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Mi “época MTV” empezó a los ocho años y duró hasta los trece. Ese fue el nombre que le dimos, con una de mis primas, a la fiebre que teníamos por sentirnos más preadolescentes de lo que éramos, jugando, bailando y cantando al ritmo de las Spice Girls, Mandy Moore, M2M, No Doubt, The Calling, Westlife, los Backstreet Boys, ‘N Sync y una que otra canción de Madonna en su reinvención del 2000 (Music). Nuestro escenario estaba siempre ambientado por un televisor en el fondo, sintonizado en el mismo canal (MTV), frente al cual nos sentábamos a las 4 de la tarde sin falta para ver el top 10 y del cual nos alejábamos después de las 11 de la noche, y en algunos otros momentos desafortunados de la madrugada, cuando empezaban a dar lo que llamábamos “videos diabólicos”.
En esos episodios diabólicos de la madrugada, en los que nos quedábamos dormidas hablando y se nos olvidaba apagar nuestra banda sonora, conocí a los Nine Inch Nails. Alrededor de las 3 de la mañana me despertaron unas luces intermitentes que me perseguían con una mirada intensa detrás de un mechón de pelo negro y unas cuantas tomas de poros, venas y pupilas, haciendo que en medio de mi insomnio momentáneo corriera a apagar esa combinación de ruidos raros y lo que para mí eran gritos rabiosos y me escondiera debajo de las cobijas. Después de algunos años vine a descubrir que esas escenas que me aterrorizaban eran parte del video de la canción Into the Void y los poros, las venas y las pupilas eran las de Trent Reznor, vocalista y líder del grupo.
Seguí siendo una aficionada al pop y, por supuesto a MTV, aunque dentro de mi repertorio musical cabía ahora uno que otro tema de Blink 182, Simple Plan, Evanescence y otros que, claro, habían llegado a mí mientras esperaba los primeros puestos del top 10 o el top 20. Mi trance televisivo se interrumpía a veces, cuando pasaban a Marilyn Manson con su versión de Personal Jesus, y después de alimentar mi curiosidad por un rato me sentía aturdida y aprovechaba el descanso para irme a servir algo de tomar o de comer.
Ya el plan no era sólo ver MTV. Había radio y había otros top 20, 50, 100. Ya no pegaba oír S Club 7 ni Hilary Duff; ya la música era un tema de conversación, era algo que representaba. Compré el disco de Maroon 5, Songs About Jane, y apagué el televisor; lo oía las veces al día que podía: desde la ducha, mientras comía, mientras hacía tareas e incluso a veces mientras me dormía. Fue mi banda favorita hasta que descubrí que no hay necesidad de tener una banda favorita. De vez en cuando volvía a prender el aparato y durante los comerciales que interrumpían cualquier serie de televisión argentina del momento pasaba rápido y veía uno que otro video de The Rasmus o Good Charlotte (que seguían siendo un poco “oscuros” para mí).
Mi banda favorita me llevó entonces a encontrarme una segunda vez con Trent Reznor. En una búsqueda exhaustiva por encontrar todo lo que había pasado por la voz de Adam Levine encontré un cover de una canción que se llamaba Closer, un poco artesanal, un poco improvisado, pero, a mis 15 años, la combinación perfecta entre ira, intensidad y sexualidad manifiesta. La oía a veces (con audífonos) cuando corría, cuando estudiaba, cuando iba en el bus, y siempre me generaba curiosidad, un poco más que el Personal Jesus de Manson.
Entonces cambié MTV por VH1, La Mega por Radioacktiva, y me empecé a acercar a algunos éxitos de los 70, 80 y 90. Conocí canciones como Wish You Were Here, Comfortably Numb, Smells Like Teen Spirit, Stairway to Heaven, y grupos como The Police, REM, Depeche Mode y The Doors. Empecé a investigar de dónde venía toda esa música que se salía de mi zona de confort pero que me llamaba, y aprendí a oírla y a disfrutarla como había disfrutado muchas veces Sunday Morning, y arranqué por Nirvana. Una tarde, estaba dibujando con VH1 de fondo y oí algo familiar, pero no totalmente reconocible. Me acerqué y volví a ver a Reznor con sus poros y pupilas, un poco más atormentado que en nuestro primer encuentro. Era el video de la versión original de Closer, una versión que me gustó más que la interpretada por mi “banda favorita”, porque a pesar de ser más cruda, era contundente y real.
Después de eso nos volvimos a encontrar muchas veces, algunas por accidente y otras gracias a mi iniciativa. Mi punto de partida fue The Downward Spiral, y desde ahí fui incursionando en lo que me ofrecía esa música industrial, esos beats y esas voces que me siguen pareciendo un poco atormentadas. Estaban en todas partes, en películas, en los libros que leía, hasta en mi carrera.
La música de Nine Inch Nails está encasillada como “rock industrial”, lo que para mí no quiere decir nada más que se encuentra enmarcada en un contexto y una era, como todo, y que es representante de un conjunto de seres (algunos podrían adjetivar como “dañados”, “oscuros” o “raros”) que exponen su vida con ritmos, sonidos y combinaciones que evocan lo característico de ese contexto (sonidos metálicos, percusiones secas, sonidos sintéticos). Esa puesta en escena de sus vidas encajaba (o encaja) en mis crisis de adolescente tardía, en mis momentos de frustración y desespero, y también en mis momentos de creatividad. Y creo que lo hace porque la oigo con el estómago y con el cuerpo, lugar desde donde, según he escuchado decir a su principal representante, está construida.
El álbum Hesitation Marks es una muestra de esto, de que nuestras vidas han cambiado, que han salido nuevos proyectos y nuevas producciones, que somos distintos aunque todavía vacilemos, dudemos y tengamos poros, pupilas y miradas intensas. Así que, después de muchos años de estar encontrándonos y desencontrándonos, es hora de vernos, sin mechones y sin otras cosas de las que nos hemos venido deshaciendo con los años.
* Estudiante de psicología.