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Ver imágenes de los mundiales de los años 60 y 70 deja la sensación de una necesidad: leer el contexto político, religioso y cultural de la época. La ropa de las personas que asisten a los estadios, los peinados, las barbas, cabellos y el tamaño de los uniformes.
Transformaciones que dejan entrever, además, que, en lo fundamental, el fútbol sigue manteniendo su corazón lúdico y juguetón: el arte por el arte, es decir, el juego por el juego y lo que ello implica. Hoy existe el VAR, más árbitros, más control, más miradas, más dinero, más negociaciones, más intereses creados, más televisación de partidos durante el día y la noche. Fútbol para el divertimento en las condiciones adversas en las que se vive, pero fútbol que cura y que salva.
Ese fútbol que se juega como recocha, en la calle, entre amigos, vecinos, y cuyo único fin es ganar para que el otro pague la gaseosa o la cerveza y que se convierte en el reto vital porque hace que se extienda la conversación con el alegato innecesario pero catártico porque, al final, un apretón de manos es la esperanza de la revancha del próximo juego.
Eso no está escrito en ningún manual ni en la normativa que reglamenta al fútbol profesional. En el fútbol callejero es preciso hacer una vaca para pagar el vidrio que “todos quebramos en la casa de doña Carmencita”. Códigos implícitos que se vuelven complicidad humana, solidaridad ferviente y una especie de cofradía que tiene como principio el bienestar de todos en términos de alegría y felicidad, que son las virtudes que produce un balón en manos y pies de quienes comienzan el juego de la vida.
Nada más implícito que celebrar un gol a rabiar cuando lo hace el mejor amigo, el que es cómplice fuera del terreno, el que conoce más nuestras debilidades y fortalezas, el que más secretos conoce, el que sabe de miedos, dolores y alegrías, mejor dicho, con el que mejor sabor tienen las cervezas. Con ese se juega de memoria, las palabras están de más y el balón caerá donde él está esperando: esas son las obras de arte de los códigos implícitos en este juego de la pelota que tanta pasión despierta. No importa que haya mercadeo, política, religión, música, intereses, rabietas, sociología, crítica, filosofía y literatura, el fútbol no tiene ni ciencia ni epistemología, afortunadamente.