En el centro de uno de los salones de la que solía ser la casa del expresidente Carlos Lleras Restrepo hay un caballo que se puede levantar con una mano. Se trata de una de las piezas centrales de la exposición El tiempo de los caballos y los carruajes, organizada por la Universidad Jorge Tadeo Lozano a través de su Instituto Confucio y en colaboración con la Embajada de China, país con el que Colombia celebra este año 45 años de relaciones diplomáticas.
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La pieza es una reproducción de una escultura original de la dinastía Han titulada Caballo volador de bronce, y representa un galope detenido en el tiempo. Tres de las patas del animal están en el aire, y sus grandes ojos y fosas nasales ensanchadas sugieren que se trata de una instantánea tomada en medio de una importante persecución. Es una figura que está en constante avance, pero detenida en el tiempo. En 1984 fue designada como el logotipo gráfico del turismo de ese país y representa una interesante metáfora sobre la exposición de la que es parte.
El tiempo de los caballos y los carruajes fue una muestra curada por el director del Museo Provincial de Gansu, el doctor Wang Nannan, “quien construyó un recorrido que hace alusión a los transportes e intercambios que fueron parte del vasto territorio euroasiático que atravesó la Ruta de la Seda”, explicó Ángela Beltrán, directora de Utadeo+ y vocera de esta muestra, que estará disponible hasta el próximo 4 de julio de manera gratuita. Sin embargo, más allá de ser una ventana hacia algunos de los objetos que hoy reposan en esta institución, que se instale una muestra de esta naturaleza en Bogotá también es una oportunidad para reflexionar acerca de cuál es la importancia de celebrar este aniversario y cómo ha sido la evolución del vínculo entre estas dos naciones.
Para empezar, hay que aclarar que el contacto colombiano con el gigante asiático no comenzó exactamente el 7 de febrero de 1980, fecha en la que nuestro país reconoció a la República Popular de China sobre la República de China (hoy mejor conocida como Taiwán) y, por consiguiente, oficializó sus relaciones diplomáticas con ella. En realidad, la inmigración asiática hacia el continente suramericano puede trazarse incluso desde el siglo XVI, cuando la Corona española estableció un acuerdo comercial con Japón para la exportación de plata. Plata que extraían del “Nuevo Mundo” y que transportaban en el galeón de Manila, según explicó Diana Andrea Gómez Díaz, directora del doctorado en estudios políticos y relaciones internacionales de la Universidad Nacional de Colombia.
El navío “zarpó cada año desde 1565 hasta 1815 en un recorrido que duraba seis meses entre Manila, Filipinas y Acapulco, México”, explicó Gómez. Esta ruta representó el primer vínculo entre los dos continentes, pero fue solo hasta el siglo XIX que ocurrió la primera ola de inmigración china hacia nuestro país, una que obedeció más a las dinámicas de una red de trata de personas que a las de un amistoso interés turístico. “De ese momento conocemos historias de colombianos que participaron del tráfico de personas chinas, que pusieron a trabajar de manera abusiva en las plantaciones del Caribe”, afirmó David Castrillón Kerrigan, profesor e investigador de la Universidad Externado de Colombia, quien ha dedicado parte de su carrera al estudio de la política exterior e interior de este país.
Castrillón explicó que esa primera entrada también se dio a través de lo que en ese entonces era Colombia en Panamá, pues muchos trabajadores chinos contribuyeron a la construcción del tren interoceánico allá y después, por supuesto, a la construcción del canal. “La relación entre las dos partes se invisibiliza mucho y asumimos que es reciente, pero la verdad tiene unas raíces anteriores y, valga decirlo, bastante feas”, agregó.
Los chinos llegaron incluso a inmiscuirse en las páginas de la literatura colombiana y ahora viven en un pasaje de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. “Habían llegado a finales del siglo anterior huyendo del flagelo de la fiebre amarilla que asoló a Panamá durante la construcción del ferrocarril de los dos océanos, junto con muchos otros que aquí se quedaron hasta morir, viviendo en chino, proliferando en chino, y tan parecidos los unos a los otros que nadie podía distinguirlos”, escribió el nobel. Aun así, acercar a estas dos culturas ha sido un proceso paulatino, pero exposiciones como la instalada en el Museo Casa Lleras nos recuerdan por qué no estamos tan lejos como pensamos.
La Ruta de la Seda: más viva que nunca
El caballo de bronce sirve como metáfora de esta exposición porque, a pesar de que también la Ruta de la Seda parece congelada, está en constante avance. Es una red que representa una época remota de gran intercambio cultural, al igual que, en palabras de Castrillón, “un eslogan que China usa para darle sentido a quien es hoy como potencia”. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por su sigla en inglés), como se conoce oficialmente, incluso llegó a ser noticia en el país el mes pasado por la adhesión de Colombia, un proceso que despertó reacciones tanto en quienes creían que era una oportunidad de desarrollo como en aquellos que no lo veían con buenos ojos. De acuerdo con los profesores consultados, ni lo uno ni lo otro es completamente cierto.
Lo que sí afirmaron es que esta es una demostración más de la forma en la que el país está intentando diversificar su dependencia internacional, un proceso que viene de mucho antes del gobierno del presidente Gustavo Petro, pero que todavía se encuentra en un punto “muy incipiente” con el gigante asiático, según opinó Gómez. “Sí, habernos adherido a la iniciativa fue una forma de decir ‘queremos trabajar con China’, pero que eso sea en desarrollo rural, transición energética o cualquier otro tema, ya depende de nosotros”, explicó Castrillón, enfatizando en que lo importante es lo que viene de ahora en adelante.
También están quienes creen, como Fang Han, directora del Instituto Confucio de la U. Tadeo, que Colombia y China se encuentran en una especie de “luna de miel”. “La gente antes pensaba que China estaba muy lejos y que era una cultura muy cerrada, pero esta exposición nos demuestra que, en realidad, desde hace más de 2.000 años nuestro país se ha abierto al mundo. Y no solo por el intercambio comercial, sino también cultural”, afirmó, refiriéndose a El tiempo de los caballos y los carruajes.
Es precisamente por esto que se impulsan este tipo de iniciativas culturales, no solamente para que enriquezcamos nuestro conocimiento sobre la historia, sino porque ese acercamiento no se da únicamente desde lo gubernamental; también aparece en lo cotidiano y en la manera en la que modificamos nuestras percepciones sobre aquello que consideramos ajeno y distante a nosotros. “La cultura es el puente de contacto entre los pueblos. Sin eso, una relación con un país con el cual hay enormes distancias, y hasta una barrera idiomática, es imposible. La cultura, entonces, es absolutamente fundamental, no solamente en nuestra relación con China, sino con cualquier país”, concluyó Gómez.