Antes, mucho antes de ser arquitecto, actor, esposo, papá o abuelo, Gerardo de Francisco fue músico. Tenía doce años cuando le pidió a su papá que le regalara una guitarra, porque quería hacer lo mismo que hacían sus tíos todos los fines de semana. No le dieron gusto; le regalaron un tiple. Don Guillermo de Francisco supuso que, si su hijo aprendía a domar el instrumento de doce cuerdas, podría amansar el de seis; no se equivocó. En la casa de los De Francisco Cucalón no había mucha oportunidad para el silencio. Mientras Guillermo y Margarita cantaban, el pequeño Gerardo rasgaba las cuerdas.
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Mimetizado entre pasillos, guabinas y bambucos, Gerardo de Francisco estudió y se graduó de arquitecto. Fue el primer gerente arquitectónico del ingenio Ríopaila y se obsesionó con hacer la renovación urbanística de Cali; no lo logró, pues la burocracia le ganó la batalla. La rutina de pedir plata al gobierno municipal, gestionar recursos en las oficinas del Gobierno nacional y plantarles cara a los burócratas de siempre lo fue desgastando. Eso sí, la historia dice y dirá que Gerardo de Francisco es el arquitecto que fundó el Zoológico de Cali, en 1969. Entonces tenía 32 años.
A mediados de los años 80, Gerardo de Francisco estaba metido de cabeza en el negocio de la construcción. Mientras en casa seguía rasgando las cuerdas de la guitarra, el resto del mundo lo identificaba como un arquitecto próspero; sin embargo, la crisis generada por la Unidad de Poder Adquisitivo (UPAC) golpeó a su puerta y a la de miles de colombianos que no pudieron seguir pagando su vivienda, porque el valor de los créditos estaba por las nubes. La economía colombiana, que había adoptado ese modelo desde 1972, se vio estancada y De Francisco entró en recesión.
“La empresa, que tenía un montón de obras en marcha, se quebró, como se quebró medio país. En esa crisis mis hijas me propusieron que me dedicara a la música. Les dije que no, porque me quedaba muy jodido ponerme a dar serenatas a esas alturas de la vida”. Pero lo que Adriana y Margarita Rosa le sugerían, era que abriera un negocio. La música entonces dejó de ser más que una afición. Se convirtió en la forma de ganarse la vida. El 22 de abril de 1984 Gerardo inauguró El Zaguán del Viejo Conde, un sitio emblemático de la Cali bohemia de los años 80 y principios de los 90.
“Monté un grupo de músicos fantástico. Fuera de que hacíamos tres espectáculos en la noche, con más de cuarenta canciones, siempre había un artista invitado”, recuerda.
Fue justamente en el Zaguán donde la actuación lo arropó. Durante una noche de boleros, pasillos y torbellinos, en la que Gerardo era el más aplaudido, el guionista Bernardo Romero Pereiro le propuso trabajar en televisión.
Lo que sigue es historia. De Francisco hace parte de esa generación de actores que interpretaron la idiosincrasia colombiana en la pantalla. Era una televisión diferente. Decir si era mejor o peor que la que se hace ahora es harina de otro costal.
Entre otras producciones, actuó en Loca pasión, Azúcar, Café con aroma de mujer, Marido y mujer, El inútil y la última, antes del retiro voluntario, Un sueño llamado salsa, aunque la salsa, en realidad, es el sueño de Mercedes Baquero, su esposa. El papá de Adriana, Margarita y Martín de Francisco siempre estuvo más cercano a los sonidos folclóricos de América, esos sonidos que desde México hasta Argentina narran la nostalgia y la alegría de un continente de venas abiertas.
Tuvo que llegar la cuarentena para que algunos se enteraran —y otros recordaran— que Gerardo tiene adheridas en sus cuerdas vocales la música de los argentinos Atahualpa Yupanqui y Alberto Cortez; de los venezolanos José Luis Rodríguez, “el Puma”, y Alfredo Sadel, de la peruana Chabuca Granda, del mexicano Gabriel Ruiz o del colombiano Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, quien hizo la música de Mírame fijamente, la canción con la que enamoró a Mercedes Baquero, en 1962.
¿Cómo nació la idea de ofrecer serenatas en Twitter?, le pregunto a don Gerardo.
“La idea fue de mi hija mayor, Adrianita, que está acompañándonos desde el principio de la cuarentena, con su pareja, Giovanni Tessarolo. Una tarde me dijo: ‘Ve, ¿por qué no te cantás una canción ahí en el balcón y la transmitimos por Twitter?’. Me pareció agradable la cosa y eso hicimos. Fue muy exitosa la idea, porque los vecinos me vieron y salieron a aplaudir, pero la sorpresa más grande fue el resultado del otro día”.
Aquella noche de balcón de Francisco cantó A mis amigos, de Alberto Cortez:
“A mis amigos les adeudo la ternura / Y las palabras de aliento y el abrazo. / El compartir con todos ellos la factura / Que nos presenta la vida paso a paso. / A mis amigos les adeudo la paciencia / De tolerarme las espinas más agudas / Los arrebatos del humor / La negligencia, las vanidades / Los temores y las dudas”.
Desde entonces, grabar el video y publicarlo en Twitter a las 5:00 p.m. se volvió un plan y una necesidad de la cuarentena. “Es una locura toda la gente que los ve. Es como tener veinte veces lleno el Pascual Guerrero. Nunca imaginé que eso fuera posible”, dice.
Twitter: bendito y maldito. Twitter: tan bendito para viralizar los sonidos de las cuerdas; tan maldito para multiplicar insultos. A alguien se le ocurrió utilizar el anonimato de la red social para insultar a Margarita y Martín de Francisco, en uno de los comentarios de alguno de los videos.
“A todos los que me han oído, mil gracias por su generosa acogida, pero me permito decirles a quienes tienen el mal gusto de referirse en forma injusta y salida de tono a mis hijos que no se los voy a permitir; no se lo merecen. Más bien no me oigan”, les contestó.
Sobre el asunto, en esta charla con El Espectador, agrega: “En Twitter insultan a la gente de la manera más atroz. Además, con unos términos absolutamente grotescos. Resulta que a Margarita y a Martín empezaron a decirles vainas que me jartan. Entonces les dije que no les aceptaba eso. Por eso no me interesa mucho meterme en las redes. ¿Para ver chismes? No. ¡Qué pereza!”.
“Una sola canción hasta que acabe la cuarentena”. Desde ahora la cita con Gerardo de Francisco solo será los jueves a las cinco de la tarde: “No es una cosa que deba seguir indefinidamente”. Tampoco serán indefinidos el confinamiento ni el COVID-19. Infinito será, eso sí, el legado de un hombre que antes de ser esposo, papá, arquitecto, actor y abuelo fue músico. Uno que regaló canciones en tiempos de angustia.