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América Latina
“La panela hay que rasparla con el corazón para sacarle la alegría”, una frase así, quizás una palabra más, o menos, nos dijeron en la primera parada del recorrido sensorial por la comida de América Latina. Minutos antes, estuvimos limpiando unos fríjoles, debíamos quitar las impurezas, dejar la esencia. Estábamos en una cocina mexicana, una luz suave y llena de maíz. Los ojos de la mujer que nos hablaba eran dulces; sus movimientos, lentos; su piel, morena. Parecía contar un secreto al mismo tiempo que comenzaba a despejarnos el camino para que pudiéramos encontrar uno muy personal dentro de nosotros.
Habíamos retrocedido varios años, estábamos en la cocina de la infancia, a la que solo podemos regresar cerrando los ojos. Mi compañera de recorrido, una española, nos contaba cómo su tía limpiaba los garbanzos, uno a uno, antes de prepararlos, mientras tanto yo miraba un molino puesto en la esquina como parte del escenario y llegaba al patio de mi abuelo junto a la jaula de los azulejos. La mujer que nos recibió transmitía la paz necesaria para que le contáramos algunos de nuestros primeros recuerdos. Hablamos con un nudo en la garganta, y apenas comenzábamos el camino. Al despedirnos dijo: “Lo que nos une es el maíz”, después tocó una campanita que colgaba de una bombilla de luz tenue y pasamos a la siguiente sala, con el dulce de la panela en las manos.
“La gente, hecha de maíz, hace el maíz. La gente, creada de la carne y los colores del maíz, cava una cuna para el maíz y lo cubre de buena tierra y lo limpia de malas hierbas y lo riega y le habla palabras que lo quieren”, Eduardo Galeano.
En la siguiente sala estaba Cristina Osorno, gestora cultural de Casa América de Catalunya, pero esta vez recibía a los invitados en su faceta de actriz. Una sonrisa, dulzura y ojos de complicidad. Nos sentamos en sillas pequeñas a verla batir el chocolate, ella hablaba de cuántos hervores eran necesarios para tener la mejor bebida, y jugaba con astillas de canela mientras el aroma nos traía más recuerdos. El tacto y el gusto con los ojos abiertos están un poco distraídos, por esto, después de beber el chocolate en totuma, y muy despacio, nos esperaba una venda en los ojos. Ya tenían toda nuestra confianza y así nos dejamos guiar por diferentes manos y voces hasta el final del recorrido.
Al principio, con los ojos abiertos, el viaje había comenzado con las palabras de las primeras anfitrionas y los elementos decorativos: la tostonera, el mate, la ñoquera, el budare, el molcajete, el tejolote, las totumas, el molino. Al cerrar los ojos, el viaje fue más personal; no es una experiencia que pueda transmitirse porque hay que vivirla. Este es el gran trabajo de un grupo de actores formados en la estética del Teatro de los Sentidos, bajo la dirección de Nelson Jara y Cristina Osorno, ambos colombianos. Juntos prepararon este recorrido en el marco de las IV Jornadas sobre Gastronomía Latinoamericana, organizado por Casa América de Catalunya y que finalizó la semana pasada en Barcelona.
Los sonidos típicos de un mercado, los voceros de los puestos, un radio con música en la cocina, la radionovela de fondo, harina fresca para hundir las manos, harina mojada para amasar una arepa, el cilantro, el sabor a mango, el olor de la guayaba. Es un viaje por Los Andes y el Caribe, hecho a la medida.
“Y cuando el maíz está crecido, la gente de maíz lo muele sobre la piedra y lo alza y lo aplaude y lo acuesta al amor del fuego y se lo come, para que en la gente de maíz siga el maíz caminando sobre la tierra”, Eduardo Galeano.
“Somos maíz”, dijo la anfitriona de la última parada, y nos entregó una taza con una crema caliente junto a un lápiz y papel. Poco antes nos habían quitado la venda de los ojos. Ahora debíamos compartir algo sobre nuestras propias cocinas por escrito. Mi compañera de recorrido parecía tenerlo pensado desde hacía años y llenaba renglones sin parar, yo intentaba recordarlo todo al mismo tiempo, condensarlo en algo parecido a un poema. Al final, solo quedaba dar las gracias al grupo de actores. Ellos son capaces de despertar esos sabores, aromas y sonidos que creíamos perdidos.