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El amor es una cosa persistente y pegajosa (Cuentos de sábado en la tarde)

Elías Villarraga, viejo piloto y prisionero de su memoria, camina en círculos por un patio mientras el amor que nunca se fue lo impulsa a volar entre sueños y sombras.

Juliana Vargas Leal

16 de agosto de 2025 - 02:00 p. m.
Imagen de referencia.
Foto: EFE - Yahya Nemah
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—Don Elías, ya toca pararnos.

Elías Villarraga todavía estaba sentado en una de las sillas del patio, luego de haber estado cuatro horas sin hacer nada más que ver hacia la carrera 18.

—Don Elías, es por su bien.

—Si algo quiere hacer, llámela. Que venga.

—Yo ya hablé con ella, don Elías. Dijo que vendría pronto.

—“Pronto”.

Eso había dicho la vez pasada, cuando su cuerpo aún lograba calentarse con el sol. Ahora, el sol seguía asomándose por entre las nubes, pero el cuerpo de Elías lo había rechazado. Un mortal se había atrevido a rechazar a un dios de antaño, y el castigo había sido el frío eterno.

—Don Elías, le van a salir llagas si no se levanta.

Elías le ofreció su mano a la enfermera, no por hacerle caso, sino por amor. Aún la amaba, a pesar de todo. A pesar de las noches que transcurrían, de las oraciones que se perdían por entre el silencio, de la monotonía que se atrevía a esconderse detrás de un “hoy es un día nuevo”, de la desesperanza que iba y venía para darle paso a la maldita esperanza que aún estaba en la caja de Pandora. Aún la amaba, y por eso tenía que obligarse a caminar.

—Eso, don Elías. Un paso, otro pasito… Vamos, don Elías… Deme un paso más. Vamos a darle la vuelta al patio.

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Y como un perro, Elías Villarraga le dio la vuelta al patio. Ese día no dio sólo una, sino dos y tres, porque los perros son obedientes. De vez en cuando, se le salía un gruñido para imitar a los perros; otras veces, soñaba despierto. Soñaba que no le daba vueltas a un patio, sino al cielo, ese cielo que conoció cuando no le decían “don”, sino “general”. Cuando tenía unos brazos más fuertes, unas piernas más fuertes, un corazón más fuerte, cuando ella lo amaba de vuelta.

Le dio una vuelta más al patio para ver si recuperaba algo de fuerza. Así, de pronto ella lo volvía a amar.

—¡Don Elías, hoy lo está haciendo muy bien!

Sí, Elías era tan obediente como los perros.

—Don Elías, ya toca pararnos.

Esa mañana habían llegado unos tipos a hablar con el dueño del hogar geriátrico. Hombros anchos, barriga de sobrepeso, culo de recluta recién ingresado. Parecían novatos en cuerpos de hombres de mediana edad.

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—¿Qué querían esos hombres?

—¿Cuáles hombres, don Elías?

—Los de esta mañana.

—No vino nadie, don Elías.

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—No me trate como un desmemoriado, Cecilia. Soy viejo, no senil.

—Disculpe, don Elías. Si vino alguien, no lo vi.

Como ella, que se hacía la que no venía, pero no lo dejaba en paz cuando soñaba. Siempre aparecía ella con una trenza, con las botas de montar a caballo, con el saco que usaba hasta deshilacharlo, con una sonrisa torcida y enternecedora a la vez. Ella, ella… Tenía los ojos almendrados… ¿u oscuros? Lo había llamado cuando se cayó del caballo y el animal la golpeó y le rompió las costillas. Se acordaba perfecto de cómo había volado de vuelta para verla. Fue por ella que había volado por un cielo gris, con rayos a la derecha… Fue por ella… ¿Fue por ella? Y entonces el sueño terminaba con él yendo en picada hacia abajo, pero el general Villarraga había sido el mejor piloto de la Fuerza Aérea en su momento. No podía permitirse caer en picada.

—Don Elías, ¿me escucha?

El amor es una cosa persistente y pegajosa. Se te aferra al corazón y a las entrañas y se te escurre por las venas cuando ya ni la misma sangre puede hacerlo. Elías Villarraga levanta la cabeza despacio para encarar a su enfermera con el rostro perdido. Tiene un coágulo en el ojo derecho y las mejillas inflamadas. Para la enfermera, Elías Villarraga ya es un viejo senil que sólo está esperando a que venga la Muerte a recogerlo, pero el amor es una cosa persistente y pegajosa. Todas las noches, Elías Villarraga sueña con una sombra que sube y baja, que salta obstáculos como el rocío cuando cae del cielo y rebota. Él se le queda embelesado por horas hasta que recuerda que tiene que volar. No quiere dejar ni la Tierra ni el rocío ni la sombra que lo invita a bailar con él. La sombra tiene el cabello largo y una sonrisa que atrapa. Lo atrapa y entonces se le olvida que tiene que volar. A la noche siguiente lo intentará de nuevo, se dice una y otra vez.

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—Don Elías, van a demoler el hogar geriátrico.

Unos hombres de hombros anchos, barriga de sobrepeso y culo de recluta recién ingresado hablaban con el dueño del hogar geriátrico. Elías Villarraga los había visto antes. ¿Sí los había visto?

—Don Elías, ¿me escucha?

Pero si demolían el hogar geriátrico, ella no volvería. La sombra de bella sonrisa y cabello largo vivía ahí junto a él. Si demolían el hogar geriátrico, ¿a dónde irían?

—Don Elías, despiértese. Es hora de irnos.

El amor es una cosa persistente y pegajosa, pero su vida depende de la memoria. Cuando no hay memoria, no hay nada. Elías Villarraga está volando por entre las nubes mientras Cecilia intenta despertarlo. Que no lo muevan, que no le abran los ojos a la fuerza. Ya Elías Villarraga ha tomado vuelo y no existe rayo que pueda derribar a quien fue el mejor piloto de la Fuerza Aérea. Cuando no hay memoria, no se recuerda cómo aterrizar en la tierra para contemplar el rocío.

El día en que comenzaron la demolición del hogar geriátrico Arcángel, Mariana Villarraga fue a visitar por primera vez a su padre porque el amor a veces duerme y es difícil despertarlo. Sólo una tragedia con la fuerza de lo irreversible puede sacudirlo para que pueda recordar que su naturaleza es ser persistente y pegajoso. Mariana se aferra a su padre al borde de la cama. “Papá, papá”, no deja de decir, mientras una enfermera la mira de reojo y con el rostro encendido. Al fin, Elías Villarraga se despierta y abre sólo un ojo, pues el otro ha cedido ante el coágulo.

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—Papá —vuelve a decir Mariana.

El general Villarraga le regala una sonrisa torcida.

—Soñé que volaba —le contesta.

Y con eso, Elías Villarraga cierra los ojos para nunca más aterrizar en la tierra, porque un lugar donde no está el objeto de su amor es un lugar indigno para vivir.

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