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El pobre museíto

Se inauguró Los Desaparecidos en Bogotá, una exposición de arte que genera fricciones por muchas razones: porque trae a la memoria una práctica criminal común a muchos países, porque la lectura que hace del pasado sirve para leer el presente (sobre todo ahora que los jefes paramilitares desaparecen extraditados con sus crímenes abordo), y porque la muestra se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, una institución que cuenta con sus propios “desaparecidos”.

Lucas Ospina*
14 de agosto de 2008 - 09:39 p. m.

La más notoria es Marta Traba, su fundadora, que murió en un accidente aéreo cuando regresaba a Colombia, con muchos planes en mente, como volver al museo y hacer contrapeso a los avances de una administración recia, voluntariosa y voraz.

Otro “desaparecido” es la escuela de guías, que dirigió Beatriz González y contó con Doris Salcedo, Daniel Castro, José Alejandro Restrepo, Claudia Fischer, Carolina Ponce de León y Enrique Ortiga, entre otros. Un “desaparecido” más es la curaduría, que mal que bien funcionaba con el antropólogo Eduardo Serrano y el historiador Álvaro Medina, pero que en los últimos años no existe, a no ser que “curaduría” sea un infomercial sobre muñecas Barbie, el montaje y desmontaje de una colección permanente cada vez más reducida, unos salones de arte joven (¿hay arte viejo?), una bienal que se celebra cada seis años y “homenajes” a grandes, medianos y pequeños maestros con un salpicón de citas protocolarias y un montaje de tres pesos en unas salas cada vez más oscuras.

Otro “desaparecido” es el público, que sólo acude en masa a las inauguraciones (¡fluyan las libaciones!), o que asiste a extensiones del museo como al bar El Sitio, en el norte, donde se armó la exclusiva “rumba del MAMbo” con el fin de recaudar dinero —“bono de donación” de $450.000— para construir una pirámide, perdón, un nuevo edificio de más metros cuadrados para mostrar la abundante inopia.

Un último en la lista es Alfonso Rodríguez, conocido como El Gordis, el contador del museo que luego de colaborar durante años arreglando libros “desapareció”. Sus obras de contabilidad, sopesadas en detalle, contarían la historia reciente del MAMBo y otras “desapariciones”. El museo es un mausoleo para el arte, pero aún puede ser un mouseion (“casa de las musas” en griego): un lugar de inspiración para todo el que se atreva a rastrear el destino de los dineros públicos que recibe esta institución.

La gloria es cosa del pasado, lo de hoy es un pobre museíto “sin nadita que comer, sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez…”.

* Profesor Universidad de los Andes

Por Lucas Ospina*

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