El Magazín Cultural

El papel del arte frente a la pandemia, según la dramaturga Patricia Ariza

Una de las artistas más reconocidas del país y su llamado a la reflexión para que la cultura aporte "mundos posibles" frente a esta crisis global.

Patricia Ariza * / Especial para El Espectador
24 de marzo de 2020 - 01:00 p. m.
A los 74 años de edad, Patricia Ariza sigue creando teatro, haciendo poesía y defendiendo los derechos humanos. / Cristian Garavito - El Espectador
A los 74 años de edad, Patricia Ariza sigue creando teatro, haciendo poesía y defendiendo los derechos humanos. / Cristian Garavito - El Espectador

Pocas personas examinan lo que está pasando en la cultura. Los pueblos originarios supieron y saben que estamos conectados entre todos y todas y con la naturaleza. Fue el acceso a la modernidad el que  fue separando paulatinamente la cultura de la  de tierra, convirtiéndola en recurso inagotable y puesta, sin contemplaciones, al servicio del confort y del consumo. (Le recomendamos: Murió Santiago García, el decano del teatro en Colombia).

Esta noción transformó el lenguaje y lo que el capitalismo llamó “modernidad” era tan sólo un eufemismo del neoliberalismo, que no es otra cosa,  que  un desarrollo del sistema capitalista que todo lo que toca lo convierte en mercancía. Así entonces, la civilización occidental nos llevó mediante decenas, cientos de guerras,  al lugar donde nos encontramos. A expropiar y explotar la tierra, a horadarla, a sacarle todo lo que la sostiene, los metales, las piedras, el oro y el petróleo. Y, a asociar con la “naturaleza”  todo lo que el capital, en su delirio neocolonialista y premoderno, considera “recurso”. Las mujeres, asociadas con la tierra, la maternidad y el cuidado fueron condenadas a la exclusión y la violencia; las culturas indígenas y afro descendientes, asociadas a lo “primitivo”,  fueron condenadas al desprecio y al abandono. Y, los países del llamado tercer mundo vistos como subalternos, como recursos inagotables…

Una vez coronada esta noción en la cultura, surge la llamada Postmodernidad como el gran “descubrimiento” como el estado de ánimo de la cultura frente a la sociedad de consumo. Surge como el fin de las utopías sociales,  para que quedara sólo una, el consumo, el confort, el aislamiento globalizado  y la apropiación de los Estados. Por eso se venden las empresas de luz, de agua y se privatiza el trasporte público. Por eso se ejerce un poder despiadado y cruel sobre pueblos enteros y sobre los cuerpos de las mujeres y de los trabajadores. Un poder disfrazado de bienestar por medio de  la publicidad que es la envoltura seductora de la crueldad.     

Todo es susceptible de la compra venta y los seres dejaron de llamarse humanos para denominarse emprendedores. Es impresionante escuchar la gente que todavía se hace ilusiones con el emprendimiento, que como dice Boaventura Do Santos es el glamour del neoliberalismo.

La cultura que era considerada un  espacio de valores humanistas. La igualdad, la fraternidad y la libertad de la Revolución Francesa,  pasó a convertirse en un asunto de  Bienes y Servicios. Cuánto vales?,  Cuánto vale tu conocimiento y, para que sirve lo que sabes?. El Estado mismo pasó a privatizarse y los servicios sociales que fueron la gran conquista del siglo XX,   se convirtieron en uno de  los mejores negocios del gran capital. Los bancos pasaron a dirigir el mundo y a cada fluctuación de la moneda acudieron y acuden  los gobiernos, esos sí, subalternos del gran capital, a salvarlos. Léase Lehman Brothers, que fue un ejemplo de lo que se denomina Enriquecimiento por Desposesión. Expropiaron  a decenas, centenares  de deudores que habían sido inducidos a los préstamos por los propios  bancos. Y miles de familias se quedaron en la calle. Más cerca todavía,  la “salvación” que brindó el gobierno colombiano (antes de cualquier medida sanitaria frente al coronavirus)  a los bancos, ¡17 billones de pesos!   

Por supuesto toda oposición estructural a los principios que sostienen este rascacielos con los pies de barro, ha sido y es satanizada como la que más. Los opositores han sido llamados terroristas, incendiarios y castro chavistas. Cuando no terminan presos o asesinados, son condenados al ostracismo.    

A todas estas, en medio de este confinamiento, cabe preguntarse, ¿cuál es el papel de la cultura y del arte en esta crisis? Dónde queda la noción de cultura como el modo de ser, de hacer y de pensar de los pueblos? ¿Dónde queda la memoria? ¿Dónde la capacidad de la cultura de dar respuestas a las crisis? ¿Dónde los valores intangibles como los de la Revolución Francesa, de la Fraternidad, la Igualdad y la Libertad? ¿Dónde? 

Una primera respuesta nace de la ciencia. La física cuántica nos enseñó que el universo está irremediablemente  interconectado y que somos todos, todas y todo, estrellas y planetas, tierra y aire, un gran espacio de información. "El aleteo de una mariposa en Brasil puede desatar un tornado en Texas".

Y la Neurociencia acaba de descubrir (en 1990 por el científico Giacomo Rizzolatti) las Neuronas Espejo. Son unas neuronas que todo lo copian y lo guardan,  por eso se llaman Espejo. Todo lo que vemos que hacen los otros y otras lo copiamos como si lo estuviéramos haciendo nosotros. Por eso el escalofrío cuando vemos un trapecista, cuando vemos un asesinato, así sea en la televisión. Somos nosotros los que lo estamos viviendo. Es, según los científicos,  una especie de altísima evolución de la especie humana que tiene que ver con la mímesis y que sirve como experiencia para enfrentar el futuro. Ya, desde Aristóteles los artistas sabíamos lo que representa la mímesis para el teatro.

En fin, de lo que se trata es de que  en la era científica, lo más avanzado del conocimiento es la convicción de que somos el otro y la otra, de que nada está suelto en el universo. Y de que por lo tanto, si sobrevivimos a esta pandemia cruel, este capitalismo salvaje, esta posmodernidad insoportable tendrá que cambiar! Tenemos que hacerla cambiar a como dé lugar. Tenemos que recuperar las utopías que nos regresen al origen primordial de lo humano. Que nos ayuden a valorar la relación primordial y sabia de los pueblos indígenas y afrodescendientes con la naturaleza y el cuerpo. Y, a la vez, conectarnos con lo más avanzado de la ciencia de la Neurociencia y de la física cuántica.

Y, tenemos que recuperar el valor del arte como experiencia libertaria, sacarla de su valor mercantil y regresarla al lugar de la libertad humana, al espacio de la sensibilidad y de la indagación de mundos posibles.

* Fundadora del teatro La Candelaria, maestra de dramaturgia recientemente homenajeada por el Ministerio de Cultura por vida y obra.

 

         

Por Patricia Ariza * / Especial para El Espectador

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