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Mientras escribo esta editorial escucho la melodía La Lorenza. Un acorde de música de banda con instrumentos de viento ejecutado por “La Super Banda de Colomboy”. Esta melodía, junto con “Tres clarinetes”, “María Varilla”, “Río Sinú”, entre muchísimos más, constituye la llamada música de banda que el Caribe colombiano ha creado y que el folclorólogo y escritor Guillermo Valencia Salgado, “Compae Goyo” denominó la música clásica del caribeño. Hablo en concreto de los porros que hacen parte de la vida cotidiana de los habitantes de la Costa Norte de Colombia y que no son música para coleccionar sino para escuchar, bailar y nostalgiar si se me permite usar el verbo inventado por el poeta Mario Benedetti.
Crecí entendiendo que para que las lombrices y parásitos no acabaran con mi digestión, era menester purgarme con vermífugos que me hacíanobrar hasta el último animal que vivía en mi estómago. Obrar, qué bello verbo para reemplazar al horroroso defecar: “Ve al baño a obrar, niña, que se te va a torcer una tripa”, gritaba mi madre cuando me veía clavada frente al televisor.
Por las calles, en carretilla, se vendía un manjar para los dioses de la pobreza que éramos entonces y que siguen siendo muchos coterráneos. Se trata del mafufo o cuatrofilo, un plátano de tamaño corto que frito o cocido es una delicia cuando se come al desayuno, al almuerzo o a la cena, acompañado de queso o suero, éste último es una crema de leche cortada y batida con sal que se deja caer sobre todo alimento harinoso que lo permita.
Una pelea entre vecinos o entre pelaos es un bololó. Cuánta sonoridad en esa palabra aguda, sonoridad para hacer honor a la alharaca que finalmente no arrojaba sino víctimas aporreadas (golpeadas) y llenas de polvo en todo el cuerpo. Es claro que un bololó no es una matanza.
Cuando el hambre arreciaba, se apoderaba del sintiente una agonía, un déjame está que podía calmarse con pan y Kola Román, una clásica bebida gaseosa de un empresario colombiano cuyo sabor no tenía nada que envidiar a la centenaria bebida negra que nos envenena día a día.
Todo este elogio de la música y del lenguaje de una específica región de Colombia no pretende ser chauvinismo de poca monta. Es una apuesta por evidenciar que los pueblos, a pesar de este mundo estigmatizado por la homogeneidad que ha arrojado la globalización, siguen empeñados en su autenticidad casi sin pretenderlo. Y en este sentido, el lenguaje nos hace ser; en este sentido, el lenguaje nos libera del esnobismo y de la colonización de una semántica pringada de posverdades o verdades que conducen a no ser.
(*) Este texto es la Editorial del Vol. 4 N°1 de la Revista DESCONTAMINA, que se puede leer en este enlace:https://descontamina.org/