El papa Julio II ha sido recordado tanto por su compromiso con la consolidación del poder romano y papal en la política italiana y europea como por haber sido el mecenas de grandiosas obras de arte en un momento único del Renacimiento italiano. En los albores del siglo XVI, el Vaticano fue el epicentro de un arte majestuoso, con Miguel Ángel Buonarroti, Donato Bramante y Rafael Sanzio trabajando al mismo tiempo al servicio del poderoso pontífice.
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Como parte de sus aspiraciones políticas, Julio II quiso reestructurar los espacios donde se ejerce el poder y así trasmitir un contundente mensaje de soberanía religiosa, filosófica y política. Mientras que Miguel Ángel decoraba la Capilla Sixtina, el arquitecto Bramante intervino para que el joven pintor Rafael Sanzio fuera el responsable de la decoración de las habitaciones centrales del Vaticano.
En esta oportunidad nos ocupamos de uno de uno de los murales que decoran el recinto papal conocido como Estancia de la Signatura o Estancia del Sello. No era una habitación cualquiera, pues solía ser la biblioteca papal, un lugar emblemático de la autoridad académica, del conocimiento al servicio del juicio justo y la verdad. Además, como su nombre lo indica, la sala era el lugar donde se sellaban documentos y formalizaban decisiones del alto gobierno de la Iglesia católica.
En su obra Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos, Giorgio Vasari (1511-1574) se refirió a la principal obra de la sala como La disputa del sacramento. En palabras de Vasari, en los gestos de los santos y doctores de la Iglesia “se advierte una cierta curiosidad y el afán de encontrar la verdad de lo que les hace dudar, haciendo el gesto de disputar con las manos y los movimientos de sus cuerpos, prestando atención con sus oídos, frunciendo el ceño o mostrando el asombro de diversas maneras”.
Según algunos, la lectura y el título fueron inadecuados para la obra de Rafael, ya que, más que querer plasmar una polémica, la pintura pretendía explicar el misterio de la fe y celebrar la autoridad superior de la teología. Por esta razón, algunos prefieren referirse al mural como El triunfo de la eucaristía o El triunfo de la Iglesia. No parece que la intención de Vasari, Rafel ni mucho menos de Julio II hubiera sido referirse a un conflicto. Si bien en la escena es evidente que hay diversas personalidades que parecen exponer sus ideas, no es necesario suponer que estuvieran en desacuerdo.
El término latino disputatio alude a una práctica de diálogo académico y riguroso para el esclarecimiento de la verdad, no necesariamente a la confrontación de ideas opuestas. Finalmente, la intención de la pintura era mostrar cómo las incertidumbres de la filosofía se resuelven gracias a la correcta interpretación de la palabra de Dios.
Si bien, es evidente que La disputa del sacramento es el tema central de la sala, es menos conocida que otra pintura, también de Rafael, que está justo en la pared de enfrente: La Escuela de Atenas, una escena igualmente compleja con las grandes figuras de la filosofía clásica secular.
No hay en estos complejos frescos ningún detalle gratuito: cada figura, personaje y gesto tienen un propósito. Entender la complejidad de estas pinturas de Rafael no es una tarea fácil, ya que son una expresión abrumadora de conocimiento filosófico y teológico cuya comprensión exige un observador erudito, y no parece que su propósito haya sido el de llevar mensajes devocionales a un público iletrado. La idea era justamente mostrar que el papa poseía los conocimientos y la autoridad que requiere un gobernante justo, quien tenía a su servicio no solo la razón humana, sino también la sabiduría y la inspiración divina. Es imposible saber con certeza hasta qué punto Rafael siguió instrucciones papales al pie de la letra sobre los motivos y personajes elegidos; sabemos que el teólogo Egidio de Viterbo tuvo directa injerencia en los contenidos teológicos de las pinturas de Rafael, pero seguramente la complejidad de la trama filosófica de sus pinturas es el resultado de la genialidad del artista.
La simetría del mural es evidente, se aprecia con claridad una estructura esférica donde una serie de círculos luminosos, sobre los cuales están Dios padre, Jesús, el Espíritu Santo y la ceremonia de la eucaristía, están conectados por una línea recta vertical justo en el centro de la obra, con la custodia como punto de fuga de toda la pintura. En la parte superior vemos el mundo celestial: Dios padre, Jesús y el Espíritu Santo. El padre, en la habitual representación de un hombre mayor y venerable, sostiene en la mano izquierda el universo en forma de esfera. Lo acompañan ángeles y arcángeles, mensajeros entre lo divino y lo terrenal. Jesús resucitado dirige la mirada al observador mostrando sus heridas; a su derecha la Virgen María mira con amor a su hijo y a su izquierda Juan Bautista señala a Jesús como el verdadero profeta. Lo acompañan también otras figuras bíblicas como Adán, quien parece conversar con Pedro a su derecha, y a su izquierda Juan está centrado en la escritura. Al lado derecho de la escena vemos a Moisés con los mandamientos en las manos y varios santos que lo acompañan. A los pies de Jesús está el Espíritu Santo, en su tradicional forma de paloma blanca, rodeado de pequeños ángeles que sostienen los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
En un segundo plano horizontal se representa el mundo terrenal con un altar en el cual se lee el nombre del papa Julio II, sobre el cual está el objeto central de toda la obra: una custodia con la hostia consagrada. En la parte inferior aparecen grandes teólogos y padres de la Iglesia como san Gregorio Magno, san Agustín y san Jerónimo. Al igual que en La Escuela de Atenas, Rafael incluye los rostros de personajes históricos y contemporáneos como el arquitecto Bramante, Dante Alighieri, Girolamo Savonarola y el papa Julio II en la figura de san Gregorio.
También es común en la pintura de Rafael la notoria presencia de bellos jóvenes. Al lado izquierdo sobresale un joven de azul y amarillo que parece dar la espalda a quienes se debaten y procuran entender el contenido de un libro, mientras el joven con un gesto parece indicar que la verdad está en otro lugar, señalando el centro de la pintura donde está la hostia con el cuerpo de Cristo, el gran misterio de la eucaristía. Al lado derecho, otro joven de túnica blanca toma atenta nota de las explicaciones de san Agustín. Los libros en el suelo evocan su importancia al igual que su limitado alcance. El mensaje es claro: el conocimiento de la filosofía y la historia merece ser honrado, pero siempre al servicio de una verdad superior que encarna la teología. En este plano que representa el mundo terrenal se percibe cierta confusión y la duda racional que debe ser superada por la iluminación divina.
La sala en su conjunto, con La disputa del sacramento como motivo central, acompañada de La Escuela de Atenas y su homenaje a la filosofía griega, al igual que los otros murales que se refieren a las artes y la jurisprudencia, es un maravilloso retrato del espíritu del Renacimiento que celebra la alianza entre la Antigüedad clásica y el cristianismo, donde la filosofía, las artes y el buen gobierno están al servicio de la verdad religiosa.