Luego de haber ejecutado a los Borbones en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad, Francia se entregó a Napoleón Bonaparte. Tras el agotamiento que le siguió a las guerras napoleónicas, la habilidad diplomática de figuras como Talleyrand, que traicionó a Bonaparte y convenció a las potencias aliadas de que retornara la monarquía borbónica, y el deseo de estabilidad de los franceses, la Restauración Borbónica fue posible. La Restauración no fue un retorno completo al absolutismo previo a la Revolución. Hubo intentos de establecer una monarquía constitucional y de consolidar las reformas revolucionarias.
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Sin embargo, el retorno de los Borbones fue un fracaso. Saberse vencida y gobernada por Luis XVIII, llenó de humillación a Francia, que recordaba haber sido dueña de Europa. El regreso de Bonaparte era inevitable.
En medio de un baile cortesano, de las intrigas y discusiones del Congreso de Viena, la noticia del regreso de Bonaparte a París se riega como cañonazo. Que ya ha conquistado Lyon, que ya está en las Tullerías, que ya ha expulsado al rey Luis XVIII. Los ejércitos inglés, austríaco, prusiano y ruso entonces se organizan con el único objetivo de destruir definitivamente al usurpador que ha vuelto con sus ideas de conquista y grandeza. Bonaparte sabe que no puede perder tiempo. Primero ataca al ejército prusiano, que es obligado a retirarse a Bruselas, y luego se enfrenta al inglés. El 17 de junio de 1815, a las once de la mañana, un día después de la victoria de Ligny, uno antes del desastre de Waterloo, Napoleón confía al mariscal Grouchy por primera vez una acción independiente. Mientras el mismo emperador ataca a los ingleses, corresponde a Grouchy perseguir con un tercio del ejército a los prusianos. Es una orden sencilla. “Apéate al grueso del ejército. Espera al enemigo. Ataca.” Grouchy se despide en medio de una lluvia torrencial. Después, lentamente, hundiendo los pies en el fango, avanzan sus soldados tras las huellas prusianas, o al menos en la dirección que suponen ha tomado el comandante Blücher.
Llueve toda la noche hasta entrada la madrugada. A las nueve de la mañana, las tropas no están del todo reunidas y el barro dificulta el avance de la artillería. Según Stefan Zweig, la batalla fue una obra maestra de tensión y de dramatismo, que va de la angustia a la esperanza y que, de repente, se transforma en un evento catastrófico,
símbolo de una verdadera tragedia. Ya son diez mil los cadáveres que cubren aquella fangosa y desierta tierra, pero nada se ha conseguido. Los dos ejércitos están agotados, exhaustos; los dos generales se muestran inquietos. Todos saben que la victoria será de aquel que reciba refuerzos antes: Wellington de Blücher, o Napoleón de Grouchy.
Sin darse cuenta él mismo, Grouchy tiene en sus manos la suerte de Napoleón. Cumpliendo las órdenes recibidas, partió al atardecer del 17 de junio tras los prusianos en la dirección que creyó habrían seguido. La lluvia no ha cesado y los jóvenes soldados no ven aparecer por ninguna parte al adversario ni descubren la menor huella del ejército prusiano. De repente, mientras Grouchy toma un ligero refrigerio en una casa de campo, notan que el suelo se estremece bajo sus pies. Prestan atención y llega hasta ellos un sordo, continuo y amortiguado rumor. Son cañones que disparan a una distancia de algunas horas. Su eco retumba apagado y lejano. Oh, los cañones anuncian el inicio de Waterloo.
Napoleón ha dado con los ingleses y ha dado comienzo a una dura batalla. Grouchy reflexiona un momento, y en ese momento decide su propio destino, el de Napoleón y el del mundo entero. “Aquel momento transcurrido en una casa de campo de Walheim decide todo el siglo XIX. Aquel momento —que encierra la inmortalidad— está pendiente de los labios de un hombre mediocre, pero valiente; se halla entre las manos que estrujan crispadamente la orden del Emperador. ¡Oh, si en aquellos instantes Grouchy fuera capaz de arriesgarse audazmente, de desobedecer las órdenes recibidas por convencimiento propio ante los hechos, Francia estaría salvada! Pero aquel mediocre y apocado hombre se limita a atenerse a la disciplina”, dice Zweig. Su misión es perseguir a los prusianos, sólo eso. Grouchy es un soldado obediente, y obedecer las órdenes es lo que hará. Los oficiales no replican. Un penoso silencio se hace alrededor del jefe.
Sin embargo, no se ve el menor vestigio del ejército prusiano, que parece haber abandonado la idea de marchar sobre Bruselas. De pronto, unos emisarios traen noticias sospechosas de que la retirada del enemigo se ha convertido en una marcha de flanco hacia el campo de batalla. Aún habría tiempo de correr en auxilio del emperador, pero Grouchy continúa esperando la contraorden, cada vez más inquieto y preocupado. Mientras tanto, retumban sin cesar los cañones, la tierra tiembla: son los dados de hierro que decidirán la batalla de Waterloo.
Por su parte, Napoleón se prepara para el asalto decisivo y de pronto ve tropas que se acercan. Justo cuando piensa que es Grouchy desobedeciendo sus órdenes, se da cuenta de que son los prusianos que han venido a reforzar las fuerzas inglesas. El imperio, la dinastía y la suerte de Napoleón se han desvanecido. La falta de decisión de un hombre mediocre ha derrumbado el magnífico edificio que construyera en veinte años el más audaz y genial de los mortales.
Al día siguiente, el único que aún no se ha enterado de la derrota de Francia es el desgraciado de Grouchy. Siempre fiel a las órdenes recibidas, continúa marchando en persecución de los prusianos. Pero como no los encuentra por ninguna parte, se desconcierta y su ánimo flaquea. Nerviosamente, cabalga Grouchy entre sus oficiales, que evitan toda discusión con él, ya que sus consejos fueron rechazados. A lo lejos, los cañones siguen tronando y, al fin, cerca de Wabre dan por fin con un cuerpo de ejército prusiano, de la retaguardia de Blücher, que se ha fortificado en aquel lugar. Rabiosos, se lanzan contra las trincheras y se toman la población, pero entonces, los cañones enmudecen. Una paz de muerte los envuelve, avisándoles lo que ha ocurrido.
Es en la derrota que Grouchy demuestra prudencia, habilidad, circunspección y escrupulosidad. Cuando ya no se siente dueño de una orden, Grouchy emprende la retirada de sus tropas a través del enemigo mediante una estrategia habilísima sin perder ni un solo hombre. Pero ya de nada sirve la circunspección, ni la prudencia, ni la habilidad. Aquel paréntesis en la Restauración Borbónica se le conoció como los “Cien Días” en los que Napoleón recuperó brevemente el poder. Si Francia no volvió a tener un emperador, fue por un hombre totalmente obediente.