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El ideal pacifista de Bertrand Russell, analizado desde un mundo en guerra

Como activista, siempre se opuso a la salida bélica, aunque, cuando entendió lo que implicaba la amenaza nazi, se limitó a decir que la guerra era “un mal menor”. ¿Qué tiene su obra para decir sobre conflictos como el de Ucrania y Rusia o el de Oriente Medio? Ahondamos en sus concepciones sobre guerra y paz durante el aniversario 55 de su muerte.

Santiago Gómez Cubillos

01 de febrero de 2025 - 06:00 p. m.
Russell fue activista durante casi toda su vida. Esta manifestación en contra de las armas nucleares en Londres la lideró cuando tenía 88 años.
Foto: AP - LD
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El fin de la humanidad está a tan solo 89 segundos de hacerse realidad. Eso es lo que definió el Boletín de Científicos Atómicos esta semana con la última actualización del Reloj del Juicio Final, que establece, según el tiempo que reste para la medianoche, qué tan cerca está el mundo de una catástrofe global. Este comité, fundado en 1948 por un grupo de científicos entre los que se encontraban Albert Einstein y Robert J. Oppenheimer, creó esta metáfora como un signo de alarma cuando el destino de la humanidad pasó a estar a merced de un botón. Desde entonces, cada año se ajusta el reloj, y 2025 ahora quedará marcado como el año en el que más cerca hemos estado de la completa aniquilación.

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La guerra entre Rusia y Ucrania, en Israel y Palestina, la falta de acciones contundentes contra el cambio climático y otros cientos de factores influyeron en esta decisión. Para algunos, adoptar una posición pacifista en tiempos de álgido conflicto puede llegar a interpretarse como un acto egoísta o insensible, por el simple hecho de que cada lucha que se libra cree tener detrás una justificación válida. Sin embargo, hubo un filósofo en el siglo XX que se declaró pacifista toda su vida, pues demostró que se trataba de una filosofía compleja que no podía reducirse a un rechazo absoluto de la guerra.

Bertrand Russell, filósofo galés, matemático y Premio Nobel de Literatura en 1950, reflexionaba constantemente acerca de este tema. Durante sus casi 98 años fue testigo de algunos de los grandes acontecimientos bélicos de la historia, y a partir de ellos estableció una postura que el académico español Francisco Alberto Laca-Arocena denominó como “pacifismo político relativo”, por ser “la opción de evaluar ante cada conflicto sus verdaderas justificaciones y las consecuencias previsibles que tendría afrontarlo o eludirlo”.

Una de las ocasiones que tuvo para defender su postura pacifista fue durante la Primera Guerra Mundial, cuando publicó en la revista “The Nation” una carta, en la que señalaba el absurdo cambio de principios de los europeos desde el estallido del conflicto. “Hace un mes Europa era un pacífico grupo de naciones; si un inglés mataba a un alemán, era ahorcado por asesinato. Ahora si un inglés mata a un alemán, o si un alemán mata a un inglés, son patriotas”, escribió. Su rechazo se extendió durante todo el conflicto e incluso llegó a costarle su puesto en la Universidad de Cambridge y seis meses en la cárcel, pero ni siquiera eso pudo hacerlo tambalear en sus convicciones.

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No obstante, pasó algo muy distinto cuando llegó la Segunda Guerra Mundial y el nazismo. En 1943, Russel llegó a declarar que “la guerra siempre fue un gran mal, pero en circunstancias extremas podría ser el menor de dos males”. “Atendiendo al equilibrio de bienes y males en juego en cada situación, la victoria de Alemania en la Primera Guerra Mundial no hubiera cambiado nada apreciable en la vida de los europeos; por el contrario, la victoria de Hitler hubiera convertido el continente europeo en un gran campo de concentración y exterminios étnicos y no solo étnicos. (...) Russell supo apreciar claramente la gran diferencia entre 1914 y 1939; era pacifista relativo, no suicida”, explicó Laca-Arocena.

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Hasta este punto se pueden sacar dos conclusiones del pensamiento de Russell. La primera, que su pacifismo no surgió de una actitud indiferente con los conflictos del mundo: se trató de una postura política que defendió siempre desde el activismo. La segunda, que para él fue imposible mantener una posición absoluta sobre la guerra, porque antes había que entender las razones detrás de cada conflicto.

¿Qué es lo que hace que una guerra se justifique? Y, sobre todo, ¿es posible vivir en un mundo sin guerra? Estas fueron algunas de las preguntas que se hizo y que ahora, más de medio siglo después de su muerte, siguen apareciendo.

La supervivencia del idealismo

En una entrevista con la BBC, en 1959, le preguntaron qué mensaje enviaría si una persona dentro de mil años pudiera escucharlo, a lo que él contestó: “Diría dos cosas, una intelectual y una moral. La intelectual es que, cuando estén estudiando algo o analizando una filosofía, pregúntense siempre cuáles son los hechos y cuál es la verdad que en ellos se oculta. Nunca se desvíen por lo que quisieran creer o por lo que creen podría tener efectos sociales beneficiosos. (...) La moral es simple: el amor es sabio y el odio es insensato. En este mundo, que cada vez está más interconectado, debemos aprender a tolerarnos entre nosotros”.

Russel era un realista, en la medida en que creía en el valor del análisis científico como una manera esencial para aproximarse al conocimiento. A la vez que era un idealista, pues defendía que el análisis filosófico era crucial para que este tuviera algún valor social. Él creía que era necesario “unir ciencia y filosofía para poder preguntarnos cómo hacemos para pensar un mundo en el que el ser humano y el orden global no estén hechos para la guerra”, según explicó el doctor Bernardo Vela Orbegozo, docente investigador de la Universidad Externado de Colombia, quien analiza la obra de Russell a la luz de las relaciones internacionales y el derecho en su libro “Poder, hegemonía y periferia” (2019).

De acuerdo con esta idea, el doctor Tomás Barrero Guzmán, profesor asociado del Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes, estableció que la base del trabajo de Russell estaba en el reconocimiento de que el mundo es un sistema complejo que se mueve por un número infinito de factores que están en constante movimiento. Sobre la guerra y sus justificaciones, estableció este ejemplo: “La forma más fácil de construir un enemigo es identificarlo como alguien diferente a mí. Pero si seguimos lo que dice Russell, primero habría que preguntarse por los hechos. ¿Qué fue lo que indujo a esta persona a esta situación? Y segundo, tendríamos que pensar si estamos odiando a alguien porque lo merece o porque nos indujeron a odiarlo”.

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Russell volvió a su pacifismo radical al comienzo de la era nuclear, pues ya no se trataba de un conflicto contenido, sino de una amenaza contra la especie. Hoy en día esta sigue siendo una de las grandes conversaciones sobre el conflicto, por lo que su pensamiento aún tiene mucho que decir sobre cómo podemos reaccionar a ella.

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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