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Creo que desde que leí «El espacio literario» de Maurice Blanchot no había estado tan pendiente de la escritura y su destino. De Blanchot se pueden leer dos escuetas frases que acompañan las ediciones francesas de algunos de sus libros: «Maurice Blanchot, novelista y crítico, nació en 1907 y murió en 2003. Su vida estuvo enteramente consagrada a la literatura y al silencio que le es propio». En efecto, la naturaleza mixta de sus textos, intrincada por lo narrativo, lo ensayístico y el silencio con su densidad, proyecta una fiera de lengua bífida que borra huellas y nos muestra la médula de la condena.
En el «insensato juego de escribir» enunciado por Mallarmé, y citado por Blanchot, «el espacio literario» es ese lugar (o «no-lugar») de inicios que constituye la experiencia de la obra en tanto genera un movimiento del saber que entra en crisis. Eso quiere decir que la escritura espera de sí para ser dominada incluso sabiendo que será inaprensible; su esencia estará fuera de su propio alcance. A través de la invención que se alcanza en la escritura, surge una pretensión que está entre lo que se oculta y lo que se muestra: como Eurídice, quienes escriben están condenados a mantenerse en la oscuridad. Del mismo modo, el lector permanece ciego ante lo que, en apariencia, le pertenece. El sentido último de la lectura es el tránsito por la ceguera. En ella es, en palabras de Blanchot, «la imposibilidad de hacer ver, la que persevera —siempre— en una visión que no termina».
Es decir, la ceguera narra la contraparte de lo visto, ya que mientras la visión se escribe en la luz, la ceguera se hace en la oscuridad. Por eso, al leer comprendemos parcialmente un texto. Es necesaria la relectura para alcanzar, a partir de la visión ciega que como lectores tenemos, una intuición revelada de lo que el texto guarda como inaprensible. Paul de Man plantea que en ese movimiento surge el acto interpretativo.
El arribo de la re-lectura, entre la luz y la oscuridad de lo leído, traza formas de descubrimiento que permiten avivar el reconocimiento como lectores para generar aperturas y dejar que lo que leemos sea porque nunca está terminado, pero acontece en el momento en que deviene la intimidad del autor y la memoria del lector.
Ontologías del texto y del libro son las que sin querer presenciamos: Todo texto es en el momento en que se lee, y en esa línea, «¿qué es un libro que no se lee? Algo que todavía no está escrito (…) Leer no sería entonces escribir de nuevo el libro, sino hacer que el libro se escriba o sea escrito», afirmó Maurice Blanchot.
En el espacio literario, el de las soledades reencontradas, la incertidumbre, colmada de espejos y alas, es la profundidad en la que se nombran las palabras, a la vez que, desde lo que Simon Critchley propone en su libro «Muy poco...casi nada», nos permite habitar lo común, es decir, el umbral invisible de toda democracia por venir.
Por Jonathan Alexander España Eraso
