El escepticismo como principio ideológico: de anomalía a diversidad
Presentamos un texto reflexivo sobre la necesidad de abordar la medicina más allá de un enfoque netamente clínico, en donde se abarquen otras áreas del “conocimiento”, aquellas que le incuben como ciencia humana y humanista.
Catalina Vargas-Acevedo
En mis primeros años de medicina, en medio del furor de la medicina basada en la evidencia, tuve una calurosa discusión con mi hermano, entonces estudiante de filosofía. Con algo de regocijo en llevarme la contraria él repetía una y otra vez la siguiente frase: “¡Yo no creo en la estadística ni en la epidemiología!” Para mi mente criada y cultivada en la facultad, ese ateísmo epidemiológico era tan absurdo como quien afirma no creer en lo que se ve, en lo que se toca, en lo que se sabe que es cierto: la ciencia. “Pero si no es un acto de fe, es lo que dice la evidencia”, repetía yo con ojos incrédulos pues me estaban cuestionando mi ideología, mi credo y mis fundamentos. “La evidencia, la evidencia es un constructo social como cualquier otro” gritaba él. Y tras un par de horas de discusión me fui indignada a mi cuarto, creyendo a mi pobre hermano un ignorante de la evidencia científica.
Pues bien, ahora, después de algunos años, yo pediatra y él sociólogo, he venido a encontrar sentido en las palabras que rechazaba con tanta pasión. Sí, le doy la razón, más que a sus ideas, a su irreverencia. A su escepticismo como principio al observar cada detalle detrás de los comportamientos y los lenguajes de estas sociedades de enigmas eternos. Un escepticismo que he empezado a adoptar en los enfoques que nos han enseñado en la facultad. Enfoques basados únicamente en lo clínico, en los fisiopatológico y en lo epidemiológico: definición, epidemiología, fisiopatología, diagnóstico y tratamiento. Un listado que encontramos en cada una de nuestras presentaciones al revisar cualquier tema dentro de la mayoría de los campos de la medicina clínica. Una estructura que es muy útil en el aprendizaje de enfermedades, pero que se queda corta en lo que es, así no lo hayamos entendido del todo, una ciencia humana y humanista.
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En medio de estas reflexiones, dentro de la participación de un congreso, me asignaron el siguiente tema para ser revisado con diapositivas en veinte minutos: “anomalías del desarrollo sexual”. Como es costumbre, empecé por una revisión exhaustiva de la literatura médica con el fin de completar la tarea asignada. Y me encontré con nombres complejos, ejes hormonales, desarrollos embrionarios, y correcciones quirúrgicas; una vez más, esa anticuada y aburrida estructura. Estábamos hablando del desarrollo de la sexualidad humana, desde aspectos biológicos y anatómicos, pero también su interacción con las demás esferas de la sexualidad. Conceptos que se alejan de lo puramente clínico pero que hacen parte de la revisión de este tema. Sin embargo, en todos los textos se hablaba de normalidad y de anomalía, de desorden y de alteración. Ante estas redacciones y los datos que leía (muchos, muchos datos), me empecé a contagiar de esa irreverencia que conocía poco y decidí cambiar el título de la presentación y dejar a un lado esa arcaica estructura.
Empecé a buscar en lugares a los que no estamos acostumbrados (textos de ética médica, revistas de sociología, artículos de prensa, entrevistas, tesis doctorales e incluso novelas de ficción) y encontré que las publicaciones de este tema hablaban de muchísimo más de lo que abarcan mis textos médicos y revisiones sistemáticas. Entre toda esta búsqueda decidí titular mi presentación “intersexualidad y diversidad en el desarrollo sexual” donde exponía todos estos datos que encontré al ampliar mi búsqueda.
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Empezó el congreso a las ocho de la mañana, mi presentación era de las últimas de la tarde, y durante toda la mañana me senté a oír conferencias muy interesantes, pero en las que la misma estructura se conservaba: definición, epidemiología, fisiopatología, diagnóstico y tratamiento. Un poco asustada, notando las diferencias evidentes con lo que yo había preparado, pero también gozando del éxtasis que suele acompañar a la irreverencia me preparé para empezar mi ponencia. Empecé diciendo que yo había elegido utilizar esos veinte minutos para hablar de algunos temas que tradicionalmente, como comunidad médica, habíamos dejado por fuera.
Uno de estos era la sexualidad, incluyendo, por supuesto terminología básica que debemos conocer al hablar de sexualidad: sexo biológico, sexo genético, conceptos de género, identidad y expresión de género y también orientación sexual. Afirmé que la sexualidad no era sólo los genitales que se desarrollaban como resultado de los ejes hormonales que bien conocemos, sino el resultado de complejas interacciones entre diversos procesos, biológicos, pero también sociales, ambientales hasta morales y situacionales que abarcan un enorme aspecto dentro de la definición del ser humano. Y por supuesto, al abordar estos temas debemos entender cada uno de estos conceptos y de las dimensiones que acompañan nuestros diagnósticos y tratamientos.
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Pues bien, como suele ocurrir, a la irreverencia la acompaña la impopularidad. Pero a pesar de lo impopular, de lo cuestionado, he procurado reforzar este escepticismo en casi todo lo que hago. Un escepticismo que me ha llevado a cuestionar esas estructuras tradicionales, esos andamios tan aclamados en la medicina: la jerarquía tradicional, la jerga que usamos, el papel de las mujeres en diversas áreas de la medicina, el trato que tenemos con nuestros pacientes e incluso el trato que tenemos hacia nosotros mismos. Cada uno de estos esfuerzos empieza con un cuestionamiento inicial del deber ser, una pregunta que abre otras puertas. Porque insisto que a la medicina le faltan varios pasos para alcanzar a los importantes cambios sociales de este siglo, cambios generacionales, cambios fundamentales, que empiezan con una pregunta, con un grito aprendido y aclamado, un escepticismo que se convierte en un principio ideológico. Un escepticismo irreverente, como aquel que le aprendí a mi hermano.
En mis primeros años de medicina, en medio del furor de la medicina basada en la evidencia, tuve una calurosa discusión con mi hermano, entonces estudiante de filosofía. Con algo de regocijo en llevarme la contraria él repetía una y otra vez la siguiente frase: “¡Yo no creo en la estadística ni en la epidemiología!” Para mi mente criada y cultivada en la facultad, ese ateísmo epidemiológico era tan absurdo como quien afirma no creer en lo que se ve, en lo que se toca, en lo que se sabe que es cierto: la ciencia. “Pero si no es un acto de fe, es lo que dice la evidencia”, repetía yo con ojos incrédulos pues me estaban cuestionando mi ideología, mi credo y mis fundamentos. “La evidencia, la evidencia es un constructo social como cualquier otro” gritaba él. Y tras un par de horas de discusión me fui indignada a mi cuarto, creyendo a mi pobre hermano un ignorante de la evidencia científica.
Pues bien, ahora, después de algunos años, yo pediatra y él sociólogo, he venido a encontrar sentido en las palabras que rechazaba con tanta pasión. Sí, le doy la razón, más que a sus ideas, a su irreverencia. A su escepticismo como principio al observar cada detalle detrás de los comportamientos y los lenguajes de estas sociedades de enigmas eternos. Un escepticismo que he empezado a adoptar en los enfoques que nos han enseñado en la facultad. Enfoques basados únicamente en lo clínico, en los fisiopatológico y en lo epidemiológico: definición, epidemiología, fisiopatología, diagnóstico y tratamiento. Un listado que encontramos en cada una de nuestras presentaciones al revisar cualquier tema dentro de la mayoría de los campos de la medicina clínica. Una estructura que es muy útil en el aprendizaje de enfermedades, pero que se queda corta en lo que es, así no lo hayamos entendido del todo, una ciencia humana y humanista.
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Empecé a buscar en lugares a los que no estamos acostumbrados (textos de ética médica, revistas de sociología, artículos de prensa, entrevistas, tesis doctorales e incluso novelas de ficción) y encontré que las publicaciones de este tema hablaban de muchísimo más de lo que abarcan mis textos médicos y revisiones sistemáticas. Entre toda esta búsqueda decidí titular mi presentación “intersexualidad y diversidad en el desarrollo sexual” donde exponía todos estos datos que encontré al ampliar mi búsqueda.
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Uno de estos era la sexualidad, incluyendo, por supuesto terminología básica que debemos conocer al hablar de sexualidad: sexo biológico, sexo genético, conceptos de género, identidad y expresión de género y también orientación sexual. Afirmé que la sexualidad no era sólo los genitales que se desarrollaban como resultado de los ejes hormonales que bien conocemos, sino el resultado de complejas interacciones entre diversos procesos, biológicos, pero también sociales, ambientales hasta morales y situacionales que abarcan un enorme aspecto dentro de la definición del ser humano. Y por supuesto, al abordar estos temas debemos entender cada uno de estos conceptos y de las dimensiones que acompañan nuestros diagnósticos y tratamientos.
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