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Palabras para narrar la coca en Colombia

Frente a décadas de políticas prohibicionistas, dos mujeres replantean la historia de una planta que, pese a su controversia y estigma, puede contarse desde el arte y el diseño.

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Paula Andrea Baracaldo Barón
28 de julio de 2025 - 12:48 a. m.
Un proyecto busca abrir nuevos diálogos sobre la hoja de coca y su valor cultural.
Un proyecto busca abrir nuevos diálogos sobre la hoja de coca y su valor cultural.
Foto: El color de la coca
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Pía Castro recuerda que su primer contacto con la coca fue alrededor de 2009, cuando alguien en una reunión le ofreció masticar hojas: “pregunté para qué servía y me dijo que daba energía, que ayudaba a mantenerse despierto, enfocado, a conversar”. Y recuerda, también, que pasaron casi diez años para reencontrarse con ella cuando, estudiando plantas medicinales, alguien le compartió mambe: harina de coca con ceniza de yarumo.

Fue en una de las ediciones de Bogotá Fashion Week que hizo realidad una idea que tenía en mente: hablar de la coca desde el diseño. Luego de buscar información, hacer —y hacerse— preguntas, una amiga la conectó con Aimema Uai, un artista de la comunidad Murui Muina:Si quiere teñir con la coca, tiene que empezar por mambear, por hablar con ella, por conocerse con la planta”, le dijo. Pía comenzó, tímidamente, a incorporar la harina de coca en su dieta, a tomarla en infusiones, a experimentar con ella desde lo corporal. Empezó a leer sobre sus propiedades y a sentirla: “Es desde ahí que se crea el vínculo, y esa ha sido también mi forma de relacionarme con ella. Vistiéndola, contando lo que es la coca, pero sin narrar solo desde el lugar del ‘trauma’, o de la violencia, que es lo que comúnmente se conoce”.

Durante ese mismo año, 2019, María Alejandra Torres se involucró con la coca en el marco de su práctica artística: llevaba un proceso de investigación sobre tintura natural, trabajando con plantas nativas y otras que han llegado a Colombia en distintos momentos, además de fibras naturales e historia de los textiles precolombinos. Fue invitada a realizar un taller de tintura con una asociación artesanal del Cauca llamada Agroarte, conformada por mujeres sericultoras. Es decir, mujeres que se encargan del proceso relacionado con la producción de seda: cultivan la planta que alimenta a los gusanos, los cuidan, recolectan los capullos, hilan, tejen y también tiñen. “Algunas de las artesanas llevaron hojas de coca a ese taller y salieron colores. Sabíamos que posiblemente iban a aparecer, porque ellas ya tenían un muestrario impreso que alguien más había hecho, donde había dos o tres muestras. Fue como entender que, en esa conexión que se dio entre todas en ese espacio, había un proyecto en marcha”, compartió.

A María Alejandra y a Pía las unió el arte, el diseño y la cultura. Una desde la investigación artística, interesada en los pigmentos, la historia textil y la conexión con comunidades a través del color. Otra, desde el diseño de modas, el cuerpo y lo espiritual a través de las prendas que llevan el color. Ahora, las une el trabajo en equipo, el respeto por el conocimiento y las tradiciones ancestrales, y la apuesta por una metamorfosis narrativa, estética y política del significado de la coca en Colombia.

El color de la coca

María Alejandra Torres es artista plástica e investigadora, y fundadora y directora del proyecto El color de la coca, en el que colabora con Pía Castro, diseñadora de modas y gestora cultural. El trabajo se centra en la creación e investigación alrededor de la planta de coca con el propósito de generar nuevas narrativas sobre su significado, y promover colaboraciones desde los oficios: convocar a personas de diferentes regiones del país que quieran sumarse y aprender sobre los tintes naturales y la hoja.

La invitación para que el proyecto El color de la coca participara en el Festival Gabo surgió a partir de una alianza con Open Society, organización que financia el proyecto y que, además, cuenta con un área de investigación periodística enfocada en políticas de drogas. Este año, decidieron invitar a varios proyectos con los que trabajan en Colombia, incluyendo el suyo.

“Entramos a hacer la propuesta, pensando que es un festival que, obviamente, tiene que ver con la escritura, la palabra y las narrativas. A partir del trabajo que hemos hecho, eso se vincula con ciertos ejercicios relacionados tanto con la materia de la planta como con las palabras para nombrar la coca”, contó Torres. Ya habían realizado un taller de tintura y estampación con una comunidad en Piamonte, Cauca y se sirvieron de algunas ideas para diseñar uno nuevo.

El punto de partida fue cómo vivir la planta, reflexionar sobre el daño que ciertas narrativas han causado al hablar de la coca; por ejemplo, las de la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes. Por eso, el taller llevaba por nombre “Palabras para la coca”: un espacio para imaginar nuevas formas de nombrarla. Formas que no nacen ni se leen desde lo criminal.

Resignificar “la mata que mata”

Desde 2021, Torres ha estado trabajando e investigando distintos procesos para extraer pigmentos y aplicarlos sobre los textiles y el papel: “Lo que siempre digo es que el color habla desde lo bello, y eso produce una respuesta positiva en la gente”. Gracias a su formación artística ha logrado proponer ideas, investigar y explorar desde esa curiosidad propia del oficio. Se ha adentrado en los colores de la coca para descubrir otras formas y espacios para contarla: “He estado en Naciones Unidas, en la Comisión de Estupefacientes, hablando de la coca. No solo del color, sino también proponiendo y conceptualizando exposiciones para que la gente fuera entienda qué es la planta, la historia de la planta, y que no es solo cocaína”, aseguró.

Y, precisamente, sobre esa comprensión de la política antidrogas a través del arte, ambas coinciden en que no hace falta explicar demasiado sobre el estigma: Torres tiene en mente, cual recuerdo fresco, la campaña de “La mata que mata” que marcó a más de una generación con un mensaje prohibicionista y simplista. “Eso marcó muchísimo, al menos a toda una generación. Uno ve esas cosas sin comprenderlas del todo, y a la vez entendiendo. Y la respuesta es no: la planta no mata”. Las consecuencias de configurar su representación a través del miedo son palpables: la hoja termina asociándose únicamente con la cocaína, invisibilizando su valor cultural, histórico y medicinal; el desconocimiento, los daños y la violencia aumentan; la desinformación juega a favor de los mercados ilegales.

Castro trae al presente la doble información que adoptó en su imaginario por muchos años: “Tenía cierta noción sobre la importancia de la hoja de coca para algunos pueblos andinos. En ese momento, pensaba, por un lado, en los seguidores fervorosos de la planta; por el otro, en la mala fama que arrastraba y que opacaba todo lo demás”. Desde su arte, centrada en el vestir, comenzó a preguntarse cómo abordar esa dualidad desde su propio lenguaje.

Hoy en día, sabe que no se trata solo de lo estético, de darle un color o aplicar un pigmento a la ropa. Está creando un vínculo con la planta, que se materializa en algo tan “simple” como llevar puesta una prenda teñida con coca. “En el taller de Piamonte, por ejemplo, se planificó llevar unas camisetas para los participantes: las iban a teñir y luego iban a ponérselas. Para mí, eso fue algo súper poderoso. Esas personas regresaron a sus casas y les dijeron a sus familiares que eso era el color de la coca”, contó. A ellos los recuerda como “embajadores” de una planta que también se puede vestir.

Un encuentro con la realidad de la coca

El Festival Gabo 2025 trajo como lema “Vernos más de cerca”. Para ambas, la coca conecta personas, une caminos y territorios. Y sienten que esa red no para de crecer; que quienes se acercan lo hacen con ganas de preguntar y hablar y, como dicen ellas, de mirarla con otros ojos. Su proyecto nace de la idea del color, de la materialidad de la planta, pero se vuelve un espacio para desaprender: “Tiene una fama que la pinta como monstruosa, pero en su esencia es un ser pacífico e inofensivo. Una artista amiga que la conoció en un territorio, me dijo: ‘Increíble el contraste entre la historia que cuentan y la planta que vi’”, aseguró Castro.

La coca casi siempre se ha visto a través de una pantalla, en noticias de fumigaciones, decomisos e incautaciones. Pocas veces hemos tenido la oportunidad de verla de verdad, en sus colores, en su forma natural, aunque esté seca. El Festival Gabo, a través de “Las palabras para la coca”, abrió la puerta para acercarse y continuar su resignificación desde el arte, el diseño, la escritura y el periodismo. Una que, sobre todo, puede ayudar a recordar y recuperar tradiciones y saberes ancestrales: que la hoja de coca no solo sirve para teñir telas, que también calma dolores, que puede masticarse para evitar el mal de altura y hasta usarse como puente entre lo divino y lo terrenal.

Paula Andrea Baracaldo Barón

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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