Después de 17 años, Alfonso Cuarón volvió a su México natal a rodar un proyecto que con el transcurrir del tiempo pasó de ser una tarea pendiente a una necesidad.
Roma, en honor a la colonia (urbanización) que lleva ese nombre y donde creció el realizador, va de recuerdos de su infancia, de su familia y, a modo de telón de fondo, presenta al México de principios de los años 70, que en medio de una cruenta violencia se disponía a escribir un nuevo capítulo en su historia.
Compitiendo por el León de Oro en la Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica di Venezia, Roma ha sobrepasado todas las expectativas.
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Es que Alfonso Cuarón hace que el espectador se monte en su montaña rusa de emociones, no sin antes pedirle como ticket de entrada el corazón y el alma, que al final de este maravilloso viaje a sus recuerdos no devolverá tal como eran antes.
Roma llegó pues para generar sensaciones y emociones más duraderas en el tiempo y el espacio, y de paso para plantearnos ciertas preguntas acerca de la nueva forma de ver cine.
Filmada en blanco y negro, se cuenta por medio de Chelo (interpretada por Yalitza Aparicio), una trabajadora doméstica de origen mixteco, que vive con una familia de clase media alta en Ciudad de México.
Sin embargo, más allá de lo que pueda figurar en la sinopsis, este filme es una carta de amor a Libo, la nana del niño Alfonso Cuarón, quien sigue siendo parte de la familia, como también a las mujeres que lo rodearon en su niñez.
Cuarón llegó a Venecia hace unos días, acompañado de las primerizas Yalitza Aparicio, Nancy García, quienes son educadoras en la vida real, y la actriz de larga trayectoria Marina de Tavira. Más que para aclimatarse, el arribo en avanzada tenía como propósito cumplir con una nutrida agenda.
En la abarrotada sala de conferencia del Palazzo del Casinò, sede del festival, a pocas horas del estreno oficial, con previo paseo por la alfombra roja, Cuarón narraba sobre la película que más tiempo le ha llevado realizar, con más de 110 días de rodaje, y en la que asumió no solamente el rol de director, sino también el de guionista, director de fotografía, editor y productor.
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Una hazaña a la que prefiere restarle importancia al recordar que en casi todos sus filmes ha sido una especie de hombre orquesta. Pero la dirección de fotografía, precisamente uno de los aspectos más notables de Roma, esta vez la asumiría por accidente, ya que Emmanuel El Chivo Lubezki (camarógrafo habitual de Cuarón y de Alejandro González Iñárritu) tuvo que despedirse de esta encomienda por problemas de agenda. Y con un “ya no te hagas el tonto” dirigido a Cuarón, lo animó a desempeñar esa tarea.
Alfonso Cuarón, con su cabellera platinada y sonrisa de muchacho travieso, quiere desmarcarse de la nostalgia, a pesar de que en Roma ha hecho una reconstrucción de su pasado, filmando en una réplica idéntica a la casa donde vio transcurrir su infancia, además de rodearse del 70 % de los muebles y cuadros originales que se dedicó a recopilar de todos sus familiares repartidos por todo México.
Cuarón no duda en reconocer que juntar las piezas, sus memorias con las de sus familiares, evocando el pasado desde el presente de sus 56 años, “no siempre fue agradable”, por lo que “hay que acercarse a la memoria sin juicio”, deja claro.
A pocas horas de las primeras proyecciones para la prensa especializada, Roma logró una verdadera proeza en un festival internacional de cine, como lo fue la unanimidad y aun más el calificativo de obra maestra.
Después de Venecia, Roma viajará a otras citas cinematográficas como Toronto, San Sebastián o el Festival de Nueva York, y no es de extrañar que se le siga preguntando a Cuarón sobre el futuro de su proyecto más ambicioso e íntimo, teniendo en cuenta que se trata de una película adquirida por Netflix.
Según Cuarón, Netflix es “un regalo”, ya que a diferencia de otros estudios, no puso pegas a que se tratara de una película en blanco y negro, en español y mixteco, que fuera una historia personal, y además con personajes femeninos como protagonistas.
“Es importante que siga existiendo la opción (de las salas comerciales), pero no creo que se trate de un pleito entre una cosa contra la otra (en referencia a plataformas como Netflix versus las salas); es cuestión de encontrar modelos más armónicos”, intentó zanjar la polémica.
Horas más tarde, tras la proyección oficial en la Sala Grande, durante unos diez minutos se prolongaría la ovación de pie. Sin embargo no fue esta noche en el Festival Internacional de Cine de Venecia cuando Alfonso Cuarón saboreó el éxito, sino hace unos días cuando la nana Libo lloró al ver Roma.