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Este tema se ha vuelto un eje muy particular dentro de la agenda cultural paralela a la CELAC. Quisiera comenzar por ahí: ¿por qué considera importante hablar hoy de decolonialidad?
La decolonialidad se refiere a una comprensión del mundo que hace visibles las relaciones que han construido la realidad que habitamos. Es importante hablar de eso ahora porque la devastación ecológica y social que enfrentamos —y que nos tiene al borde del colapso humano— está relacionada con formas de producción, de distribución de la riqueza y con prácticas de trabajo que tienen su origen en el colonialismo.
Con la conquista de América se comenzaron a experimentar formas de organización de la producción que dieron lugar a un mercado mundial, que finalmente originó el capitalismo que habitamos. Todo eso ha generado múltiples daños que han arrasado formas de vida y redes.
A propósito de lo que menciona sobre la devastación ecológica y social, que tienen raíces en la historia del colonialismo... ¿por qué replantearnos de manera estructural esas causas?
Tengo la impresión de que ahora hay un esfuerzo que se está iniciando desde algunos lugares de Latinoamérica, regidos por gobiernos progresistas, que intentan debatir esta dimensión estructurante de los problemas. No podemos resolver el problema del cambio climático si no atacamos las causas fundamentales de la devastación ecológica, que tienen raíces en esas distribuciones históricas de poder.
Seguimos trazando fronteras muy fuertes entre países ricos y empobrecidos, empobrecidos también por las intervenciones que generaron riqueza en los países que hoy la tienen. Si no cuestionamos que haya tomadores de decisión con derecho de veto en la ONU, y esas formas desiguales de distribución de la agencia entre cuerpos de ciertos territorios y del norte global, no vamos a cambiar los efectos que tienen un impacto muy fuerte sobre muchas vidas. Creo que por ahí va la discusión.
En uno de los conversatorios, Lucrecia Martel dijo que “si hay algo peor que ser colonia, es ser excolonia”. ¿Cómo interpreta usted esa idea? ¿Qué relación encuentra entre esa afirmación y lo que se denomina “colonialismo interno”?
No sé si estaría de acuerdo con esa formulación en su totalidad, pero sí con el espíritu de la misma. El “colonialismo interno”, una expresión de González Casanova, da cuenta de la forma de colonialidad que persiste en la República. Supone que ciertos territorios del sur del país tienen menos infraestructura, menos inversión, y que la gente siente que no está representada ni tiene capacidad de incidencia en las cuestiones del país. Todo eso tiene que ver con las dinámicas de distribución del poder que son coloniales y que siguen vigentes.
De cierto modo seguimos siendo colonia porque el poder sigue siendo entendido en términos de un reparto muy desigual entre lugares y personas. Eso se decide con marcadores como la raza y la clase, que van muy de la mano.
¿Qué le dice a usted el hecho de que la agenda cultural paralela de la CELAC aborde estos temas mientras, al otro lado, los jefes de Estado discuten asuntos políticos? ¿Qué lectura hace de esa coexistencia de espacios?
Es un mandato: tienen que tenernos en cuenta, porque la democracia debería reconocer mucho más el poder popular y la capacidad de decisión de la gente. Hay que considerarlo para poder transformar dinámicas del día a día que afectan a la población. El daño ecológico se siente en el incremento de los productos cotidianos, en dónde se distribuyen los desechos y en las formas de desigualdad. La desigualdad también tiene que ver con la manera en que estamos dañando las relaciones ecosistémicas, porque los lugares más marginalizados son los más afectados por el extractivismo y sus consecuencias.
El hecho de que la gente sienta que no puede decidir sobre las condiciones de su vida cotidiana, que traen sufrimiento social, supone un llamado para que esa agenda cambie y pueda considerar mucho más los efectos de las intervenciones de los gobiernos sobre las formas de vida.
En el evento, usted conversó con Federico Díaz-Granados, poeta. ¿Por qué considera importante abordar temas como la decolonialidad y la crisis ecológica desde las artes y la literatura?
Todo tiene que ver con todo. Nos comunicamos a través de palabras, nos reconocemos a través de imágenes, los afectos atraviesan todo el tiempo nuestra cotidianidad, y el arte y la literatura saben mover eso de una manera muy potente y particular. En la vida cotidiana estamos envueltos en experiencias que son estéticas.
Habría que pensar cómo hablar de otra manera para responder a las formas de poder y dominación; cómo representarnos de otra manera para romper con imágenes que siguen reproduciendo marcadores coloniales que nos atraviesan con el desprecio y que reproducen el desprecio y el autodesprecio. Hay que contar otras historias, y para eso es importante saber tejer y articular otras narrativas. Los lenguajes estéticos son fundamentales para construir esas nuevas narrativas y para hacernos pensar de otra manera sobre el mundo que habitamos y por qué es como es. Hay una historia detrás que explica que las cosas sean como son, y es importante contarla.
Este encuentro reunió durante tres días conversaciones sobre arte, cultura, música. Una vez concluida la agenda, ¿qué cree usted que se llevan las personas que asisten a estos espacios? ¿Qué efectos o continuidades pueden surgir?
Creo que la gente se puede llevar la idea de que hay que decidir, en el caso de la política electoral, por opciones políticas que tengan una agenda redistributiva. Hay que cuestionar la distribución tan desigual de la riqueza y el hecho de que los multimillonarios estén produciendo mayor daño ambiental, quedándose con casi el 50% de la riqueza global, según datos de Oxfam.
También hay que pensar cómo transformar el dominio del poder corporativo frente a los Estados y frente a la vida de los ciudadanos, que sienten que las corporaciones mandan sobre todo. Hay que optar por opciones políticas alineadas con esas exigencias, que se preocupen por el problema social y ecológico, y dejar atrás visiones que pueden devolvernos a formas de violencia que han devastado territorios: despojos, desplazamientos forzados, masacres, proyectos mineros o de grandes latifundios que no mejoran la vida de la gente, sino que niegan sus posibilidades de supervivencia.
Usted habló sobre la necesidad de elegir proyectos políticos con agendas redistributivas y ecológicas. ¿Considera que en este momento histórico hay conciencia sobre la urgencia de ese cambio?
Creo que es un llamado para que las personas entiendan que decidir bien ahora es muy importante porque está en juego el futuro del mundo. Es un momento de urgencia en el que tenemos que optar por visiones políticas que comprendan la importancia de los bienes públicos, los derechos sociales y la sostenibilidad ecológica. Combatir las formas de precarización a las que nos han llevado gobiernos neoliberales es parte de eso. Porque hay una creciente conciencia, pero no sé si es suficiente.
El Gobierno colombiano ha adoptado una postura sobre la situación en Gaza. En esta agenda, por ejemplo, participaron escritoras y escritores palestinos que contribuyeron a esa conversación. ¿Por qué considera importante que se tengan posiciones claras ante hechos como este?
Me parece fundamental, porque el genocidio palestino nos concierne como seres humanos, como habitantes del mismo mundo. No es aceptable que a un pueblo lo quieran arrasar, eso no es aceptable desde ninguna consideración. Además, las raíces coloniales que están a la base del genocidio palestino tienen que ver con dinámicas que también nos han afectado: la idea de que uno puede vaciar un lugar, remodelarlo por completo y sacar a la gente para hacerlo rentable. Esas son dinámicas que se han dado en muchos lugares del sur.
Luchar contra el genocidio es también luchar contra esas dinámicas que siguen acabando con la vida en el planeta. Es una lucha por el pueblo palestino, pero también por el mundo y por su futuro. Si seguimos legitimando esas formas de depredación de la vida de unos para favorecer el bienestar de otros, vamos a terminar con un mundo cada vez más desolado. Vamos a acabar el mundo.
