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"El extraño señor Alan Pauls"

El escritor argentino Alan Pauls se adentra en sus novelas en esos excesos que hacen que las vidas se derrumben.  Roberto Bolaño fue su confidente y devoto virtual y mantuvo con él una intensa correspondencia.

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Angélica Gallón Salazar
28 de enero de 2009 - 04:30 a. m.
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“Durante mucho tiempo fui un lector fervoroso de este escritor del que sólo conocía un cuento”, manifestó alguna vez Roberto Bolaño en una carta confesional titulada El extraño señor Pauls. “Sabía pocas cosas de él: había nacido en Buenos Aires en 1959, publicó dos novelas que jamás pude encontrar: El pudor del pornógrafo y El coloquio, y un libro de ensayo sobre Manuel Puig. Así que durante mucho tiempo me tuve que conformar y fue más que suficiente con leer y releer El caso Berciani, que a estas alturas me parece, es evidente, un cuento perfecto, si es que existen monstruos perfectos, supuesto poco razonable”. Con estas palabras el escritor chileno, autor de los célebres libros 2666 y Los detectives salvajes, le contó al mundo la admiración repentina y fervorosa que le despertó el escritor bonaerense, al que nunca llegaría a conocer en persona.

Todo empezó cuando Alan Pauls se atrevió a enviar un correo electrónico al escritor contándole la experiencia, que él definió como “extraordinaria, adictiva, casi alucinatoria, de leer Los detectives salvajes”. Una carta cuya sequedad lo dejó impresionado, temblando, diría incluso después Bolaño.

“Me contestó diciéndome que le habían gustado unos cuentitos míos y que no entendía por qué no me gustaba Sábato”, cuenta Alan Pauls, quien le sentenció de vuelta que si le gustaba Sábato, “estaba loco”, acusación que Bolaño antes que desmentir le reafirmó.

Después vendrían meses de silencio y luego el retorno de la privilegiada correspondencia en la misma senda disparatada. “Nos conocimos como se conocían los escritores en el siglo XIX: por su trabajo y por cartas. No puedo imaginarme una relación más saludable”, concluye Pauls.

A pesar de que fueron muchas las cartas, Bolaño nunca le dijo qué había sido eso extraordinario que lo había atrapado de su cuento, porque “Bolaño era así: nunca argumentaba. Era puro entusiasmo o pura agresividad”, dice Pauls con conocimiento de causa. Pero en realidad no hubo necesidad de más explicaciones después de que el argentino leyó: “Es usted uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos y somos muy pocos los que disfrutamos con ello y nos damos cuenta”.


Los elogios desmedidos de su mentor y compañero de escritura se verían luego ratificados el 3 de noviembre de 2003 cuando un selecto jurado otorgó el XXI Premio Herralde a El pasado, una novela que Alan Pauls cocinó entre mañanas de encierro durante cinco años y que se adentraba en los misterios del fin de las relaciones sentimentales.

“Sofía —un personaje que después de estar 13 años junto con su novio Rímini se separa de él cuando ambos entran a los 30— es un personaje que se crea con la idea del amor como militancia y fanatismo”, explica el autor para quien el amor ideal en sus ficciones es el que se da vuelta como un guante. “El amor mutante, inescrupuloso, impune. El amor siniestro. El amor que hace suya la máxima que Truffaut destilaba de Hitchcock: tratar toda escena de amor como si fuera un crimen y toda escena de crimen como si fuera de amor”.

El escritor, quien se inició en las letras a los 13 años siguiendo la senda de la literatura de ficción de Ray Bradbury, y que luego no podría desprenderse de Cortázar y Kafka, no sólo ha atravesado su obra por “esos crujidos que señalan que algo se desmorona, por esos excesos que hacen que las vidas se derrumben”, sino que además les ha otorgado un lugar privilegiado a las mujeres, a las que considera “marcianas, un otro absoluto, un objeto de análisis, de curiosidad”.

Sin embargo, el amigo y confidente virtual de Bolaño, el guionista y también periodista, advierte a sus lectores que sus novelas fracasan en su intento de revelar el misterio femenino. “De hecho, no creo que el campo de las mujeres se preste para revelaciones. En mi caso, al menos, se prestan para la ficción (que es lo contrario de una revelación)”.

Por Angélica Gallón Salazar

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