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El fútbol es un chiste (y II)

“Para mí, la pelota era como un diamante, y un diamante no te lo quitas de encima: lo ofreces”: Glenn Hoddle.

Juan Carlos Rodas Montoya

13 de julio de 2020 - 12:41 p. m.
El ñato, de la película "La noche de 12 años", al salir de la cárcel lo primero que imagina es un balón de fútbol con el que se saca a uno, a dos, a tres...
Foto: Archivo Particular
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El fútbol sin público resulta un mal chiste, como escribí en la columna anterior y algunos me dieron la razón y otros aplazaron el juicio. Cuando la releí me reí de una imagen poderosa que he visto habitualmente: alguien juega sin pelota, la levanta, la pone en el pecho, la baja y chuta y el gol es la mejor obra de arte en la historia de los mundiales ficcionados. Sé de otros que aprovechan esta “realidad”: rematan, el balón mágico pega en el palo, les vuelve a quedar y hacen otro malabar poético. Otros patean la bola imaginaria, hacen contorsiones con ella, la llevan a la cabeza, la ponen en la rodilla, el muslo, el tobillo y la bola sigue ahí, esperando un chute perfecto o el grito inminente de gol.

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El fútbol permite estas imágenes cálidas que se repiten antes de los partidos, en la calle, a la entrada de clase y en los potreros. Nadie ha perdido un partido que se juega así y todas las narraciones terminan en golazos. Sé de jugadores que sueñan con hacer un gol olímpico y practican la jugada, la convierten y hasta preparan el cántico. Sucede en sueños y ofrendan la pelota, no la tiran. Hay quienes sueñan con goles de tiro libre, de arco a arco, penales a lo Panenka, pero nadie sueña con hacer autogoles. ¿Por qué? El fútbol es un desafío de la naturaleza y produce ratos de alegría, efímeros, pero eternos. Nadie sueña con autogoles porque evitamos que el sueño nos desnude como frágiles cuando el fútbol precisa de héroes.

He visto la expulsión de un jugador que enfrentaba al Real Madrid, de nombre Damir Desnica, por “usar lenguaje procaz y soez en contra del árbitro” Schroeter. ¿Lo chistoso? El jugador croata es mudo. ¿Más? Carlos Alberto De Marta, argentino, marcó un golazo que gritó hasta ultratumba, fue a la cámara y gritó: “Mamá…gol…”. Otro jugador mudo, a quien el árbitro expulsó por “insulto verbal”. Actos comprensibles: el fútbol hace estos milagros. Óscar Rodríguez López, de Racing de Santander, le dedicó un gol a su novia, ¿quién no lo ha hecho? En su epitafio se lee: “Aquí yace, eternamente enamorado, el más grande goleador del Real Racing Club”. Era mudo y gritó el gol y fue atronadora la dedicatoria para ella. Goles fonéticos para ofrecer porque son furores sagrados que aparecen en películas como La noche de 12 años, en la que el protagonista representa al joven Pepe Mujica, acompañado de El ñato, quien, después de un encierro de 12 años en las cárceles de Uruguay, abre los ojos, ve la luz y lo primero que hace es imaginar un balón, tres piques, se saca a uno, a dos, “los perrea”, se saca a otro (todos imaginarios), levanta el balón y… los que estaban en las ventanas de la cárcel cantaron el gol, él se tira al suelo y hace gestos de victoria, de libertad, de justicia.

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Por Juan Carlos Rodas Montoya

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