“El tiempo en la tierra es demasiado corto para que podamos ocuparnos de algo más que de nosotros mismos”. Esta frase la citó Enrique Vila-Matas en la introducción que escribió para “Bartleby, el escribiente”, en la edición de la editorial Penguin Random House. No sabe quién la dijo y su autoría es confusa. En internet, alguien le dio el crédito al dramaturgo Samuel Beckett. La frase llega a esta introducción como un intento por explicar el extraño comportamiento de un escribiente que fue contratado en la oficina de un abogado, quien a su vez es el narrador de esta historia. Cuando comenzó a llegar más trabajo del regular a su despacho, tuvo que emplear a alguien más, Bartleby, que comenzó mostrándose como el empleado ejemplar, pero un día, sin aviso, prefirió dejar de hacer las labores por las que le pagaban. Prefirió no hacer nada.
Cuando se le preguntó por un libro que lo hubiese conmovido o por su texto favorito de la literatura, no dudó en responder: Bartleby. El exsecretario de Cultura de Bogotá se encontró con la obra cuando tenía, aproximadamente, 18 años, y para esta charla recordó las razones por las cuales la famosa frase del libro “Preferiría no hacerlo” lo atravesó y le hizo preguntas que aún no se responde completamente.
“Las preguntas que hace la literatura siempre serán contemporáneas. Bartleby hoy tendrá una lectura sobre la noción de progreso, sobre qué fue lo que hicimos que hubiésemos preferido no hacer”, dijo Montero, que agregó que una de los interrogantes que siempre se hace al terminar un libro, es qué tanto tiene que ver con él y cuáles fueron los puntos esenciales que lo estremecieron o lo cuestionaron. En este caso fue “la latencia”.
Como nada es muy lógico, comienzan a sobresalir otros temas sobre las implicaciones de la respuesta de Bartleby: el poder de la culpa, las formas o disposiciones a la hora de enfrentarse al trabajo: comenzar a vivir después de trabajar y suspender la existencia al comenzar la jornada laboral, ¿tiene sentido pensar así? ¿El trabajo no es para vivir, pero no se vive cuando se trabaja? Las reacciones ante los imprevistos de otros, que son tan distintos, pero que consideramos tan iguales. El contagio y las nociones de justicia. Todos estos temas se presentan sin presentarse a través de las líneas de este cuento publicado por Herman Melville, en 1853, y que fueron retomadas para la conversación con Nicolás Montero en este capítulo.
Sobre El refugio de los tocados, el pódcast de arte de El Espectador
En La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, hay una frase: “Los libros son espejos: solo se ve en ellos lo que uno lleva dentro”, y a mí me gustó esa frase. Y supe de ella porque la encontré en Twitter, no porque haya leído el libro. La publicó una cuenta que acostumbra subir ese tipo de contenido que suelo preferir, pero que a veces me duele encontrar: la conmoción que me producen palabras como esas es fugaz.
En mi cerebro ya está muy instalada esta dinámica de seguir y seguir moviendo el dedo para leer y leer más trinos de gente que, en su mayoría, desconozco, pero que sigo por alguna razón: otros periodistas, artistas, políticos, líderes de opinión, etc. ¿Y qué es lo que me disgusta? Resignarme a que me seguiré cruzando con ideas de escritores que tardaron años viviendo y pensando ideas que a mí, por un segundo, me moverán, pero no lo suficiente como para salir de mi vana búsqueda de recompensas inmediatas a través de una red social. Me quiero resistir, de alguna manera, a eso. El refugio de los tocados es, de hecho, una forma de resistirme a eso.
La frase de Ruiz la leí segundos después de terminar una novela que, según muchos, “era mala”, pero a mí me había traído el olor del incienso que prendía una tía que ya murió y me marcó mucho más de lo que creí, me había “encendido” las ganas de escribir para entender por qué me sentía tan dolida con mi pasado y me había hecho afanarme para llegar a mi casa y así seguir leyendo a ver qué otra cosa podía descubrir en esas líneas que me hablaban tan directamente.
Me convencí entonces de que la frase de Ruiz era cierta, y de que tenía que seguir leyendo con más voracidad para, algún día, conocerme. Comprendí, además, que había tomado una buena decisión al leer la tal novela “mala”, y que extrañaba cada vez más aquellas conversaciones en las que se cuestionaban las ideas de lo bueno y lo malo en las artes y la vida. Entendí, también, que la literatura era la que siempre me conducía a esas conversaciones y que eran las ideas que de allí salían, las que realmente me habían hecho pensar y querer transformarme.
Hay otra frase que me gusta y que tiene mucho que ver con el objetivo de este pódcast. La dijo Vivian Gornick y también la vi en Twitter: “Además del sexo, la forma de conexión más vital que existe es la conversación”. Y ahí entendí que ya tenía la idea para un nuevo proyecto que reunía los objetivos del Magazín cultural de El Espectador: el placer por conversar y sus saldos, la literatura, las frases que a mí (y estoy segura de que a muchos) me rompían y las redes.
En El refugio de los tocados no hay expertos en artes, sino aficionados a ellas. No hay cuestionarios con preguntas sobre la forma en la que las obras fueron escritas, sino una honesta curiosidad (a veces profunda, otras inquieta y otras, seguramente, torpe) sobre por qué aquel libro mueve algo en el invitado. No es un espacio para preguntar por su intimidad, pero indudablemente mucho de eso queda expuesto.
Sí es, más bien, un lugar para, por un momento, ignorar el cargo del protagonista y así centrarnos en el ser humano: si es un político, por ejemplo, el foco lo ponemos en su intención por entenderse y entendernos, o en su afán por el “bien común” basado en la existencia y no en los números.
Es también una invitación a que nos bajemos de este tren bala en el que, voluntariamente, nos subimos para no darnos cuenta de nada creyendo que nos daremos cuenta de todo.
Un refugio, sí, para recogernos en nuestra fragilidad, que deliberadamente ignoramos para posar de genios o exitosos. Es un lugar para dejarnos arrastrar por esas frases que nos invitan a cuestionarnos y, con suerte, hacerlo. Cada 15 días algún político o alguna escritora o algún empresario, director de teatro, actriz o periodista cuentan las razones por las que eligen una obra en particular para hablar, y entonces hablan, y de esa charla salen ideas sobre la vida, el bien, el mal, lo bueno, lo malo y el origen de esas palabras, que son inventos nuestros.
Hay risas y evocaciones y nostalgia y un respeto absoluto por la palabra y todos aquellos que se han entregado a ella para pensar en algo más que el dinero, el éxito o el poder.