El Magazín Cultural

El sabor de las palabras

“Echaron monedas en las maquinitas niqueladas de botellas de gaseosas heladas y discutieron precios y cantidades con los vendedores de cocos y chontaduros ordenados en pirámides en las carretas estacionadas en las aceras”. Roberto Burgos

Juliana Muñoz (julianadelaurel@gmail.com)
14 de septiembre de 2018 - 02:04 a. m.
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Cantor lee con su acento lejano un fragmento de su novela El patio de los vientos perdidos. Los cuatrocientos invitados a la mesa dejan por un momento el tintineo de sus copas, alistan las servilletas de tela y escuchan para saborear lo que viene, como si fuera el oído y no la lengua el verdadero órgano del gusto.

Un desfile de meseros rodea la mesa del centro, se detienen con los platos en alto, se miran, se presienten, se alinean. Bajan el postre al mismo tiempo  y ante los comensales queda un pie de coco con helado de paila: una torta con centro cremoso y el dulce necesario para no empalagarse, así como no empalagan las palabras de un buen escritor.

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Ya antes Alonso Sánchez Baute había inspirado el plato fuerte con su novela Líbranos del bien: “Para entonces el Valle no era muy grande (…) en algunas casas la comparsa se detenía a desayunar lo que la anfitriona ofreciera: arepas de queso, costillitas de chivo, friche, chicharrón, carne molida y bollo limpio”. Y la palabra se hizo carne: desfilaron cuatrocientas costillas de chivo en reducción de tamarindo sobre bollo limpio y suero costeño.

Este menú fue creado por el chef y cantante lírico Leandro Carvajal para el XVI Congreso Gastronómico de Popayán, que este año tuvo la osadía de presentar en su programación un maridaje exquisito: la gastronomía y la literatura. Estudiantes de cocina, chefs, antropólogos y otros asistentes quedaron encantados, por ejemplo, al descubrir iniciativas como la de la librería Casa Tomada, donde el último sábado de cada mes Carvajal realiza un almuerzo con su reinterpretación de un texto literario que los comensales previamente han leído. Hasta cuentan con un “maître literario”: el editor y artista Juan David Giraldo. “Con los libros he viajado por todo el mundo sin moverme de la cocina”, asegura Carvajal, “busco que los mismos ingredientes nos sepan diferente”. “Los libros son conversaciones”, comenta la librera Ana María Aragón, “y ¿dónde conversamos más? Pues en la mesa”. Luego, dirigiéndose a los asistentes del Congreso, concluye: “La idea es que copien la idea, que desacralicemos las librerías”.

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La conversación de la influencia de la gastronomía en la literatura se extiende. Apenas para mencionar uno de los referentes, Burgos recuerda el comienzo y el final de El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, con esa mítica escena de Aureliano Buendía cuando raspa el fondo oxidado de la lata del café y aquel final en que la esposa del coronel le pregunta qué van a comer y él responde “con una palabra que no voy a repetir”.

Por Juliana Muñoz (julianadelaurel@gmail.com)

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