Salió de su morada bien vestido, como todo un abogado, empresario o un cura, caminó hacia su trabajo —la Biblioteca Central Erasmo de Rotterdam—, biblioteca situada en su ciudad natal, esa ciudad a la que tanto aborrecía por su decadencia social y su miseria económica, esa ciudad en la que muchas veces deseaba exterminar la basura que se encajaba en forma humana, como los idiotas o ignorantes.
Decía que todo lo que fuera nocivo a su alrededor debía ser eliminado, nunca tuvo más que pretensiones, por eso su misantropía no se fraguó más allá, o bueno, en cierto sentido sí lo hacía. Llegó a su trabajo y como todos los días, un libro para seguir leyendo o uno nuevo para comenzar, eso sí, mientras atendía los sujetos que tenían alguna duda bibliográfica. Ese día iba a leer su autor favorito — Isidore Lucien Ducasse— el cual, para él, era lo más eminente que poseía su cerebro.
Pasaron las horas y terminó su día laboral, ahora empezaba lo que él llamaba, la recolección de ideas, eran las 6:06 de la tarde, siempre tenía el mismo recorrido y los mismos planes, caminaba por la ciudad en medio de la multitud que salía de compras, de trabajar, de estudiar y muchas otras de sus ocupaciones banales, como las determinaba él. Llegó hasta la estación de trenes donde siempre esperaba la ruta que lo llevaba a casa, esta llegó, él se subió y empezó su exploración de la noche, —eso sí, solo buscaba mujeres para sus crímenes—, observó fijamente a su alrededor, a ver quién estaba sentada rodeándolo y acompañándolo, pero nadie le llamó la atención, después de unos cuantos minutos, en otra estación del tren, se subió una bella pelirroja, acuerpada, con unos libros en la mano, se podía especular que era una estudiante universitaria, él la ojeo y más adelante se le hizo al lado con la misma conversa de siempre, con esa retórica que había cautivado y asesinado a muchas.
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¿Cómo te llamas? ¿Para dónde vas? Pasaron los minutos mientras la rodeada de palabras y la cautivaba de poesía, con el pasar de los minutos entendió que la quería dentro de su colección, la invitó a su casa, ella un poco desconfiada, denegó la invitación, pero él insistió hasta que ella aceptó, el tren llego a la estación que estaba cerca de la casa del recolector, se bajaron y caminaron unas cuantas cuadras, ya la charla era más amena, se había entramado un poco de confianza, llegaron a la morada de este individuo, y ella siguió detrás de él, le ofreció un vino, ella lo aceptó y empezaron a charlar, a los instantes se dio cuenta que ella era un estudiosa de la física cuántica, algo que le atrajo mucho, mientras charlaban ella inspeccionaba el lugar dándose cuenta de la gran cantidad de libros que tenía este hombre, al igual que muchos cuadros de pintores famosos. Como él era un apasionado de la poesía, decidió componer unos versos y dedicárselos:
Sabías que la virtud de la locura está en su sensatez ante el raciocinio, en donde sus más sublimes manifestaciones vislumbran la indiferencia ante la realidad, sin desconocer la distopía del futuro deseable. Te cuento lo siguiente, porque encuentro en ti, esa virtud, sin plantear la locura como un hecho intrínseco de tu accionar, más bien, como una forma de enfrentar los demonios o tus demonios. Es un poco atrevido expresarte esto, pero debo decirte, que te encuentro en la infinitud del conocimiento y la finitud de la existencia, en donde tu arma más prodigiosa para enfrentar tu entorno, es tu capacidad de libertad en la jaula que es este mundo. No planteo juicios de valor, porque no son necesarios, sin embargo, concibo en ti, lo sugestivo del silencio y las conmociones de tu soledad, dos aspectos ambiguos pero que son excelsos cuando el ser humano tiene la capacidad de representar tal ambigüedad en medio de la muchedumbre de la cual hace parte.
Cuando terminó con sus versos, prosiguió con la charla, mientras ella anonadada indagaba acerca del gusto de este señor por la lectura y el conocimiento, a lo que este respondió de una forma muy peculiar, diciéndole que “cada vez que absorbía la esencia de un libro, su alma se elevaba, su espíritu volaba y su corazón se aceleraba, convirtiendo su organismo en una catarsis inesperada, en donde corría sin moverse, observaba sin mirar y escuchaba sin oír; y se transportaba a un lugar sublime, excelso y glorifico, en donde sentía el placer sin necesidad de otro cuerpo, producía orgasmos sin necesidad de eyacular, ese placer, esos orgasmos, que implantaban sus sentidos, al tener tan bello objeto en medios de sus manos y que jugaba con su mente, ese objeto altruista e intrínseco, que le hacía sentir lo bello de vivir y le hace pensar en lo admirable de existir, ese libro, esa obra, esos sentimientos expuestos en versos y palabras, por un sujeto soñador, utópico, realista u objetivo, que instauraba un devenir de ideas y palabras, en un lienzo pulcro y que al leer volvía impuro”, la señorita quedo conmocionada al escuchar tan bellas palabras, y entendió el gusto de este hombre por los libros y el conocimiento.
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Sin planearlo, ella se había enamorado de su asesino.
Pasaron los minutos, él sabía que ya era la hora de actuar, eran las 9:09 de la noche. Le dijo que lo dispensara un momento que iría por algo y no demoraba, ella le respondió que no tardara porque dentro de poco se marcharía. Caminó a buscar lo que el tanto necesitaba; mientras pensaba y decía en voz baja: que excitante un individuo pensante, que orgásmico un sujeto inteligente, que bello una mente eyaculando ideas, que hermoso un cerebro expeliendo conocimientos; placer, encanto, satisfacción; amor mental, atractivo y placentero; regresó de vuelta y sin dejarla ni pronunciar una mínima palabra le atravesó un cuchillo por su cuello y le arranco la cabeza de un solo tirón, mientras la sangre escurría por el cuerpo degollado, este reía a carcajadas, estaba feliz, tenía otro cerebro dentro de su colección, no le importaba la muerte, el sufrimiento o las lágrimas, este era un asesino para unos, para él era un simple Dios en la tierra.
Ahora seguía el paso más importante, despellejar la cabeza, desfigurar el rostro, hasta dejar el solo cerebro, el cual lo metería en una urna llena de alcohol, luego conectaba un aparato que el mismo había creado, el cual se encargaba de succionar las ideas de los cerebros y traspasarlas a una mente viva como la suya, lo hizo, después de unos minutos poseía el conocimiento de alguien que ya no existía, por lo menos entre los vivos, salió de la habitación como si nada, a limpiar el desastre que se encontraba en su sala, durmió tranquilo y feliz, tenía algo que hace unas hora no poseía.
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Al otro día se levantó a la misma hora, con la misma rutina, con el mismo odio y los mismos planes.