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“El otoño del patriarca”: ¿Testamento político de García Márquez?

A propósito de los 50 años de la publicación de “El Otro del patriarca”, que se cumplen este mes, presentamos este texto, publicado el 1 de junio de 1975 en la edición dominical de El Espectador, que se adentra en los temas centrales de la novela, abordando la ideología política de la obra, el estilo narrativo de García Márquez y las metáforas que utiliza para explorar la opresión y la liberación.

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Antonio Escribano Belmonte
05 de marzo de 2025 - 10:01 p. m.
Gabriel García Márquez escribió "El otoño del patriarca" entre 1968 y 1975, aunque la idea para este libro la había tenido García Márquez desde que presenció en 1958 la caída del dictador venezolano Marco Pérez Jiménez, cuando el escritor colombiano trabajaba como redactor de la revista Momento de Caracas.
Gabriel García Márquez escribió "El otoño del patriarca" entre 1968 y 1975, aunque la idea para este libro la había tenido García Márquez desde que presenció en 1958 la caída del dictador venezolano Marco Pérez Jiménez, cuando el escritor colombiano trabajaba como redactor de la revista Momento de Caracas.
Foto: The Douglas Brothers
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Digamos, ante todo, que ‘’El otoño del patriarca’', de Gabriel García Márquez, es una novela de fuerte contenido ideológico. Quizá será mejor decir revolucionario. La actitud política de este original escritor está de acuerdo con el contenido de la obra literaria que vamos a comentar. Al menos existe consecuencia entre ambos.

Si alguna misión noble tiene la crítica literaria es la de ampliar los horizontes mentales del lector. Aunque muchas de las cosas que yo diga aquí parezcan elementales, intentaré aclarar la novela según mi leal saber y entender. Tengo el presentimiento de que así como ‘’Cien años de soledad“ no fue claramente comprendida en Colombia, a esta última obra de García Márquez corre el riesgo de sucederle otro tanto. Lo poco que he leído de lo que se ha escrito demuestra un despiste total. No se trata de opinar si este escritor tiene más o menos talento, si su lenguaje es más o menos brillante o cualquier otro detalle circunstancial que, en definitiva, no dice nada trascendente sobre el valor de su obra, porque en realidad no se ha entendido.

Lo cierto es que García Márquez no escribe por pasar el rato, ni por ganar un dinero. Escribe porque desea decir algo fundamental. Y en “El otoño del patriarca” lo que dice tiene para él un valor casi decisivo.

La diversión de leer a Gabriel García Márquez

Una buena parte de los lectores de García Márquez acaban fastidiados por el lenguaje incomprensible de su estilo literario. Tratan de entender, quieren penetrar en ese mundo que intuyen fabuloso, pero no pueden hacerlo. La barrera de sus imágenes y metáforas se los impide. Esfuerzan la mollera hasta que la cabeza echa humo por el excesivo recalentamiento cerebral... pero nada. No logran introducirse en ese mundo grotesco, absurdo y paradojal que G.M. crea con humor corrosivo.

La literatura de García Márquez es lo más parecido a una fábula de contornos mitológicos. Si el lector se desprende de toda pedantería e intelectualismo para poner su imaginación al servicio de la leyenda, no tardará en comprender que las narraciones de este escritor acaban siendo un poderoso recurso de distracción y goce personal. Tanto la fábula como el disparate constituyen un género literario con linajes tan antiguos y preclaros como Homero y Quevedo, por citar solo dos ejemplos.

Quienes gustan de los crucigramas estarán felices con “El otoño del patriarca”, porque esta obra es, en síntesis, un extraordinario juego de adivinar definiciones. Toda ella es ficción dentro de una realidad histórica oculta por símbolos. El lector debe identificar primero la clave, que es la idea central, y después adaptar las distintas partes de la narración al conjunto general del tema. Entonces se verá que todo lo absurdo, obsceno, fantástico, inverosímil, tiene una realidad concreta.

El estilo narrativo

El estilo que utiliza García Márquez para narrar esta alucinante historia es desconcertante y complicado, por ser un estilo indirecto. El lector común no está habituado a leer de esa forma. Le gusta la observación minuciosa de las reglas gramaticales tales como el punto, la coma, los guiones, interrogación, admiración, el orden en el diálogo: “¿Cómo está usted? -preguntó la marquesa-. “Muy bien”. ¿Y usted? -respondió el caballero-. En resumen, todos los signos de sintaxis y prosodia que un buen profesor de retórica está obligado a enseñar como rutina fundamental para leer y escribir.

A García Márquez todo ello le importa un bledo en esta obra. O un pedo, como diría cualquiera de sus personajes. Y no dirían mal, por cierto, en castellano cervantino, quebedesco o celadiano. El escritor narra su historia como quien cuenta una fábula maravillosa, sin resuello y sin pausas. No son los personajes de carne, hueso y lo demás pellejo quienes así hablan y piensan, puesto que ellos son fantasmas que no existen. Son entes representativos que no están bajo las reglas tangibles de la sintaxis y la prosodia. Hablan como les parece. El método es apropiado para la ficción. Esopo hacía hablar a los animales, inclusive respetando las reglas gramaticales, sin que haya constancia científica de que puedan hablar, excepto algunas aves que lo hacen por imitación rutinaria, como ciertos escritores.

El párrafo continuo empleado por García Márquez, jugando con los diálogos, los planos del relato y con los tiempos, no es nuevo en literatura. Al cabo de unas pocas páginas se vuelve familiar. Nos parece que es el que corresponde a esta historia. Ningún otro pudiera quedarle mejor. Es atosigante. No deja tiempo para desviar la mente hacia otros horizontes. Hay que leer todo seguido o dejarlo. Ese es el dilema, sin monolema. Yo no concibo que el autor hubiera utilizado el sistema convencional para escribir esta obra. Redactado en estilo académico, “El otoño del patriarca”, hubiera sido una novela costumbrista corriente. No puede sujetarse a reglas específicas de la retórica porque el hecho supremo es que, buscando una realidad concreta, lo que ocurre sucede en los campos ilimitados de la imaginación.

En “Molloy’', de Samuel Beckett, empieza con un monólogo que traspone el tiempo y el espacio, lleno de silogismos, que dura 115 densas páginas sin un solo punto y aparte. Bate el récord de García Márquez. Es un estilo literario favorable al sistema narrativo de las nuevas generaciones. La literatura moderna se distingue, fundamentalmente, por el dominio de técnicas audaces. Todo el estilo moderno es cuestión técnica. Pero se requiere ser un gran escritor, como lo es Gabito, para utilizarla con prodigiosa coordinación, portentosa originalidad y fantasía inagotable que lo colocan en el primer plano de la literatura narrada en castellano.

El patriarca y su palacio

Adentrémonos en el laberinto. ¿De dónde sale, dónde tiene lugar la acción y quién es el famoso general Nicanor Alvarado, que gobierna con rígida mano, y durante siglos, un país situado en el periplo del Caribe?

El dictador no es nadie personalmente. De ahí un hecho asombroso.

Aunque los símbolos constituyen la clave para la total comprensión de esta novela, la figura del patriarca se convierte casi en un mito. No es nadie individualmente, pero es el conjunto de todos. En él se personifican los abusos, arbitrariedades, supersticiones, fanatismos y otros excesos sociales y políticos. El general no es un tipo biográfico de dictadorzuelo estilo americano, si bien sus barbaridades lo son de cualquier régimen arbitrario. En él se simbolizan todos los defectos de la sociedad patriarcal, mejor dicho paterna lista, donde bajo un halo de tolerancia se han cometido todos los abusos del poder y el predominio de la clase dominante no ha dejado de ejercerse.

Todas las atrocidades que cuenta García Márquez con un sentido paradojal o humorístico son, en el fondo, representación simbólica de los excesos de la clase capitalista que el patriarca personifica.

“Yo no soy más que un monicongo pintado en la pared de esta casa de espantos donde le era imposible impartir una orden que no estuviera cumplida desde antes”, se autodefine el dictador. El patriarca vive en un palacio en compañía de una extraña sociedad compuesta por vacas, idiotas, leprosos, ciegos, paralíticos, prostitutas, servidumbre y centinelas en todos los corredores. El dictador posee la onnimoda facultad de cerrarlo para su seguridad con tres aldabas, tres cerrojos y tres pestillos.

Este palado alucinante es, en realidad, una ideografía para representar un país cualquiera. Es un palacio-país habitado por fuerzas que, al definirse, forman la clase dominante. Las vacas son expresión de riqueza; los leprosos, la clase corrompida de la sociedad; los idiotas, eternos conformistas; los centinelas, la fuerza armada; la servidumbre, los oprimidos. Esta es la sociedad que habita el palacio-país.

De ello no hay duda alguna. El mismo García Márquez identifica al dictador-patriarca con una breve definición:

“Él solo era la patria”.

El clima social que se vive en la ciudad donde está el país significa un análisis de la sociedad capitalista en todos sus estamentos: militar, eclesiástico, moral y político. El general detenta el poder, no recuerda si 107 años o 232 que él vive. Es lo mismo. El tiempo es inmemorial. Ha perdido su valor cronológico. El tiempo del poder aparece en su mente como una visión de las tres carabelas del almirante detenidas en Ja bahía. O sea, desde el primer día que el hombre blanco puso el pie en territorio americano con una decisión de propiedad exclusiva.

Claves Definitorias

Veamos, como ejemplo, dos aspectos de esta literatura moderna de estilo crucigramático, para comprender el valor revolucionario que se esconde detrás de ideogramas convencionales. El párrafo inicial de “El otoño del patriarca” es una clave decisiva y valiosa para desentrañar la intención ideológica de la obra.

“Durante el fin de semana -empieza la novela-los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior”.

Es una hermosa imagen definitoria. ¿Qué quiere decir al descifrarla? Si aceptamos, como más tarde se confirmará, que el palacio patriarcal es la expresión concreta de un país manejado por el poder de un solo hombre, que, a su vez, representa a la sociedad capitalista, veremos que el tiempo -factor histórico-permanece estancado. Nada cambia durante generaciones. Todo lo estancado huele a rancio, decadente, conformista, putrefacto, legártico. Esa es la atmósfera de la casa presidencial. O sea, el hábitat del patriarca dominador por siglos.

El tiempo no actúa como factor de evolución por estar detenido -empantanado, se dice en la costa-, sin recibir el aire renovador de la calle, que es el pueblo. El batir de alas de las aves que penetran destrozando las mallas de alambre -es decir, con violencia- renueva el aire fétido estancado por siglos de aplastante inmovilismo.

Uno, amante de Hitchkock, no puede evitar el recuerdo de una de sus mejores peliculas. Si alguna vez el simbolismo literario ha tenido uso revolucionario, no hay duda que es Garcia Márquez quien lo utiliza de una manera consciente al servicio de su ideología personal.

El párrafo final de la obra es igualmente concluyente. El escritor vaticina con optimista visión el final de las torturas y ve llegar el otoflo del patriarca, con su muerte, que quiere decir la terminación del régimen político dominante.

‘’Los clamores -se lee- de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado”.

Otra vez el tiempo, antes estancado, como sinónimo de dominación perpetua, ahora, por fin, el tiempo eterno ha terminado con la muerte del Patriarca, ue significa la liberación de las masas. ¿Se quiere literatura más clara? Naturalmente, clara para los que han agrado agarrar los hilos de Ariadna ara salir del laberinto narrativo.

Otras claves valiosas

En el crucigrama que venimos fomentando hay otras ideografias fascinantes que representan la frustración el poder, la soledad que lo aisla a pesar ie la aparente solidaridad. El general-dictador no es una fuerza compacta, libre de contradicciones, ni la democracia burguesa es capaz de suministrar soluciones definitivas que salven su destino histórico, quiere decir García Márquez con varios personajes trascendentes.

A este respecto, las mujeres desempeñaban un alucinante papel. Tanto Manuela Sáchez -¿tendrá alguna relación con Manuelita Sáenz?- como Leticia Nazareno, hermosas mujeres, ideales como sofiadas Dulcineas, capaces por su belleza de conquistar al hombre, reúnen todas las condiciones de perfección para ser dignas de los esponsales con el patriarca.

La unión del Patriarca con Manuela Sánchez o Leticia Alvarado seria acogida con beneplácito por todo el palacio-país. Pero ambas son frágiles, fugaces, inlecisas, débiles y a veces corruptas, que acaban por desvanecerse después de haber forjado grandes ilusiones y esperanzas. En ellas personifica G .M. la atracción de la democracia liberal, parlamentaria y democrática. Pero no son otra cosa que ‘’la imagen de un sueño reflejado en el espejo de otro sueño”, como dice poéticamente el autor.

Pero es la madre del Patriarca, Bendición Alvarado, el ideograma más representantivo y acabado de todos. Garcia Márquez lanza a través de ella feroz diatriba contra el clero y la Iglesia, como firmes pilares de la sociedad patriarcal y conformista. De una manera grotesca, a veces burlona, otras con brillan tes rasgos de humor, los gestos de la madre Bendición Alvarado representan, bajo aparente inocencia y mansedumbre, la fuerza moral que sostiene al hijo Unigénito. Ella es la fortaleza donde el dictador se refugia en momentos de angustia o después de violentas represiones para encontrar paz y sosiego.

He aquí otra vez el estilo crucigramático. Garcia Márquez describe así a Bendición Alvarado:

“En los tiempos prohibidos en que todavía era joven, era lánguida, andaba envuelta en harapos, descalza, y terna que comer por el bajo vientre, pero era bella”.

Inequivoca definición de la Iglesia primitiva, apostólica, descalza, harapienta, pero hermosa por su fuego interno de sinceridad.

No menos violenta es la representación de las fuerzas armadas. La alta oficialidad aparece corno una caterva degenerada hasta llegar a la antropofagia destructora. El ministro de defensa, general Rodrigo Aguilar, es servido en bandeja de plata, con guarnición de coliflores y laureles y una ramita de perejil en la boca, listo para ser despachado vorazmente delante un banquete de compañeros.

Otro de los personajes que el escritor coloca para representar las fuerzas represivas del país es el misterioso José Ignacio Sáenz de la Barra, encargado de los servicios secretos, de quien se descubre que los talegos de cocos que envía al Patriarca son en realidad cabezas cortadas de los posibles enemigos del país. El general-patriarca acepta que las protestas suceden porque “la vaina de este país es que a la gente le sobra tiempo para pensar”.

Por lo visto, la funesta mania de pensar siempre ha sido enemiga del ocurantismo y la represión. Muchas, muchísimas impresiones surgen de la lectura apasionante de esta novela que considero fundamental en la obra de García Márquez.

¡Es tan rica en sugerencias y tan emocionante en contenido! Me explico perfectamente que haya expresado intenciones de no volver a escribir más novelas por ahora. “El otoño del patriarca” es una especie de testamento político definitivo y definitorio.

Quienes traten de encontrar relación alguna entre “Cien Aftos de Soledad” y “El Otofio del Patriarca” están completamente despistados. Son dos obras distintas. Su única relación es la del ingenio, la fantasia desbordante y la originalidad creadora. “Cien Años” es la saga de un pueblo donde nadie es solidario entre sí y por eso está condenado a la soledad impotente y autodestructiva. “El Otoño” pudiera ser una segunda parte , pero su tema fundamental es la condenación de la sociedad capitaliRta actual, con sus contradicciones, abusos, ignominias y desequilibrios, pero con la esperanza de la liberación futura. Es la esperanza el aspecto diferenciador con la soledad. Frente al otoño del patriarca-sociedad se vislumbra la primavera liberadora.

Por Antonio Escribano Belmonte

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Daneil Castillo(gf1w4)06 de marzo de 2025 - 01:35 a. m.
Que falta de cuidado en la escritura de este artículo. Esta lleno de errores y palabras mal escritas. Pésima labor editorial.
María Luisa Jaramillo Arbeláez(17011)05 de marzo de 2025 - 10:18 p. m.
OJO : "El Otro..... del patriarca" ??
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