia sobre el ataúd de Gardel. Un grupo de masones rodeó el féretro y se procedió a dar unos golpes sobre la tapa. Luego se inició la marcha hacia la iglesia de La Candelaria”.
Para la fecha en que el periodista argentino visitó Medellín, la casa quinta donde fue velado Gardel ya no existía y, por lo demás, ya estaba cubierta la quebrada Santa Elena. Años después, en ese mismo lugar, se erigió el edificio La Ceiba. La casa quinta del presbítero tenía un amplio antejardín, una reja negra y escalinatas, además de una puerta de dos hojas.
Según las palabras de Crespo al periodista argentino, reproducidas también por Juan José Hoyos, “cuando el ataúd de Gardel fue introducido en el atrio de la Catedral en el parque de Berrío, el pueblo católico participó de las exequias y media hora más tarde, después de diversas conversaciones, el grupo masón consiguió que se desalojara la iglesia de católicos para poder rendir ellos las correspondientes honras fúnebres al extinto Albañil de la secta que obedece al Gran Arquitecto y que practica la hermandad y la caridad”.
Después de la ceremonia, a eso de las 11 y 30 de la mañana la carroza con el féretro de Gardel se dirigió hacia el cementerio de San Pedro, por la carrera Bolívar. En el camposanto, según Crespo, hubo otros inconvenientes, como el de no poder soldar el revestimiento metálico del ataúd, porque “el público era impresionante y no queríamos que ese acto tuviera trascendencia… Nos retiramos del cementerio, pero regresamos en la noche para retirar el cajón del nicho y soldar todo su contorno”.
Hay que advertir que la soldada del féretro no fue solo con presencia de masones, porque, además, hubo “colados”; entre ellos estaba el fotógrafo Jorge Obando (el mismo que había registrado con su cámara el accidente en el aeropuerto) que hizo tomas de esos momentos de suspenso y expectativa.
Del cementerio de San Pedro los restos de Gardel viajaron seis meses después a Buenos Aires, en un largo periplo que primero lo llevó a Nueva York. Allí lo volvieron a velar con rituales masónicos, según testimonios del investigador argentino Marcelo Osvaldo Martínez. “El cadáver fue recibido por Julio Garzón, el director de La Prensa, el diario más importante de la ciudad, donde lo volvieron a velar con rituales masónicos. Julio Garzón era un masón conocido y Gardel tuvo una estrecha relación con él. También está documentado que Gardel dio recitales privados en una logia de Nueva York en el año 1933”, según Martínez.
Por su parte, para no olvidar del todo al presbítero Enrique Uribe Espinosa, nacido en Caldas, Antioquia, en 1882, valga dar algunos datos sobre su trayectoria. Cursó su carrera sacerdotal en el seminario de Medellín, donde también fue profesor. Cuando ocurrió la muerte de Gardel ocupaba el cargo de canónigo penitenciario y gozaba de gran prestigio por sus dotes de predicador y “por la santidad de sus costumbres”, como lo dice un boletín arquidiocesano en una reseña preparada por el presbítero Jesús Mejía Escobar. Fue presidente de la Acción Católica. Murió en Medellín el 8 de junio de 1947.
Estos ingredientes del Gardel masón, del largo viaje de su féretro desde Medellín hasta Buenos Aires, de su origen uruguayo, en fin, hacen de su trayectoria, vida y obra un ser fascinante, que sigue inquietando a investigadores, y a los seguidores del tango en el mundo.
Lo de la masonería, así como lo de su origen, además de la utilización que en Argentina hicieron de la muerte, viaje del cadáver y durante el tumultuoso sepelio en La Chacarita, que el gobierno de turno aprovechó para camuflar actos de corrupción, se suman a la arrolladora trayectoria de Carlitos. En efecto, desde el diario Crítica, de Natalio Botana, socio y amigo del presidente Agustín P. Justo, se manipuló la información sobre la muerte y entierro de Gardel para distraer a la población del debate sobre exportación de carnes y productos vacunos, y del asesinato “en vivo y en directo” del senador Enzo Bordabehere.
El fundador del tango canción, el que se inventó a sí mismo, sigue cantando mejor que antes y, con su mitología, con su historia, es un artista al que los pueblos, en especial los de América latina, rinden tributo de admiración. Es cierto: no hay mito sin leyenda y sin misterio. El olvido no está hecho para Gardel.