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El Festival Gabo 2025 y la felicidad posible

Con el éxito de siempre termina hoy en Bogotá la decimotercera edición del gran encuentro del periodismo iberoamericano. Reseña inspirada en el Centro Felicidad Chapinero y en los cuentos urbanos de Gabriel García Márquez. Periodismo, literatura y vida contemplativa.

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Nelson Fredy  Padilla
27 de julio de 2025 - 01:00 p. m.
El Centro Fecilidad Chapinero, en el norte de la capital del país, una de las sedes del Festival Gabo 2025.
El Centro Fecilidad Chapinero, en el norte de la capital del país, una de las sedes del Festival Gabo 2025.
Foto: Cortesía de la Alcaldía de Bogotá
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El Festival Gabo, que en 2025 invitó a “vernos más de cerca”, me sorprendió con una nueva sede alternativa: el Centro Felicidad Chapinero. Es un edificio público de 10 pisos inaugurado recientemente en el norte de Bogotá como “el lugar más inclusivo en el barrio más exclusivo de la ciudad”. Fui a conocerlo interesado en las charlas del encuentro anual de periodismo iberoamericano en memoria de Gabriel García Márquez y descubrí otras perspectivas de la capital colombiana y de la vida citadina.

En el primer piso asistí a una charla sobre libertad de prensa en una de las modernas aulas de concreto y cristal. Luego me fui a curiosear la biblioteca. Encontré de todo, ordenado y bien catalogado. Había niños aprendiendo con la ”Alegría de leer”, “Las aventuras de Tom Sawyer” y “La isla del tesoro”, y adolescentes entregados a sagas como la de Brandon Sanderson sobre una guerra entre las fuerzas de Odium y los reinos humanos de Roshar, ciencia ficción que bien podría ser una parodia de los conflictos de un país llamado Colombia, con la tensión psicológica de una ciudad de más de 10 millones de habitantes como Bogotá.

Repasé el #“Informe sobre ciegos” de Ernesto Sabato y enseguida busqué la colección García Márquez. Encontré “El camino a Macondo” junto a “El camino de la vida”, de Tolstói. Me puse filosófico. Disfruté el placer y el aroma de leer libros nuevos en una biblioteca nueva. Escogí una antología de cuentos del maestro Gabo. Por ejemplo, “Solo vine a hablar por teléfono”, escrito cuando vivió en Barcelona en los años 70, tras haber creado “Cien años de soledad” en Ciudad de México. Transmite un aliento narrativo distinto a sus novelas. María y Saturno buscan en la capital catalana lo que García Márquez llama “la felicidad posible”. Tal vez por el estado de tranquilidad en que estaba, me quedé más con esa idea que con la metáfora de la ciudad como asilo.

Once años después de su muerte, el premio nobel de literatura colombiano sigue siendo un edificio de muchos niveles que amerita ser explorado una y otra vez, en especial desde el punto de vista urbano. Salí a los amplios espacios peatonales, diseñados con el espíritu de ágoras griegas, subí entre escaleras, ventanales y ventarrones que atraviesan la estructura, y no fui a la segunda conferencia porque me atrajo la relajación de jóvenes y adultos tumbados en sillas al estilo diván, frente a un jardín de arbolitos de ciro, propios de la región Andina. Unos movían la cabeza con sus audífonos, otros miraban el paisaje renovado y los oí celebrar que exista un sitio así.

La inteligencia artificial me dijo en el teléfono que los arquitectos que lo construyeron pretendían “democratizar las alturas bogotanas”, y parece que lo lograron a un costo de $106.000 millones. Verifiqué fuentes, y el proyecto estuvo en la lista de “elefantes blancos” de la Contraloría de Bogotá por demoras y sobrecostos. Me fijé en la gente: los recostados, los que preferían los senderos de ladrillo rojizo, los que subían y bajaban, todos distensionados, con cara de contentos. Pensé que no tiene precio verlos en esa actitud, evadiendo el estrés y la agresividad de las calles.

Han abierto otros cuatro centros felicidad en barrios marginales, aunque este es el único “parque vertical” con el objetivo de convertirse en válvula de escape para un millón de personas que vienen cada día a este clásico sector de Bogotá, la mayoría a trabajar apiñados en oficinas o a estudiar.

Me tendí a respirar profundo. Puede ser posible un estado de felicidad en la era del caos. Aclaro que no estaba fumando nada. Nadie alrededor fumaba. Ni adictos al vapeo había. Nos comportábamos como ciudadanos respetuosos. Uno de los funcionarios que cuida que todo funcione dejó escrito en un pizarrón lo que parece será una campaña de concientización: “Elegimos cuidar y soñar”. Alguien que salía de los modernos baños comentó: “Cuánto durará esto así de bonito”.

Recordé que se especula que Colombia está en la lista de los países más felices del mundo, ojalá fuera así, y otro de los cuentos que leí de Gabo: “Muerte constante más allá del amor”, en el que “los aceites de la felicidad” representan el engaño de políticos expertos en prometer mundos de ficción.

Subí al último nivel, más sillas y jardines para la vida contemplativa. Me dejó impresionado una vista panorámica de los cerros orientales digna del mejor penthouse. Casi que podía alcanzar las nubes cercanas.

Muy calmado bajé de piso en piso, entre las transparencias y los reflejos del edificio, en el que también hay piscinas, gimnasio, aulas para artes y alfabetización digital, incluso un laboratorio de tecnología 3D. Ambiente ideal para la creación y el ocio. Hay una arena para deportes presidida por el lema “Que no nos falte el arte nunca”.

De salida me detuve en el teatro, un foso abierto que evoca coliseos romanos y da a la avenida, donde el estruendo de los automóviles y la algarabía de vendedores ambulantes y rappitenderos me devolvieron a nuestra realidad de asfalto. Para ser sincero, como en “La prodigiosa tarde de Baltazar”, otra historia garciamarquiana, solo me faltó un billar para quedar “loco de felicidad”.

Invito a revisar las memorias del Festival Gabo y a ir al Centro Felicidad Chapinero. Aunque en “Blacamán, el bueno, vendedor de milagros”, Gabriel García Márquez dejó esta constancia: “Porque esto no es una orden, sino un consejo, y al fin y al cabo tampoco la felicidad es una obligación”.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com
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