El oficio de cronista según Alberto Salcedo Ramos

En el marco de la primera Feria Latinoamericana del Libro que se realiza en Cartagena, el cronista Alberto Salcedo Ramos conversó con el periodista Gustavo Tatis sobre la importancia de saber armar un relato, compartiendo con los asistentes sus vivencias, anécdotas  y estrategias narrativas. Acá presentamos una selección de algunas de sus reflexiones sobre el arte de escribir crónicas.

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Karina Medina Pino
27 de octubre de 2018 - 10:31 p. m.
Alberto Salcedo Ramos, cronista barranquillero, quien rescata la labor social que puede llegar a tener el periodismo.  / Archivo Cromos
Alberto Salcedo Ramos, cronista barranquillero, quien rescata la labor social que puede llegar a tener el periodismo. / Archivo Cromos
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El cronista se toma su tiempo para conocer bien el personaje que tiene en la mira. Se debe aprender a esperar a que suceda algo digno de ser contado. Es necesario recopilar la mayor cantidad de voces y testimonios que ayuden a construir la historia. “Me tomé más de dos años para hacer el libro El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé. Recuerdo que inicialmente le hice preguntas a Pambe que me evadió sin poder sacarle información pertinente. Solo hasta cuando pude ganarme su confianza fue capaz de confesarme cómo había caído en las drogas. Durante el proceso de investigación entrevisté  a muchas personas y visité diferentes lugares para recoger la información más exacta posible. Estuve en San Basilio de Palenque, Cartagena, Caracas, La Habana, en fin, puedo decir que esa es la clave para una buena crónica: hay que ver el personaje que uno eligió desempeñarse en diferentes espacios y en distintos roles. Es la única manera de conocer su personalidad.  Yo puedo decir que llegué a comprender la esencia de Pambelé, un hombre con un alma extraordinaria. 

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La crónica consiste en hacer visible lo invisible. “Cuando hice la crónica de El Salado, también conté la historia de la seño Mayito, la niña de 10 años que se convirtió en profesora, porque los maestros del pueblo no quisieron regresar después de la masacre. Resulta que esa niñita un buen día colgó un pizarrón en un árbol para jugar a ser maestra con un niño que le dejaron cuidando. Varias mamás del pueblo la vieron y al día siguiente terminaron llevándole a sus hijos para que les diera clases. En una semana Mayito se convirtió en profesora de 38 niños. La noticia se regó y desembocó en que le dieron a la niña el premio Portafolio Empresarial a la mujer del año. La llevaron a Bogotá, le dieron una estatuilla en bronce, se tomó foto con Uribe, el presidente de esa época y con las reinas de Cartagena, salió en todas partes. Nueve años después cuando yo hice mi crónica, ya nadie sabía quién era la Seño Mayito. Cuando la fui a buscar la encontré convertida en una mujer de 20 años con todo tipo de escasez. Estaba descalza, ese día eran las cuatro de la tarde y no había ni desayunado ni almorzado. Cuando me vio se puso a llorar. El país aplaudió que jugara a ser maestra pero nadie le ayudó a estudiar para ser maestra. Después de mi crónica, el Concurso de Belleza de Cartagena le entregó una beca, entonces ella pudo estudiar. Si contar una historia genera este tipo de reacciones, pienso que vale la pena este oficio. El periodismo cumple, fundamentalmente, una funcíon social.

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Un cronista sabe cuando ha terminado su proceso investigativo. Es intuitivo. En mi caso, sé que ha llegado el momento de escribir cuando empiezo a escuchar cosas que ya he oído antes. Si la realidad no me está dando nada nuevo es hora de empezar a escribir. 

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Las columnas de opinión tienen otra dinámica. Cobran importancia los temas coyunturales, temas del momento. “El lector que llega a uno a través de columnas de opinión es porque quiere saber lo que uno dice. Por eso no hay que fingirle escribiendo sobre lo que uno no es, a mí me gusta contar mis vivencias, compartir anécdotas y sentimientos. Mis columnas se pueden leer en cualquier momento. Los temas de mis columnas salen de mi cotidianidad”.

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Como cronista no puedo dejar de referirme a Gabiel García Márquez. No conozco un escritor  con una capacidad de enviciamiento de la palabra tan grande como la de él. Yo lo llamo el brujo mayor, un escritor extraordinario. Lo que hago es posible porque él me iluminó el camino que recorro hoy.

Por Karina Medina Pino

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