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Entre lo visual y metafórico de un jardín

El Museo de Arte Miguel Urrutia inauguró el pasado 30 de noviembre “Paraísos y jardines: la naturaleza representada”, que se expondrá hasta el 14 de julio de 2025. En esta muestra exploraron al jardín y la naturaleza como sujetos artísticos y la forma en la que el ser humano se ha aproximado a estos espacios.

Andrea Jaramillo Caro

22 de diciembre de 2024 - 12:00 p. m.
La exposición "Paraísos y jardines" cuenta con 147 obras de la colección del Banco de la República.
Foto: Jose Vargas Esguerra
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Entre el pasto verde y los árboles frutales, un par de leones, un ciervo, un gato, una mariposa y guacamayas de diferentes colores adornan el Jardín del Edén, mientras que Eva señala algo a Adán, que está tendido sobre la hierba. Esta obra de Jan Brueghel (el joven), realizada en el siglo XVII, es una de las joyas del Museo de Arte Miguel Urrutia y la semilla que dio origen a la exhibición “Paraísos y jardines: la naturaleza representada”, que se inauguró el pasado 30 de noviembre.

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El tercer piso del museo se convirtió en una oda a la naturaleza, en la que 147 obras de la colección, de períodos entre los siglos XVI y XXI, crean un recorrido en el que se explora el jardín como metáfora del mundo.

Esta no es la primera vez que una institución del Banco de la República acoge a los jardines como el objeto de una exhibición. En 2022, en Armenia, se realizó la primera edición de esta muestra, que comenzó como una investigación sobre las colecciones del museo, que para 2024 se profundizó.

Luis Fernando Ramírez Celis fue el encargado de curar la muestra en ambas oportunidades. Para esta ocasión decidió dividir su exploración del concepto de jardín en cuatro capítulos que plantean un recorrido entre obras que dialogan entre ellas para dar una percepción de lo imaginado, lo real y los cambios que han atravesado los jardines con los años.

Para iniciar, Ramírez comenzó entendiendo el jardín como una utopía en la que el ser humano siempre buscaba acercarse a la naturaleza. Desde la obra de Milena Bonilla, que lleva el mismo nombre de esta sección y el capítulo, hasta las piezas de un lugar onírico de Álvaro Barrios, pasando por las montañas de La Ceja en el interior de un salón de Carlos Correa y los jardines mitológicos de Jan van Kessel “el viejo”, Ramírez encontró la forma de unir estas piezas bajo la búsqueda humana de la conexión con la naturaleza y lo utópico que resulta la unión de diferentes latitudes en forma de frutas y animales que, de otra forma, no se apreciarían en la realidad.

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“Adán y Eva en el Jardín del Edén” (siglo XVII), Jan Brueghel “el Joven”.
Foto: Jose Vargas Esguerra

“Es una necesidad que se suple construyendo estos espacios con la naturaleza domesticada y que cuya intención es producir bienestar, pero, por otro lado, son mundos ideales, como una utopía, y por eso el nombre de este capítulo. La utopía es como un espacio aislado, originalmente como una isla. Y de alguna manera el jardín también lo es. Es un espacio que está, en su definición, cerrado, cercado. Hay unos límites muy claros. Es el espacio que se está construyendo de una manera artificial para que parezca natural”, aseguró Ramírez para El Espectador.

La artificialidad de estos lugares está dada por el hombre, que durante siglos se ha atrevido a moldear la naturaleza a su imagen y semejanza en una búsqueda por el acercamiento a ella. De ahí parte la utopía hacia el Edén, con Adán y Eva como los anfitriones de un capítulo que muestra cómo se podría haber visto ese jardín idílico que alguna vez se creyó que existía y que se buscó por años en América, creyendo que la Amazonia podía ser un paraíso.

Por esta razón, la obra de Jan Brueghel (el joven) sirve como hilo conductor para obras como “Quietud amazónica”, de Noé León; “Dios vegetal”, de Emma Reyes; “Broadway”, de Miguel Ángel Rojas, y “Ciclo anual del bosque de vega”, de Abel Rodríguez Muinane. La intención de la curaduría de Ramírez era ser directo en la comunicación del disfrute y bienestar que aporta un jardín, y que el público pueda sentir eso al hacer el recorrido.

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Sin embargo, la belleza y el placer de un jardín no son las únicas aristas o conversaciones que plante a la muestra. A través de piezas como “Musa paradisiaca”, de José Alejandro Restrepo, y “Panorama Catatumbo”, de Nohemí Pérez, se explora la incidencia del humano y la violencia sobre aquello que fue catalogado como “Edén”.

Esa acción humana sobre la naturaleza conduce al siguiente capítulo de la muestra, llamada “Jardines”. En este, las transformaciones del concepto de “jardín”, desde esos pequeños espacios frente a edificios y casas en Bogotá que sirven como un reflejo de las personalidades de quienes los habitan, al igual que como una barrera entre lo privado y lo público, hasta los patios interiores o la vista de una hacienda, reflejan cómo hemos percibido estos lugares con el paso de los años y cómo ha cambiado su representación en el arte.

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De la investigación, el curador enriqueció su idea de lo que es un jardín. La búsqueda de la conexión entre distintas obras, junto con la historia de los jardines y los vínculos con la religión y la concepción occidental, marcó la evolución de este concepto en Ramírez. “Me pareció muy interesante poder conectar obras que, de otra manera, no se apreciarían juntas, pero a través de la idea del jardín se crea esa relación, por ejemplo entre las monjas coronadas y bodegones o pinturas de patios bogotanos. Siempre he hablado de la naturaleza domesticada, aunque hay obras en las que se representa la selva, un entorno salvaje, pero que al tenerla en un formato y exhibida, ya es un acto de domesticación”, afirmó.

El curador comentó que una de las lecturas que lo acompañó durante las investigaciones fue “Jardinosofia: una historia filosófica de los jardines”, de Santiago Beruete, un libro que habla sobre la relación entre ambos conceptos y su historia. De ese relato sobre la evolución de los jardines, Ramírez resaltó la visión de Beruete de estos espacios como un cubo.

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“Si te imaginas, por ejemplo, la casa romana, esa concepción de patio o el claustro es como un cubo. Tiene cuatro paredes o un piso y está cerrado en sí mismo, no tiene una relación con el exterior excepto con el cielo. Eso se vuelve como un oasis, pero también como un espacio simbólico que establece una conexión directamente con el paraíso prometido. En el desarrollo del jardín, ese cubo que primero está cerrado. Con el renacimiento y deciden abrirlo hacia el paisaje, y se quita una de las caras del cubo y ese jardín se proyecta hacia fuera. Un desarrollo del siglo XIX fue el jardín inglés, con el que quisieron imitar el paisaje totalmente y no tener los límites. Construyeron montañas, ríos, grutas y contrataban ermitaños para que vivieran en esas grutas”, explicó.

“Cementerio. Jardín vertical” (1992), de María Fernanda Cardoso, es parte de la exhibición.
Foto: Jose Vargas Esguerra

Pero mientras que los ingleses se esforzaban por replicar el mundo frente a ellos, los franceses se dedicaron a moldear e intervenir cada detalle de la naturaleza para que se adaptara a su imagen ideal con una precisión milimétrica.

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Muchas de las aristas imaginables para el concepto de jardín se cruzan en esta muestra, que continúa con el desarrollo urbano de los parques, como la continuación del capítulo anterior. En este, los espacios públicos toman prelación junto con su aparición en el arte y la vida de los colombianos entre los siglos XIX y XX, como una forma de traer bienestar a la población, siguiendo el ejemplo de ciudades como Londres y París, según escribió Ramírez en el catálogo.

El recorrido por la representación del jardín en las colecciones del Banco de la República culmina con observaciones sobre fauna, flora y los jardines floridos. Entre representaciones fidedignas de animales, como escarabajos y arañas, e ilustraciones botánicas, que dialogan con obras como “Maíz”, de Antonio Caro, y la obra de Alberto Baralla, titulada “Una taxonomía para el herbario de plantas artificiales”, se propone una reflexión entre la naturaleza fabricada y la real.

Las flores cierran la muestra en un capítulo titulado “Paraíso” que, con bodegones y monjas coronadas, no solo habla de la simbología de las plantas, sino también da cuenta de la relación que la naturaleza tiene con la muerte. La obra de Rosa Navarro, titulada “Nacer y morir una rosa”, junto con la de la mexicana Yolanda Gutiérrez, “En esencias”, y la de la colombiana María Fernanda Cardoso, “Cementerio. Jardín vertical”, proponen una arista que va más allá de los jardines como pequeños paraísos terrenales.

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“Esta exhibición sí cambió la forma en la que me he acercado a la naturaleza, ahora quiero aprender más sobre plantas”, aseguró el curador. Aunque dijo que es difícil medir el impacto que esta muestra tenga en los asistentes, Ramírez espera que la audiencia comience a hacerse preguntas sobre su relación con el medio ambiente.

Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com
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