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El Teatro La Candelaria celebra 58 años caminando sin parar

La dramaturga creadora de esta institución decana del teatro en Colombia, cuenta su experiencia personal y colectiva en defensa del arte.

Patricia Ariza / Especial para El Espectador
11 de septiembre de 2024 - 03:00 p. m.
Colectivo del Teatro La Candelaria, de Bogotá, que esta semana celebra 58 años de creación, liderado por la dramaturga Patricia Ariza (centro).
Colectivo del Teatro La Candelaria, de Bogotá, que esta semana celebra 58 años de creación, liderado por la dramaturga Patricia Ariza (centro).
Foto: Cortesía del Teatro y de Emmanuel Jaramillo
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Haber caminado 58 años en el Teatro La Candelaria sin parar, es como haber transitado por innumerables conflictos de la humanidad. Es cómo llegar todos los días a ensayar la vida a ver si algún día podemos vivirla. Somos un grupo que cada día empieza como si fuera el último de la existencia. En estos años, han pasado muchos actores y actrices por nuestro grupo. Cada uno ha sido parte de una utopía que se deconstruye todo el tiempo. Hemos vivido tiempos difíciles; sabemos lo que es la exclusión, la persecución y el abandono, pero también el impacto de las obras en el alma del público que nos acompaña.

Nada ha sido fácil para nosotros ni para nosotras. A veces hemos querido cerrar y salir corriendo sin saber a dónde llegar. Es que decidir ser grupo y no morir en el intento en este país, es, de verdad, una proeza. Verse todos los días a crear es aprender a tramitar las grandes diferencias. Digo, grandes porque este oficio gira alrededor de los conflictos de la humanidad y del país, pero también de los conflictos personales. Nadie sabe con qué conflicto personal llega cada actor o cada actriz en las mañanas. Nadie sabe si desayunó o si se acaba de separar, si no logró pagar la luz o si no tenía con quien dejar su niño. Lo que todos los actores y actrices saben, sabemos, es que hay que llegar al teatro como sea. Y, que, aunque una se esté muriendo de un dolor o de un desamor, tiene que llegar a la función.

Hemos visto actores recién operados, actuando, algunos que se han tropezado en la Tras-escena y salen a los aplausos, sonriendo mientras la sangre corre por sus piernas. Alguna vez salimos de los aplausos al hospital con un actor que se rompió la nariz. Otros, recién separados que deben representar a parejas que se aman.

Ha sido duro, pero, ningún dolor se parece a la época de las amenazas y de los muertos de la U.P. Fueron años muy duros para el país y para nosotros. Afuera de la escena, se estaba cometiendo un genocidio político y muchos miraron para otro. Allanaron el teatro con armas de verdad y se llevaron las nuestras. El ejército sacó violentamente los arcabuces del siglo XVI y los viejos fusiles de utilería de ”Guadalupe Años sin Cuenta”. Gracias a los golpes de suerte, quedamos vivos y vivas para contar esta historia y seguir indagando en las fallas estructurales de la sociedad. En los años 85s, yo, era de la dirección de la U.P. y, por supuesto, cargué con el dolor del genocidio en marcha y con las amenazas y persecuciones, que no fueron pocas. Tenía que actuar con chaleco antibalas y vivir en el duelo constante entre el miedo y la creación. Es que llegaban amenazas todo el tiempo y los atentados, por fortuna, no lograron atravesarme el corazón.

Hemos tenido que construir y reconstruir una sede que nos alberga y hemos tenido que estar toda esta vida tratando de convencer a las instituciones de que esto que hacemos nosotros y otras decenas de grupos, es o debería ser importante para la sociedad. Es una verdadera paradoja, porque mientras construimos las obras y reconstruimos la casa, todo el tiempo en el escenario deconstruimos las costumbres y los imaginarios; mostramos el horror de la guerra y de la violencia, pero también mostramos la fiesta y la resistencia porque nosotros y nuestro teatro hacen, formamos parte de ella.

A pesar de todas las dificultades, lo que hacemos nos produce sentimientos que van más allá de lo que gente llama felicidad, nos produce un verdadero éxtasis hacer teatro, saber que los espectadores salen de la sala de manera diferente de como entraron, que algo de lo que hicimos o de lo que dijeron los personajes que representamos les cambia la percepción de la realidad a ellos y a nosotros para siempre. Ver a la gente de pie aplaudiendo nos da pudor, pero a la vez nos hace sentir que lo que hacemos es tan necesario para nosotros como para el público. Es que el arte es tan necesario como el pan. La Cultura tiene que ver con los modos de ser, de pensar y de actuar de las personas y de la sociedad. Creemos que de la construcción de los imaginarios depende mucho el destino del país. Y aquí todos y todas estamos afectados en nuestro modo de ser por tantos años de guerra y de violencia. Más que nunca necesitamos que el arte llegue a todos.

Es por eso que sobrevivimos y que tomamos la decisión voluntaria de no caer en la tentación del teatro comercial y, aunque respetamos a los colegas que han elegido ese camino, nosotros escogimos vivir del rebusque. Nadie en este país que tenga un pensamiento crítico, que sea parte de un grupo de dedicación sistemática al arte, puede, aunque lo diga el modelo neoliberal, vivir del teatro. Nosotros vivimos para el teatro y eso es lo que nos hace indestructibles.

Nada remplaza el placer de crear una nueva obra, de que los actores y actrices sean, seamos sujetos de la escena y que lleguemos todos los días a inventar el mundo. Y de que hagamos parte de un movimiento teatral. Ningún sentimiento se compara con salir al escenario y ver casi siempre la sala llena. La gente viene al teatro a sabiendas de que lo que sucede allí, no es la realidad, es otra verdad de los hechos reales o imaginados. Es una verdad poética elaborada de tal manera que es capaz de llegar al fondo de las emociones y de los afectos.

Ese es el poder del arte porque llega a otros terrenos distintos de donde llega la racionalidad. Llega al mundo de los afectos, de los sentimientos y de las emociones. Y llega para quedarse y para ampliar la sensibilidad. La sala llena ha sido para nosotros y nosotras, la mayor compensación, el mayor antídoto contra el dolor y contra la muerte. Podemos decir que somos afortunados y afortunadas, que tenemos el privilegio enorme de haber elegido una extraña profesión donde se practica la libertad y el pensamiento crítico. Pero que también, como decía el maestro Santiago García, el teatro es una responsabilidad, porque no podemos decir cualquier cosa ni decirla de cualquier manera. Son meses y meses de preparación y de ensayo para que todo en la escena parezca como si sucediera en ese instante efímero, como si todo estuviera sucediendo ahí ante los ojos del público. Es que las obras no son un evento, son un acontecimiento.

Hoy a los 58 años seguimos todavía pensando en el rebusque, pensando cómo carajo pagar las deudas y cómo sostener el grupo. Las salas de teatro son un verdadero modelo de economía popular. Las convocatorias son un golpe de suerte, una lotería que a veces la ganamos y otras, quedamos afuera. Algunos actores se van porque esto agota los ánimos y prefieren encontrar un lugar más seguro. Nos duele en el alma que se marchen. Otros y otras seguimos juntos porque somos una especie de dinosaurios con alas de mariposa, unos topos que siguen ensayando la vida. Es que la manera como nos la muestran, no nos gusta, no la compartimos. La vida no es como la publicitan. Por eso nos hacemos preguntas y construimos otros mundos posibles, personajes por fuera de la realidad y situaciones que permiten ahondar en los conflictos. Nos hundimos en los enigmas para ver si encontramos preguntas iluminadoras.

Nos duele en el alma este país que tiene nombre de paloma, pero que no está en paz. Por eso tratamos, a veces arando en el desierto, de vincular lo que hacemos con el destino del país. Y, el destino de este país es, con seguridad, la paz, pero no llega.

En las obras que hacemos y que hacen muchos otros grupos, está la narrativa poética del conflicto social y armado de Colombia y esa narrativa es indispensable para comprender el conflicto desde los comportamientos. Esa narrativa el país la necesita y, la necesitan los negociadores para ampliar la sensibilidad. Por eso la sala nuestra, se llena casi siempre sobre todo de jóvenes y de un público ávido de ver y escuchar otros relatos.

Hoy, a los 58 años de dedicación sistemática a este oficio, seguimos tercamente con la ilusión y el compromiso de otorgarle a la paz la dimensión cultural y artística. Creemos que el cambio social es un cambio cultural y, con otros grupos y salas queremos que todas las artes y en particular el teatro, sean tenidos en cuenta.

En este año de celebración expresamos nuestro compromiso ineluctable con este país que nos alberga y que es uno de los más complejos del mundo porque es capaz de sobrevivir y de resistir en medio de todas las dificultades. Es un privilegio ser de aquí. El grupo al que pertenezco tuvo como maestro a Santiago García, un artista que dejó como legado la pasión y el compromiso por crear obras originales de dramaturgia nacional y en esa tarea estamos. Somos grupo, somos creación colectiva, somos país.

PROGRAMACIÓN DE SEPTIEMBRE DEL TEATRO LA CANDELARIA

Obra: 𝗣𝗜𝗘𝗟𝗘𝗦 𝗤𝗨𝗘 𝗛𝗔𝗕𝗜𝗧𝗔

Dramaturgia, dirección y actuación: 𝗔𝗹𝗲𝘅𝗮𝗻𝗱𝗿𝗮 𝗘𝘀𝗰𝗼𝗯𝗮𝗿 𝗔𝗶𝗹𝗹ó𝗻 @alexactriz

SEPTIEMBRE 11: “𝗙𝘂𝗻𝗰𝗻 𝗲𝘀𝗽𝗲𝗰𝗶𝗮𝗹 𝗲𝗻 𝘀𝗼𝗹𝗶𝗱𝗮𝗿𝗶𝗱𝗮𝗱 𝘆 𝗮𝗳𝗲𝗰𝘁𝗼 𝗰𝗼𝗻 𝗹𝗮 𝗮𝗿𝘁𝗶𝘀𝘁𝗮 𝗟𝗔𝗨𝗥𝗔 𝗩𝗜𝗟𝗟𝗔𝗠𝗜𝗟” (solo este día)

ENTRADA: Aporte Solidario/Voluntario

Calle 12 # 2-59 Teatro La Candelaria Sala Santiago García

También se presentará la misma obra en temporada el 12, 13 y 14 de septiembre. Entradas: https://tickets.eticketablanca.com/.../pieles-que-habita...

www.teatrolacandelaria.com

* O en Taquilla. Teléfonos: 6019372433 - 3138029692 Twitter @TeatroLaCande / Instagram @TeatroLaCandelaria

Por Patricia Ariza / Especial para El Espectador

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ELIZABETH(23598)11 de septiembre de 2024 - 06:57 p. m.
58 años de resistencia, ni el genocidio logro apagar la fuerza de esta vital banda de teatreros. Los conocí en Sogamoso con cuando apenas tenía 8 años, los volví a ver en Tunja cuando tenía 17, y volví a verlos el pasado mes de abril en su teatro de la Candelaria. Cuanta emoción y que alegría saber que sus creaciones son imperecederas, como lo son las obras de los grandes dramaturgos. Felicitaciones Patricia y sus teatreros.
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