El Magazín Cultural

El gusto sigue siendo nuestro

Hace dos décadas, Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos se unieron para hacer un espectáculo colectivo. La propuesta, que es más un tributo a la amistad, fue tan exitosa que hoy sigue con el volumen arriba.

Juan Carlos Piedrahita B.
18 de febrero de 2017 - 03:58 a. m.
El gusto sigue siendo nuestro
Foto: EFE - LUIS EDUARDO NORIEGA A.

“Es cierto que cuatro cabezas discurren más que dos, pero mucho más despacio y en direcciones a veces contrapuestas, que hace que en ocasiones deba andarse y desandarse el camino simultáneamente. Todo esto agravado cuando se trata de artistas que, a veces, y no es el caso, son engreídos, desconfiados, contradictorios, frágiles y con una característica común a todos ellos: muy necesitados de cariño. Ellos sólo necesitan cariño”.

El párrafo anterior corresponde al Diario de ruta de El gusto es nuestro, un proyecto emprendido por cuatro amigos que siempre han estado en sintonía con el arte y que, más que sobresalir en tarima, insistieron en mostrar que la complicidad y el colegaje en un oficio como la música se pueden desarrollar de manera afortunada. En 1996, hace 20 años, comenzaron a gestionar sus primeros conciertos en España, es decir, mucho antes de que aparecieran en el camino las iniciativas colectivas entre Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat.

El gusto es nuestro, de Ana Belén, Víctor Manuel, Miguel Ríos y Joan Manuel Serrat, se hizo también con la intención de demostrar que las fronteras en la música son débiles y que es posible pasar de las manifestaciones más tradicionales de la nueva canción catalana a lo social y comprometido, para después hacer un tránsito sutil hacia el rock en castellano. Estos cuatro artistas, hace dos décadas, fueron capaces de eso y de mucho más.

El Diario de ruta estuvo a cargo de Víctor Manuel, esposo de Ana Belén, y a la vez una figura muy cercana desde siempre a las carreras artísticas tanto de Joan Manuel Serrat como de Miguel Ríos. Él le comisionó a Joaquín Sabina, amigo de los cuatro, la realización del prólogo, y el artista, desde la barrera, edificó unos versos que aún hoy sus protagonistas recuerdan con cariño:

El gusto es mío

Asturias, Contamíname, Lucía

El blues del autobús, Luna, Señora,

la palabra, la voz, la melodía,

poniéndole al amor banda sonora.

Dos y dos suman mucho más que cuatro,

tres y una gritándole a la vida,

sólo faltaba yo en la movida,

de la complicidad y los teatros.

Brindo por una reina y tres maestros

que hipnotizan a tres generaciones

por el gusto de ver que el gusto es nuestro.

Víctor, Ana, Miguel, mi primo el Nano,

gracias por perfumar con emociones,

el sueño de una noche de verano.

Lo más fácil para los cuatro artistas es lo que resulta más complejo en cualquier puesta en escena en la que interviene más de un personaje. Cuadrar el repertorio hace dos décadas fue sencillo. Las canciones exitosas de cada uno abundaban en ese entonces, y ahora mucho más, y lo que se necesitaba era establecer en cuáles temas se harían evidentes las complicidades. Ana Belén y Víctor Manuel no tenían ningún inconveniente, pues sus espectáculos en pareja eran mucho más que cotidianos.

Los cuatro se sabían las canciones más emblemáticas de Joan Manuel Serrat. Todos tenían en la memoria los himnos roqueros de Miguel Ríos. Contamíname, una creación de Pedro Guerra, fue muy reconocida en la interpretación de Ana Belén, por lo que tampoco había inconveniente para entonarla al unísono. Otra de las tonadas recurrentes podría ser La puerta de Alcalá. Y con ese repaso rápido por la historia musical de los cuatro artistas, el público de toda Iberoamérica iba a quedar feliz, como de hecho ocurrió.

“Comenzaron a ensayar un 25 de julio en el plató de Berenice, en la Ciudad de la Imagen, Madrid. Habían armado entre todos una macrobanda, de acuerdo con las necesidades particulares de cada uno, y todas las incógnitas parpadeaban ese primer día. Los cuatro estaban prestos para hacer de bomberos si fuera necesario y, al principio, los cuatro trataban de no dar ni un paso atrás en sus principios”, contaba en tercera persona Víctor Manuel en el Diario de ruta, una publicación cuya primera edición salió en diciembre de 1996.

El gusto es nuestro fue diseñado para exhibir las diferencias entre los artistas. No se creó para unificar criterios y para ver a los músicos como si fueran uno solo. En la diferencia, y así lo entendieron ellos desde la primera vez que pusieron un pie en la tarima, se enriquecen las ideas y se multiplican las alternativas. Desde el comienzo estuvieron sintonizados en que querían explorar sus músicas mucho más y que en gargantas ajenas podrían aparecer interpretaciones novedosas. El resultado sería la gratitud del auditorio y no había espacio sobrante para pedir de más.

“Existía un repertorio básico que habían pactado y una gran nebulosa en los bises que debían ensayar. Joan era partidario de no cansar a la gente, de hacer un concierto, si no breve, sí justo, que no agobiase y pasado un tiempo prudencial invitarles a mover el culo y que se fueran para la casa. Los otros tres insistían en que el asunto debía durar con bises y Joan que dos horas máximo con todo. Pero nadie movía una canción de sitio, ni para adelante ni para atrás y desde los primeros ensayos se veía que aquello iba para tres horas largas y aún faltaba por ensayar parte del tramo final”.

Las palabras de Víctor Manuel en su Diario de ruta no sólo reflejaron la realidad de los conciertos en España sino en América Latina. Lo más contradictorio del caso es que, por lo general, el artista que motivaba el regreso de los demás después de haber agotado la lista de interpretaciones pactadas era Joan Manuel Serrat. En su concierto en Bogotá, en el estadio El Campín, en una tarde noche de lluvia, duró un poco más de tres horas y el primero en brincar a escena fue el catalán.

Aparecía elegante como siempre y con un guiño de complicidad hacía que los músicos retornaran a sus lugares, el público volviera a ocupar su localidad y sus compañeros de escena se miraran evidenciando ese inconfundible “vamos otra vez”.

“Se probaron y ensayaron tantos temas que a los músicos ya les salían corcheas por las orejas y aquello no parecía tener fin. Alguien propuso, en broma, numerar las canciones y poner un luminoso en el escenario que anunciara el tema que venía después. Tito Duarte, en una pausa para comer (sólo había pausas para comer), comentó: —Chico, éstos han arramblado con los archivos de la Sociedad de Autores y hasta que no ensayemos todo, no paramos”.

De esas jornadas extensas de ensayos han pasado veinte años. El espectáculo El gusto es nuestro no puede ser el mismo, los artistas han cambiado en estas dos décadas de alegrías y tristezas, de pasiones y de sueños. Se siguen llamando Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos, Ana Belén y Víctor Manuel, pero ahora tiene más experiencia y, seguro, el gusto seguirá siendo del público que los vea.

“El gusto es nuestro. 20 años”. Hoy, Carpa Américas Corferias, en Bogotá. Información y boletería en: www.tuboleta.com.

Por Juan Carlos Piedrahita B.

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