Publicidad

El sueño es la otra vida

Presentamos una semblanza de la relación del poeta francés Gérard de Nerval (1808-1855) con la idea del sueño.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Andrés Felipe Yaya
03 de noviembre de 2020 - 01:52 p. m.
El libro "Aurélie ou Le rêve et la vie" de Gérard de Nerval fue publicado en 1855.
El libro "Aurélie ou Le rêve et la vie" de Gérard de Nerval fue publicado en 1855.
Foto: Archivo Particular
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

París de 1885 en la Calle de la Farola Vieja. Los primeros rayos del sol de la mañana bañan de luz el cuerpo pendido de un hombre. Es Gérard de Nerval que horas antes decidió ahorcarse. Rostros furtivos ven cómo inspeccionan el cuerpo. De pronto, en uno de los bolsillos de su chaleco encuentran un manuscrito: es la segunda parte de Aurélie ou le rêve et la vie, su última novela que trabajó hasta el cansancio. Una apaciguadora sensación de quietud y vacío se instala de improvisto en la calle, en las conciencias de los transeúntes que no saben identificarla, que la logran descubrir después, al momento en que la pierden, como sucede que antes de encontrar algo lo perdemos. Por un instante se escucha el silencio, un silencio absoluto y permanente, casi desconocido, limpio de todo murmullo, tan sereno que se recoge en toda la ciudad como un habitante. Bastó esta imagen, esta fachada sombreada, para que Gustave Doré a sus 23 años, meses después, la retratara y hoy, cada vez más luminosos sus trazos, nos siga escondiendo el enigma de lo bello.

Cabe decir, entonces, que Nerval al igual que Dante estudió poéticamente el alma humana, mientras iba copiando como un notario «las impresiones de una larga enfermedad» que no lo abandonó. Convirtió su Aurelia en una Beatriz o en una Laura, esto es, una mujer cuyo amor se entrega, pero la muerte aparece como un amargo privilegio. Buscó a su amada en todas partes, en el mareo de los escaparates y la caída de sol, pero se le aparecía en los sueños como un atisbo de paz y tranquilidad. Tantas búsquedas, tanto trasegar lo llevaron a deambular por las calles, en la confusión de la abundancia, tomando la forma de un paseante, de un observador que busca su sentido en la vaguedad, en el azar. Luego del recorrido, reviviendo el recuerdo escribía: «Vagué por las calles al azar, inundado de tal pensamiento. En mi caminar, me crucé con una comitiva que se dirigía hacia el cementerio donde había sido sepultada»

Es verdad, como dice Nietzsche, que los mejores pensamientos son los pensamientos caminados; caminar, incluso, describiendo cada esquina con perseverancia neurótica, porque el tiempo, aunque inadvertido, avanza; caminar, sin acertar nunca, sin remisión, escuchando el estertor sordo del mundo; caminar mientras aprendemos a recobrar el asombro y las formas más antiguas del miedo; caminar y perdernos como el Flâneur en las calles de una ciudad desconocida. Es cierto que Walter Benjamin vio en Baudelaire el poeta Flâneur cuya «ciudad ya no es su patria, sino que representa su escenario». Empezó a aficionarse Nerval a recorrer la ciudad para huir de sus hábitos. Cierta noche, luego de visitar a su padre, se encuentra un amigo que lo invita a cenar, pero no acepta y parte hacia Montmartre y termina, con cierta pulsión, escribiendo que «llegado a la plaza de la Concorde, mi único pensamiento era acabar conmigo mismo. En más de una ocasión me dirigí hacia el Sena, pero algo me impedía realizar el proyecto. Las estrellas brillaban intensamente en el firmamento».

Le sugerimos leer Nelson Osorio Marín, el poeta de los años inmensos

En realidad, el mundo le duele a Nerval, porque recurre a la exaltación cuando, roto por dentro, lo contempla con un dolor interno: el dolor del otro que al final termina siendo propio. Adicto Nerval a estas circunstancias, inevitablemente se deja llevar una noche cualquiera por una calle, mientras inventa un mapa de esquinas y cuenta los pasos como un niño que atraviesa lo desconocido. No se sabe si despierta del sueño o entra a él y trata de palpar las cosas para que devuelvan el sosiego. Los sonidos de la ciudad eran una constelación de voces que se apagaban y Nerval una sombra que se extinguió de cara a los primeros rayos del sol.

Cierta vez, en una de sus caminatas hacia Tuileries por la orilla del río, llevaba un anillo que días antes había comprado en Saint-Eustache. Poco animoso se detuvo y lo arrojó a la parte más profunda, porque no podía detener el agua que comenzaba a inundar las calles. Caminaba solo por todo París y últimamente había empezado a alejarse hasta las calles del sur, tal vez huyendo para encontrarse en sus desventuras. Nerval como Dickens penetró la ciudad y sus apariencias. Vagó buscando la vida perdida y no logró, antes de llegar a la Calle de la Farola Vieja, diferenciar la realidad de los sueños.

Por Andrés Felipe Yaya

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.