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El teatro, la verdad y la muerte

Hasta el 25 de marzo, en el teatro El Embuste, se estará presentando “Las Cenicientas - Fase 2″, una experiencia teatral que seduce por su frescura.

Juan pablo Gómez
24 de marzo de 2023 - 02:00 a. m.
 Jaime Moncada, uno de los actores de la obra "Las Cenicientas - Fase 2".
Jaime Moncada, uno de los actores de la obra "Las Cenicientas - Fase 2".

En Bogotá marzo es frío, pero el dicho popular ha puesto los ojos en abril repitiendo año tras año “abril, lluvias mil”. Poco se habla de marzo. Marzo es tétrico, significa el fin del verano, la proximidad de Semana Santa (con la representación de la muerte de Jesús en todos los barrios de la ciudad) y la antesala de las lluvias de abril. Marzo es el mes en el que Bogotá retoma su tono gris, melancólico y atroz después de los brillantes y soleados días que ofrecen enero y febrero.

Este marzo (2023) no ha sido la excepción, el frío invade la ciudad y los habitantes de Bogotá buscamos resguardo en cualquier lugar que nos ofrezca abrigo y, ojalá, una bebida caliente. Mientras la ciudad se nubla, convirtiéndose en el set perfecto para un funeral, en las emblemáticas Torres del Parque, en el centro de Bogotá, en el teatro El Embuste se está presentando la obra Las Cenicientas - Fase 2, escrita y dirigida por Natalia Helo. El motivo perfecto para salir de casa el fin de semana y disfrutar de una cautivadora historia.

En el 2020, Natalia Helo cursó la maestría en Dirección Escénica de la Universidad del Valle. Las restricciones sanitarias la obligaron a tomar las clases desde casa, el mismo lugar que compartía con su mamá, enferma de cáncer. Una mujer acompañando a otra mujer mientras el mundo se detiene. La enfermedad afuera, la enfermedad adentro y la historia del teatro a través de una pantalla. En este contexto, mientras Helo repartía su tiempo entre labores de cuidado y estudio, nació Las Cenicientas - Fase 0. El ejercicio consistió en reversionar un cuento clásico, ¿cuántas versiones (en la ficción o en la vida real) conocemos de Cenicienta? ¿Cuántas veces hemos sido Cenicienta, las hermanastras, el príncipe o los ratones?

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Traer a la actualidad un cuento clásico podría convertirse en otro aburrido remake a los cuales nos viene acostumbrando la industria cinematográfica. Sin embargo, en esta ocasión, la autora (y directora) decidió ir más allá, rompió la estructura, hizo a un lado la fábula, los personajes y la situación para crear una nueva narrativa que orbita alrededor del imaginario colectivo de la Cenicienta: juega con la tensión del personaje que parece tener todo perdido, pero al final alcanza la felicidad. Lograr esto no es fácil, requiere trabajo, imaginación y valentía. Sobre todo, valentía. Natalia comenzó la dramaturgia reconstruyendo algunos momentos de la migración de su familia desde el Líbano a Colombia. Escribía cada fragmento de la obra mientras cuidaba a su mamá enferma. Cada escena era un recuerdo imaginado que se sumaba a la estructura de su trabajo de grado, pero también era un nuevo relato para compartir con mamá y sobrellevar el encierro y la enfermedad.

La obra es el tejido de aquellos relatos que Natalia reinventó sobre su propia historia, relatos llenos de fantasía que guardan en su interior lo que ella llama “una verdad emocional”. Noche tras noche le contó a su mamá estas historias, que no son más que una versión fantástica de las historias que mamá le contó años antes. Como Sherezade, que todas las noches narraba una historia para salvar su vida, Natalia rehace la historia de su familia para contarla a su mamá como si fuera la primera vez.

La puesta en escena no tiene trucos, todo ocurre de frente al público, sin temor a que los asistentes se sientan íntimamente involucrados. ¿Y cómo no sentirse involucrado cuando la verdad de la muerte se presenta tan directa y delicada? Las actuaciones son frescas, juguetonas y atrevidas. Desde el inicio Natalia, Jaime y Arthur ponen su verdad sobre el escenario; se presentan, al mismo tiempo, como intérpretes y personajes invitando al público a ser cocreador del acto ficcional.

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La obra dura una hora, pero ocurre en, apenas, un minuto. El último minuto antes de las campanadas que anuncian el final de la vida.

Por Juan pablo Gómez

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