“El ser humano se reconoce aniquilando semejantes”: Juan Sebastián Gaviria

“Profeta” (Random House) es la nueva novela del escritor colombiano. Un relato en la selva nos adentra en las adversidades y la cotidianidad de quienes hicieron parte de la guerra en el país.

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Andrés Osorio Guillot
25 de noviembre de 2019 - 03:40 p. m.
Juan Sebastián Gaviria también ha publicado libros como “La venta” y “Brújulas rotas”. / Ángela Yepes
Juan Sebastián Gaviria también ha publicado libros como “La venta” y “Brújulas rotas”. / Ángela Yepes
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¿Qué pasó con los ideales de revolución de las guerrillas? Más allá de los fenómenos del narcotráfico, lo que más se les crítica en términos teóricos a las guerrillas en Colombia fue la pérdida del horizonte por sus luchas. ¿A qué se debió este acontecimiento?

Soy de la opinión de que los ideales revolucionarios no son más que retórica y, como tal, un arma y una excusa cobarde para matar. Ya sea un ejército revolucionario, un individuo, un escritor o un político, siempre que alguien empuña los viejos conceptos de igualdad y justicia y comienza a blandirlos por ahí, podemos tener la absoluta seguridad de que lo hace solo para ganar acólitos, votos, dinero, o para darse permiso a sí mismo de franquear sus propias limitaciones morales. Es más fácil asesinar si logras convencerte a ti mismo de que lo estás haciendo por un bien superior. Lo que quiero decir es que los ideales de revolución de nuestras guerrillas no se perdieron, sino que simplemente, con el tiempo y puntos de vista menos ingenuos, a los colombianos se nos hizo posible percibirlos como lo que siempre fueron: una mentira más, otra arma de guerra.

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Usted retrata con acierto la guerra de nuestro país al mostrar que, más allá del bando, todos, o por lo menos la mayoría, provienen de la misma clase social y de los mismos vacíos. ¿Cómo asume, desde su rol de escritor, esta labor de visibilizar uno de los orígenes del conflicto por medio de una problemática social, económica y política?

Todo gobierno es depredador, y esto no debe sorprender. La corrupción desbordada, por el otro lado, es el grotesco espectáculo que se ve cuando un gobierno carece de la motricidad fina y la paciencia necesarias para llevar a cabo su verdadera estafa, su gran engaño, que es ulteriormente perpetuarse en el tiempo. Y finalmente, con suficiente corrupción quedamos con catástrofes sociales como la que hoy en día reina sobre Colombia. No obstante, parece que en medio de tanta miseria y descontento, el Gobierno encontró en la guerra una última esperanza de mantener su dominio y ocultar su mediocridad. Primero posó de víctima. Luego, con suficientes muertos y suficiente sensación de inseguridad, tuvo el descaro de ofrecerse como el gran salvador. Así, pasó de ser el único causante de una guerra para convertirse en la principal alternativa de paz. Fue una movida artera pero eficiente, pues las ya legendarias políticas genocidas que empollaron el conflicto pasaron a un segundo plano y permanecieron intactas.

La guerra nos ha hecho indolentes. Crecimos acostumbrados a almorzar viendo masacres. Esa normalización de la violencia es otra forma de deshumanizarnos. Uno de sus personajes menciona que el dinero vale más que la vida. ¿De qué otra forma nos hemos deshumanizado como sociedad?

No creo que la normalización de la violencia nos deshumanice. Lo que nos deshumaniza es un miedo que proviene de estar siendo abusados constantemente por un gobierno que debería estar velando por nosotros. Realmente, cuando uno se voltea a mirar las políticas que el Gobierno colombiano inflige sobre sus ciudadanos, todas las exorbitantes formas de violencia se vuelven coherentes. Tras un simple vistazo a la manera en que la gran mayoría de los colombianos viven, la pregunta es cómo no lo vimos venir. Nos hemos envenenado unos a otros, y hay momentos espantosos en los que a uno se le vuelve claro que el país se está devorando a sí mismo, no solo bajo la mirada del Gobierno, sino con el patrocinio de este.

¿Qué pasa en un tiempo en que los recuerdos y los símbolos del pasado se centran en las armas? ¿Qué dice de nosotros que muchos encuentren sus fusiles como sus mejores amigos? ¿Cuál es la simbología de las armas?

Creo que las armas han representado, y hace milenios, una división insalvable entre los seres humanos. Desde el primer garrote, desde la primera piedra afilada. Y realmente no importa cuál sea el motivo de la disputa de turno, porque para este punto ya está claro que algo en nosotros, en los seres humanos, ansía el enfrentamiento. Quizás, el hombre encuentra una extrema manera de conocerse a sí mismo mediante la aniquilación de sus semejantes.

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La novela transcurre en gran parte entre los montes. ¿Eso nos habla de la naturaleza como testigo de la barbarie? ¿Cómo incluimos nuestro medio ambiente en las memorias de la guerra? ¿Cómo se configuran ahora los imaginarios sobre los ríos y la tierra fértil si en medio de ellos yacen restos y cuerpos sin identificar?

Para este momento el mundo entero es una gran fosa común. Nuestra civilización ha encontrado en la guerra, una y otra vez, su método preferido de catarsis. En Profeta la naturaleza sí es testigo de la barbarie, pero no hay que olvidar que también es una naturaleza bárbara e implacable. Hoy en día, los hombres nos hemos refinado mucho, y en nuestro enajenado refinamiento hemos llegado a percibir la naturaleza como un lugar que contraponemos a la violencia, un lugar de armonía. Pero no hay nada más violento que la naturaleza, cuyo ejemplo de elegancia en la depredación los humanos imitamos, aunque muy pobremente, con torpeza, en medio de pataletas y reniegos. Creo que estos conceptos no afectan el imaginario colectivo solo respecto a nuestro medio ambiente, sino en cuanto al mundo en general. El planeta Tierra, en este aspecto, es una vieja piedra de sacrificios.

Por Andrés Osorio Guillot

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