─El gato… ─dijo la mujer─ y siguió llorando.
Me cambié de mesa con la excusa de que tenía frío, y me senté al lado de la pareja ─el calefactor estaba cerca.
Me estiré un poco la oreja izquierda para escuchar mejor.
─¡Cómo es posible, que desgracia!...
Mis pies se movían con ansiedad, deseaba que la mujer repitiera los hechos.
─Sí, sí, así es, no creas que esto solo se ve en los cuentos de terror de Stephen King o de Poe. A veces la realidad supera la ficción.
─Entonces, decías que el gato había desaparecido.
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─Sí, desapareció el sábado por la tarde. Yo estaba arreglando la casa: ordené la cocina, hice limpieza de ropa que no uso, puse a lavar unas cortinas, tiré a la basura aspirinas caducadas, ansiolíticos, antidepresivos que ya no tomo y… recuerdo que dejé las ventanas y puertas abiertas para airear la casa, ya sabes, fumo bastante desde que el médico me retiró la medicación. Cuando acabé la faena, me senté en el sofá a tomarme un café, necesitaba relajarme, y se me hizo extraño no ver al gato a mi vera. Alarmada bajé a la calle a ver si se había caído del balcón, como tenía la mala costumbre de trepar en la barandilla imaginé que podía haberse caído, como sucedió hace diez años con Maxi, el conejo de mi hija… esa fue otra desgracia, la niña aún no se recupera del trauma.
─Entonces, ¿el gato no estaba en calle?
─Claro que no, sospeché del vecino, llegué a creer que lo había capturado y abandonado en cualquier lugar, tal vez, en otro barrio. Pegué una foto de Tony en todos los postes que pude, en el Centro Cívico, en la puerta de la biblioteca, hasta llamé a la policía, me dijeron que ellos ante esa situación no podían hacer nada, y que sin pruebas no iban a detener al borracho de mi vecino. Luego envíe un WhatsApp a los amigos y me ayudaron a difundir la desaparición de Tony. Me quedé en casa esperando a ver si regresaba, pasó el domingo, sin tener noticias. Y hoy lunes…
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─¿Dónde estaba?
─Tenía que irme al trabajo, ya había cerrado la puerta y me acordé de las cortinas, imagínate con todo el trajín olvidé sacarlas de la lavadora.
A la mujer no le salían las palabras de la garganta. El chino hacía ruido con los platos y no podía escuchar. La pareja se levantó para marcharse. El hombre la llevaba abrazada y le secaba las lágrimas. Me levanté de golpe y les grité «¡qué le pasó al gato!». La gente me miraba, al chino se le cayó una bandeja de quesos y chorizo que llevaba a una mesa.
─El gato ─dijo la mujer, mirando al suelo.
─¿Sí, el gato, ¿qué le pasó al gato?
Me miró y se dignó a contestarme.
─Cuando sacaba las cortinas de la lavadora fueron cayendo gatos blancos a mis pies, tenían alas, el cuerpo inflado y el rostro amoratado. Quise gritar y no pude, eran seis. Y… en el fondo del tambor estaba Tony, temblando de frío, con la nariz roja.
─¿De dónde salieron los otros gatos? ─Pregunté.
─ Viejo chismoso, ¡acaso no sabe que tienen siete vidas!