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Fue en París, en 1908, cuando William Butler Yeats hizo el amor con Maud Gonne, 19 años después de que se conocieran en Irlanda. “Los largos años de fidelidad —dijo una de las amantes de Yeats tiempo después— fueron por fin recompensados”. Diecinueve años esperó Yeats: en ese lapso le propuso matrimonio cuatro veces y cuatro veces fue rechazado. En 1903, Gonne se casó con un político de apellido McBride y se convirtió al catolicismo. Yeats denigró de ambas decisiones; un año después, ella se separó y quedó con la custodia del único hijo de esa unión.
Y todo quedó allí. Fue esa noche y no más que esa noche. “La tragedia de las relaciones sexuales —dijo Yeats— es la perpetua virginidad del alma”. En sus cartas, Gonne le decía que lo amaba, que luego de tener sexo nada iba a ser lo mismo.
En 1928, Yeats escribiría en uno de los versos de su poemario The Tower, quizá refiriéndose a Gonne:
Mis brazos son como espina retorcida
Y aún yacía allí la belleza;
El primero de toda la tribu yacía allí
Y tuvo tanto placer;
Ella, que había tumbado al gran Héctor
Y llevó a Troya a la destrucción.
La sección donde están los versos se titula Sus memorias y comprende una de las partes de Un hombre viejo y joven.
Quizá al momento de escribirlo Yeats recordaba que en 1916 había hecho la última propuesta de matrimonio a Gonne y que años atrás, cuando pidió por primera vez su mano, ya sentía lo que sentiría después: que así comenzaron los líos de su vida. En el verano de 1916, Gonne era reconocida por su pensamiento revolucionario y también por los problemas con su primer esposo. Aun así, Yeats le pidió que se casara con él. Ya había tenido aventuras con otras mujeres, efímeras, el eterno amor breve, y entonces volvió a Gonne. Ahora quería tener una descendencia, crear una familia; su biógrafo, R.F. Foster, dice que Yeats hizo esa propuesta más como parte de una deuda que como una promesa de amor. Gonne, una vez más Gonne.
Y ella dijo no.
Nacido en 1865, Yeats provenía de una familia de artistas —su padre era pintor— que en principio se estableció en Dublín y luego en Londres. Eran años de efervescencia política y de búsqueda independentista. En 1880, la familia de Yeats retornó a Dublín; William entró a la Escuela Metropolitana de Arte. Por esos años, Yeats comenzó a escribir algunos poemas influenciados por los prerrafaelistas y algunos escritores locales; en la Dublin University Review publicó también ensayos sobre la obra de Samuel Ferguson.
Luego, en la juventud, vendrían la confusión y el deslumbramiento, hermanas ambas. Además de fundar un grupo de poesía, donde él y otros leían en público algunas de sus ejecuciones en verso, Yeats leyó por esos años numerosos libros sobre espiritismo, misticismo, ocultismo, astrología, mitología irlandesa. Las lecturas lo llevaron al pensamiento; el pensamiento a los ismos de los rosacruces y los herméticos. “Yeats era un místico —escribe el poeta holandés Cees Nooteboom en Tumbas de poetas y pensadores— , un poeta entre dos épocas, un bardo, un druida; (...) el siglo XX empezó y, sin embargo, en el elevado tono lírico de muchos de sus versos el poeta aparece como una figura de una época primitiva, de un mundo lleno de seres fantásticos y supersticiones”.
En los años que siguieron, entre 1886 y 1899, publicó sus poemas y obras de iniciación en Mosada, Cross Ways, The Wanderings of Oisin and Other Poems y The Land of Heart’s Desire. El último año del siglo XIX, junto a tres cercanos, Yeats fundó el Teatro Literario Irlandés, que fue esencial para la formación de una nueva cultura en Irlanda. Una nueva cultura que daría pie a una nueva nación. Un lustro después, Yeats abrió el Abbey Theatre, centro de la cultura dramática de Dublín, donde estrenó alguna de sus obras.
Su bibliografía registra, de aquí en adelante, numerosas publicaciones: la obra de teatro Cathleen ni Houlihan y los poemarios Easter, The Wild Swans at Coole, The Second Coming y The Resurrection. Y su vida siguió. Sus amores, esenciales para su poesía, fueron cada vez más extraños.
Y ella dijo no.
Cuando recibió la negativa, sólo meses después, Yeats pidió a Gonne la mano de su hija mayor, que en ese entonces tenía 21 años. Ella lo rechazó. Y entonces, en septiembre de ese mismo año, Yeats propuso matrimonio a Georgie Hyde-Less, de 25 años. Él ya contaba con 51. Ella aceptó; procrearon dos hijos y tuvieron un matrimonio llevadero. “Cuando estés muerto —le dijo ella alguna vez— la gente hablará de tus amores, pero yo no diré nada porque recordaré cuán orgulloso estabas de ello”.
Ganó el Nobel de Literatura en 1923, fue senador luego, en 1925, y atacó las ambiciones del clero y el gobierno en ciernes. Y el amor seguía allí: estaba presente en Georgie y, en cierto modo, recalaba en la ausencia de Gonne. Y tal vez de muchas otras mujeres que ya la historia de la literatura, de los detalles literarios, no registrará. Historias de amor que descansaron en los versos, sin nombre ni apellido, porque la poesía no es de singularidades, sino de universales.
Y fueron los últimos años de Yeats quizá los más interesantes y en los que su obra volvió a nacer: una operación médica le permitió mejorar su estado físico. Llegaron más aventuras, con una actriz, con una periodista. Y al final sus palabras, que son la decantación de la experiencia: “Creo que mi actual debilidad empeoró por la extraña segunda pubertad que la operación me ha dado, el fermento que ha venido sobre mi imaginación. Si escribo poesía será diferente a cualquier cosa que he hecho”.
jtorres@elespectador.com
@acayaqui