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Mujeres que matan, publicado en México por Random House (2018) y en Venezuela por Ediciones Curiara (2019), empieza con el suicidio de Magaly Jiménez, el lector acompañará a Sebastián, su hijo, a desentrañar las razones del porqué su madre decidió quitarse la vida, su depresión y la influencia de un club de lectura —integrado solo por mujeres— en sus últimos meses de existencia. Sebastián hará ese descubrimiento de la mano de Elisa, una joven que investiga para su trabajo de grado el aumento de los casos de suicidio en las mujeres, cuyas muertes han sido invisibilizadas en los escasos medios de comunicación que existen y en los archivos policiales: “Mujeres que se rompen sin que nadie se entere. Mujeres que ya no pueden más y se destruyen. Mujeres tristes, muy tristes, tan tristes que eligen desaparecer. Mujeres que no soportan seguir vivas”.
Tanto Magaly como sus amigas del club de lectura son mujeres condenadas al desasosiego de un país sometido a un régimen dictatorial donde imperan el hambre y la violencia, unas mujeres que quieren buscar una escapatoria de su infierno con la lectura, pero lamentablemente en este caso la lectura no las logra salvar, pues con el tiempo se convierten en asesinas de otros y de sí mismas: “La gente no hace nada porque no hay nada qué hacer. A menos que te quieras enfrentar a plomo con la delincuencia. Nadie se mete. Al Alto Mando le conviene que la gente viva en una fila. Todos pasamos formados todo el día. Somos un ejército dormido”.
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Estas mujeres deben enfrentar en medio del caos su feminidad, sus fracasos de parejas, separarse de sus hijos para protegerlos de la muerte, vivir el día a día en un país que se desploma. Si tuviera que resumir la novela de Alberto Barrera Tyszka en pocas palabras, sencillamente el suicidio de Magaly representa metafóricamente el suicidio de un país o más bien de la utopía de un país: “Salía a la calle y todo le parecía gris. Sentía que la gente estaba en permanente mal humor. Que había una tristeza enorme en el aire. Que la gente caminaba sin rumbo por las calles. Que la ciudad se parecía menos a su ciudad, que era un espacio desconocido. Que respirar dolía. Que estar viva no tenía sentido”. Una novela donde un país se desdibuja al igual que sus ciudadanos.