Esta es la crónica de un viaje al norte de India de un exbicisesentón jubilado (busque las crónicas del viaje en bicicleta por Europa de dos bicisesentones). En esta ocasión, Alejandro López Mejía se va en solitario a caminar una semana por los Himalayas y a practicar yoga tres semanas en un instituto que promueve el estudio de la filosofía del yoga y su práctica en la tradición del sabio Patanjali y esclarecida por B.K.S. Iyengar y su familia. Alejandro viajó a la India el 11 de octubre y sus crónicas, o el diario de un jubilado explorando y disfrutando su libertad, fueron publicadas por El Espectador semanalmente.
Aunque en estos últimos días hubo tiempo de filosofar, turistear, salir de compras y glotonear, la atención giró alrededor de la gran fiesta para conmemorar el nacimiento de Patanjali. Todos los estudiantes disfrutamos los preparativos y gozamos del fiestonón. Al despedirnos, a varios casi se nos sale el lagrimón y expresamos la ilusión de volver a estar juntos en Yoganga, el paraíso terrenal.
Noviembre 6
Ya me siento como si fuera un caballo que entra “en tierra derecha”, como decían los narradores hípicos de la radio en épocas ya prehistóricas. Al fin y al cabo, apenas nos quedan cuatro clases para terminar el curso, una sola por día. El viernes 10 de noviembre (día del cumpleaños de mi amigo El Toto) habrá un gran evento en Yoganga para celebrar el aniversario de Patanjali, considerado el padre del yoga (el aniversario depende del calendario lunar o sea que no siempre cae en noviembre 10). Hay más de cien personas invitadas, habrá música clásica india y manjares deliciosos.
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Hoy solo tuvimos clase hasta las 5:30 de la tarde. A la hora del desayuno estaba soñando con ir a Chaaya a comerme un sánduche vegetariano con crepes de limón y miel. Sin embargo, Sheetal me torció el brazo y me hizo ir a un chuzo de comida del sur de la India con Alex y Olivier. El chuzo quedaba a media hora en rickshaw y valió la pena haber sacrificado mi sueño. Nos comimos unas dosas espectaculares (una de masa con espinaca y la otra de masa con remolacha) y compartimos un uttapam (una dosa de masa gruesa) al que le echamos una salsa de maní.
La ida a comer dosas fue también una oportunidad para tocar base con Olivier pues no había hablado con él desde que empezó el curso. Olivier tiene 40 años y los últimos tres años estuvo trabajando en una granja orgánica en Bélgica en la que se cultivan diferentes variedades de frutas y verduras (algo inusual pues la agricultura comercial tiende a ser de monocultivos). Sin embargo, acaba de renunciar a ese trabajo y va a estar por año y medio en la India estudiando Yoga por todos lados con profesores que ha conocido a lo largo de su vida.
A Olivier lo conocí en febrero del 2020 en Yoganga, puro antes de que cerraran las fronteras debido al Covid. Al terminar ese curso, cuando aún no había claridad de lo que se venía, Olivier se fue a trabajar a una granja de semillas que les ayuda a agricultores de pocos recursos.
Me contó que, cuando cerraron las fronteras, se quedó atrapado mes y medio en la granja hasta que finalmente su gobierno le ayudó a regresar.
Durante el tiempo que estuvo atrapado, su rutina consistió en practicar yoga, trotar por el bosque (hasta cuando dejó de ser permitido) y, sobre todo, desyerbar maleza. Después de ires y venires, su embajada le ayudó a conseguir un taxi a Nueva Delhi; al escapar de la granja, ya en el taxi, anduvo por las carreteras sin ver un alma y, al llegar al aeropuerto de Delhi, lo embarcaron ipso facto en un avión fletado por el gobierno francés. Al aterrizar en Amsterdam, tomó un tren fantasma a Bruselas y días después empezó a darle al azadón en la granja orgánica donde trabajó hasta hace poco.
Después del desayuno fuimos al centro de Dehradun a acompañar a Alex a comprar unos khadi en una tienda popular que le habían recomendado. El khadi es una tela tejida e hilada a mano y popularizada por Mahatma Ghandi (la tela se asocia con el movimiento Swadeshi de boicot a los productos ingleses durante las dos primeras décadas del siglo XX). Sobra decir que, con lo vanidoso que soy, me antojé de unas telas para mandarme a hacer un par de kurtas y unos pantalones.
Después de sucumbir a la sociedad de consumo, caminamos por el caótico y bulloso centro de Dehradun con dirección a una Gurudwara (templo Sikh) de finales del siglo XVII y principios del XVIII. Para mi gusto el templo es una joya. Es una mezcla de arquitectura de la cultura mogol (paredes con frescos con motivos florales, personajes históricos o míticos y, en ocasiones, con un trabajo de incrustaciones) con el estilo arquitectónico árabe (minaretes, domos y jardines).
El templo tiene un aire más cercano a una mezquita que a una gurudwara y tenía ganas de volverlo a visitar después de conocerlo en el 2020. Sheetal y Alex me agradecieron que los hubiera llevado pues, curiosamente, pocas personas han oído hablar de ese templo.
A old Rajpur llegamos pasadas las dos de la tarde y yo me fui a la casa a descansar un rato. Después llevé los khadi a uno de los sastres callejeros cercanos a Yoganga y de ahí me fui a estar en unas Asanas antes de la clase de Swati. La clase, aunque fue restaurativa, hizo énfasis en arcos hacia atrás utilizando sillas y cojines como soportes. A mí no es que me hubiera fascinado la clase pero, a la hora de la comida, Sheetal y Naama comentaron que les había encantado la secuencia de las posiciones y el estado de relajación que alcanzaron. Mañana tenemos clase a las ocho de la mañana y estoy con susto que se vaya a hacer énfasis en arcos hacia atrás difíciles y demandantes para un sesentón como yo.
Noviembre 7
El susto de anoche se hizo realidad en la clase de hoy en la mañana, aunque la verdad el sufrimiento no estuvo tan horrendo como temí. La primera Asana en la que estuvimos fue supta virasana (o sea virasana acostado; vira significa héroe, o sea que es la posición del héroe recostado). En esta posición uno se sienta de rodillas con la cola entre los pies, la apoya en el piso y, si puede, se va hacia atrás y recuesta la espalda en el suelo. La posición se recomienda para mejorar el sistema digestivo, controlar los niveles de azúcar y la presión alta (entre otros).
Supta virasana es una posición que practico con frecuencia. Sin embargo, lo de hoy fue tortuoso pues estuvimos en ella por más de diez minutos. Al terminar, vi a casi toda la clase con gestos de dolor en la parte baja de la espalda; creo que todos pecamos por hacer el Asana sin respetar el principio de Ahimsa (no violencia) pues no utilizamos apoyos para la espalda.
Supta Virasana fue el aperitivo a varias Asanas donde arqueamos la espalda hacia atrás. El último de los arcos que hicimos fue Urdhva Danurasana (posición de la rueda), el cual repetimos unas diez veces y me dejó como un chupo. Esta es una de las posiciones a las que le tengo más respeto por lo dura que me parece y estoy lejos de estar en ella en una alineación adecuada (no logró que las tibias tengan un ángulo de noventa grados y que el pecho se eleve lo suficiente).
A la hora del desayuno cumplí mi sueño de mi capuchino con sanduche vegetariano con crepes de limón y miel. En principio iba a estar solo con Ian pero Amanda (la estudiante de Taiwán) y la tropa israelita se nos unieron. De pendejo le pregunté a Caty (la profesora de pilates que vive en Tel Aviv) cómo estaba su familia, y aunque su respuesta inicial fue “todo bien”, al momentico se puso a llorar. Nos contó que hacía dos días varias bombas habían caído a dos cuadras de su casa y que la situación de tensión de su familia y amigos iba in crescendo con el correr de los días. Con llanto en el escenario, me jalaron las orejas por poner tema maluco y la conversación dió entonces un giro para centrarse en el lindo clima que ha hecho este mes y en los mejores restaurantes de Old Rajpur.
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Después del desayuno fui con Ian a una infructuosa expedición al enclave tibetano. Al no encontrar nada que me llamara la atención para caer en las garras del consumismo, me fui a Yoganga a mi práctica personal. Al llegar, Abhishek y varios estudiantes estaban con Swati planeando los trabajos de los próximos días para la fiesta del viernes en honor a Patanjali.
Fieles a Adam Smith, entiendo que habrá división del trabajo entre los estudiantes para ayudar en los preparativos de la fiesta. Entre otras tareas, unos ayudarán a armar guirnaldas; otros (bajo la dirección de Naama que es artista) pintarán rangolis en los pisos (arte indio que utiliza materiales tales como piedra caliza, harina de arroz, arena de colores, pétalos de flores y piedras de colores); y otros ayudarán prendiendo lámparas de aceite en el jardín el día de la celebración.
A las 3:30 de la tarde, después de noventa minutos de práctica personal, Rajiv nos dio la última charla sobre filosofía del yoga. La charla se dividió en dos partes. En la primera parte habló del sentido de la vida y resumió los cuatro propósitos y las cuatro fases de la vida de acuerdo al hinduismo (ver crónica V de esta serie).
Quizás la diferencia más grande entre sus explicaciones y lo que yo había entendido fue ver el ciclo de vida como un círculo y no como un proceso lineal. La clave de la diferencia es el concepto de la reencarnación, el cual me cuesta trabajo tragar (aunque la verdad, en mi única experiencia con hongos alucinógenos, viví algo parecido: la sensación de estar en “una sala de espera” en algún lado del universo mientras “me daban la orden” de volver a nacer).
Rajiv enfatizó la importancia de vivir sin buscar la gratificación material. Nos instó a que, sin pedir nada a cambio, pagáramos las deudas que tenemos con la naturaleza (siendo conscientes del medio ambiente), con nuestros padres (a quienes debemos cuidar en su vejez al habernos dado el regalo de la vida) y con la sociedad (cuyo progreso a lo largo de los siglos debemos seguir facilitando, sin caer en la trampa de hacerlo por razones asociadas al ego).
El segundo tema de la charla profundizó sobre el tema de las tres gunas: sattva, tamas y rajas. Las tres gunas son los elementos básicos del universo, y son para los metafísicos lo que las estructuras subatómicas son para los físicos. Con excepción del alma, todo en el universo está compuesto de gunas, cada una de las cuales tiene sus propias características (ver crónica IV de esta serie).
La liberación espiritual consiste en que el alma se escape de su identificación con las gunas. Un yogui es un buen administrador de las gunas: conoce qué tipo de desequilibrio tienen (por ejemplo, si hay un exceso de tamas o de rajas) y sabe cómo balancearlas buscando el contacto con objetos, pensamientos, personas y actividades donde las características de Sattva sean predominantes.
Al terminar la charla, cinco estudiantes nos fuimos a tomar un té con limón y jengibre a un chuzo cercano. Filosofamos por un rato sobre cómo cultivar Sattva. En la medida que lo que se busca es alcanzar un balance entre las tres gunas, concluimos que cultivar Sattva no significa rechazar todo lo que es rajas o tamas. Sin embargo, como estas dos gunas hacen que Sattva se esconda, se le debe ayudar a Sattva a salir del escondite mediante acciones y pensamientos generosos, sabios, virtuosos y consistentes con los principios de belleza y armonía.
Después de una hora de filosofía entre neófitos, y cuando el sol empezaba a caer, nos fuimos a nuestras casas. Antes de caer dormido me llamó mi amigo El Toto a filosofar y contarme de sus naranjas, sus abejas y su café en su playa de Pacho. Fue una alegría hablar con él y saber que, al contrario de otros amigos sin dudas metafísicas, le habían gustado mis crónicas de la India. Una vez colgamos, pensé que los planes de mañana están por definirse y me di cuenta de que la única clase del día será a las cuatro de la tarde. Todo pinta a que, al menos para mí, será un día de locha y lectura.
Noviembre 8
Con Sheetal habíamos acordado ir juntos a desayunar al café con pastelería francesa cercano a la casa. Sin embargo, me dejó con los crespos hechos pues Swati llamó a última hora al equipo encargado de los rangolis para que se pusieran manos a la obra inmediatamente. Aunque ahora está más tranquila, en la mañana Swati estaba a mil con todos los preparativos para la fiesta del viernes —y le ganó el duelo a Rajiv, quien había dicho que no había necesidad de decorar los rangolis sino hasta el viernes para evitar que los micos, las ardillas, los pájaros y el viento los dañaran.
Sin Sheetal a bordo cambié de planes y me fui a Shaaya a comerme mi sánduche vegetariano y mis crepes de siempre (acompañados de dos capuchos). Pensé lo rico que he comido en esta ocasión. Además de los restaurantes de toda la vida, conocí el sitio donde encontré mis deliciosos hongos fritos tamásicos, el café con pastelería francesa y el chuzo de las dosas donde me llevaron Alex y Sheetal hace dos días. Aunque lo mejor, sin duda, ha sido la comida de la casa, donde cada noche, con vegetales de su huerta, hay una delicada sorpresa para hacer de la cena una aventura culinaria digna de restaurante con varias estrellas Michelin.
Mientras disfrutaba de mi segundo capucho le agradecí al universo por toda esta experiencia. Entre muchos regalos, la convivencia con esta comunidad de estudiantes de yoga es una ducha a presión de Sattva. La juventud de la gran mayoría, y sus sueños, es refrescante y me transportan a mis años de estudiante en Londres (incluso porque Rajiv y Swati, como los ingleses, me dicen Alessandro al ser incapaces de pronunciar mi nombre). A la vez, no envidio la incertidumbre típica de la juventud, con sus angustias por el mañana y por las responsabilidades de hoy.
Hacia el mediodía llegué a Yoganga y me compré dos libros. Uno de Pranayama de Prashant Iyengar, que es un tesoro y espero me sirva de guía por siempre. Y me compré el famoso libro de Swati y Rajiv para niños (ver crónica III de esta serie). El libro tiene unas lindas ilustraciones y explica en detalle cada pose, incluyendo su vínculo con la historia y mitología hindú. Quedé como pavo real pues Rajiv me escribió una dedicatoria que dice: “Deseo que su viaje por el universo del yoga le ayude a encontrar la inocencia del niño dentro de usted”.
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Apenas me vieron los del equipo encargado de pintar los rangolis me reclutaron sin que pudiera chistar. Después de tres horas de trabajo, el grupo estaba a punto de terminar de rellenar con arena de colores a Ganesha y a un tigre. Sin embargo, faltaba empezar a rellenar la estrella de la fiesta del viernes: Patanjali (cuya fecha de nacimiento es imprecisa y se estima que fue entre el siglo II antes de nuestra era y el siglo IV después de Cristo).
La invocación a Patanjali, con la que empiezan muchas de las clases de yoga en la tradición Iyengar, se canta en sánscrito. Su letra describe los logros de este sabio indio y sus características físicas. Dice así:
“Inclinémonos ante el más noble de los sabios, Patanjali, quién nos dio el yoga para la serenidad de la mente, la gramática para la claridad del lenguaje, y la medicina para la salud.Postrémonos ante Patanjali, cuya forma es de un hombre luminoso con mil cabezas y muchos brazos, los cuales sostienen una concha, un disco y una espada”.
Cuando íbamos a empezar a rellenar a Patanjali con arena, Rajiv nos paró en seco para asegurar que hiciéramos el trabajo como Dios manda. Entonces, se sentó a mi lado a mezclar arena para lograr los colores adecuados y explicó que, por ser una divinidad, Patanjali tenía que ser claro y luminoso. Además, me dijo: “Alessandro: con esas manos tan toscas no se atreva ni a pensar en rellenar los detalles delicados de Patanjali”.
Así lo hice. Mi trabajo entonces se concentró en rellenar de arena color gris la parte de Patanjali que sugiere que es una encarnación de Adisesa (la serpiente de mil cabezas que estabiliza y equilibra el universo y sobre quien descansó Vishnu, el Dios que protege el orden cósmico). Sheetal, mientras tanto, le dio color a la concha que Patanjali sostiene en sus manos (con la cual canta Om, el sonido sagrado que se utiliza en la mayoría de los cantos y mantras védicos), Zeenat coloreó el disco (el cual destruye los espíritus del mal cuando se lanza) y otros se dedicaron a rellenar el cuerpo, su cinturón y otros detalles de su vestido.
En este trabajo estuvimos tres horas y aún nos falta terminar la tarea. A las cuatro de la tarde entramos a nuestra última clase de pranayama del curso. La clase la dirigió Swati y estuvimos en varias posiciones invertidas, en arcos de para atrás y, como siempre, terminamos con las gunas balanceadas. Con la satisfacción de un día sattvico, nos vinimos a la casa caminando con Sheetal en la oscuridad de la noche, comimos y nos fuimos a dormir con la tristeza de saber que mañana será la última clase de Asana del curso.
Noviembre 9
La última clase duró dos horas y la dirigió Rajiv. Mientras nos hizo estar en varias posiciones nos fue haciendo un repaso de las lecciones de las últimas semanas. Nos recordó nunca dejar de experimentar y observar las consecuencias que, en cada posición, pequeños ajustes tienen sobre partes específicas del cuerpo y sobre el flujo de la respiración.
Rajiv repitió que la alineación en el Asana es importante pero que, en últimas, es un medio para lograr el fin: conocernos a nosotros mismos y lograr total equilibrio y ecuanimidad en el cuerpo, la mente, los órganos, los sentidos, y la psiquis, entre otros. Solo así, dijo, podemos ganar la batalla más difícil: la de derrotar las aflicciones del cuerpo y la mente.
Rajiv mencionó que las tres características fundamentales del yoga en el estilo que practicó BKS Iyengar son el énfasis en la secuencia en que se hacen las posiciones, la duración en la que se está en ellas y su anclaje en el yoga clásico (cuyas enseñanzas debemos agradecer a un linaje de profesores que por siglos pasaron sus conocimientos de boca en boca, a Patanjali que resumió esa sabiduría en los yoga sutras, y a profesores que desde entonces han buscado esclarecer a sus estudiantes el significado de esos sutras —entre los cuales, en tiempos recientes, se destacan B.K.S Iyengar y su familia).
Basado en mi experiencia durante los últimos 14caños, y en especial gracias a mis vivencias en Yoganga desde la primera vez que vine en el 2017, entiendo el yoga clásico como un sistema integral de aprendizaje que busca desarrollar por igual el cuerpo, la mente y el espíritu. En este sistema, donde es clave una reflexión permanente sobre la ética, el control de la respiración es esencial para balancear las gunas, encontrarse a sí mismo y tener una experiencia transpersonal.
Pasada la una de la tarde, después de un almuerzo ligero en solitario, llegué a Yoganga a seguir ayudando con el rangoli de Patanjali. Por tres horas trabajé junto a varios compañeros rellenado el fondo del rangoli con el verde de la pradera y con el azul del cielo mientras hablábamos de nuestros planes cuando se acabe el curso (unos se quedarán en Yoganga para el último curso del año, otros viajarán por la India por meses y los demás, como yo, regresarán a casa).
Mientras mi grupo trabajaba en Patanjali, otros se dedicaron a colorear una mandala que se dibujó a la entrada del estudio de yoga. En varias tradiciones espirituales, las mandalas tienen una configuración geométrica y son usadas para focalizar la atención de los estudiantes y establecer un espacio sagrado y una ayuda a la meditación. Generalmente representan un viaje espiritual que empieza desde afuera hacia adentro a través de diferentes capas.
Una vez terminada la tarea con los rangolis me fui con Sheetal a donde el sastre callejero a recoger las kurtas y los pantalones que mandé a hacer días atrás. Me los medí y, como me quedaron grandes, esperamos mientras el sastre les hacía ajustes adicionales. No creo que hayan quedado perfectos pero por el precio que pagué (setenta mil pesos por pieza, incluida la tela) me siento un dandi.
Mientras esperábamos que el sastre terminara el trabajo, conversamos un rato y nos contó que era musulmán y que hasta hace poco vivió en Dubai trabajando en una empresa textil (en un momento paró su máquina de coser para orar). Sin embargo, regresó a Dehradun pues, después de años de espera, no le salió la visa para que su familia fuera a vivir con él. Nos dijo que está contento de haber regresado pues su negocio independiente le da para comer y, además, agradece que en esta región del país se respete la libertad de cultos y se viva en paz.
Camino a casa, vimos decoraciones e iluminaciones muy coloridas en residencias y almacenes pues el domingo es Diwali y los preparativos están a todo vapor (ver crónica II de esta serie). Además, desde hace dos noches se oyen voladores constantemente, lo cual entiendo es apenas un aperitivo de lo que se viene. Como Diwali es una fiesta familiar, Swati invitó a los estudiantes que se quedan al siguiente curso a la fiesta que habrá en Mussoorie (pueblo en las montañas a 30 minutos de Dehradun) en la casa de su mamá. Según dijo, pasar Diwali en soledad es un pecado mortal. Además, dicen los conocedores que las fiestas en Mussoorie ese día son del otro mundo y que la reunión en la casa de la mamá de Swati es a todo taco.
Al llegar a casa me puse a lavar la ropa en el lavadero y a meditar si mañana me estreno ropa para la rumba de Patanjali. En esas nos llamaron a comer. Abhishek nos hizo falta en la mesa (algún inconveniente se le presentó) y, sin muchas pompas, nos fuimos a dormir para estar frescos para el gran día.
Noviembre 10
Hoy llegamos a Yoganga a las 8:15 de la mañana cuando el sol empezaba a iluminar el patio en frente de la sala de yoga y al lado de la biblioteca. Había muchas tareas pendientes, casi todas relacionadas con armar las guirnaldas hechas con hojas de mango (que son auspiciosas) y flores de caléndula con diferentes tonos de amarillo y rojo (todas provenientes del jardín de Yoganga). Un olor delicioso impregnó por varias horas el ambiente y nuestras manos.
Armamos diferentes tipos de guirnaldas. Las 24 guirnaldas largas que fueron a adornar de manera vertical las ventanas del salón de yoga consistían de flores intercaladas por hojas de mango dobladas en cuatro partes. Conectando desde arriba esas guirnaldas, hicimos otras doce, con el mismo patrón de hojas y flores. Además, con las flores más lindas hicimos guirnaldas para colocarle a Hanuman, a Ganesha y a Patanjali. Otras 12 guirnaldas coloridas se pusieron en la parte de arriba de las paredes, donde generalmente van las sogas que se utilizan en las clases de Asana y Prabayama. Y las sobrantes, que fueron muchas, se pusieron por todos lados.
Mientras trabajábamos hilando las guirnaldas, Rajiv puso una versión diferente del capítulo del Ramayana que narra la misión de Hanuman en Lanka para rescatar a Sita, la esposa de Rama. Esta versión, también cantada, era más lenta y suave que la que oímos en la fiesta de Dussehra (ver crónica III de esta serie).
Al igual que en la ocasión anterior, Rajiv iba interrumpiendo la canción en hindi para contarnos qué estaba pasando. Como la versión era más lenta, hoy no la oímos toda. Escuchamos los detalles de los combates de Hanuman con monstruos cuando atravesó el mar y llegamos hasta cuando encuentra a Sita y le dice que Rama solo piensa en ella y que ya viene en dirección a Lanka para destruir a Ravana.
Hacia las 11 de la mañana hicimos una pausa para disfrutar las samosas y el chai que nos ofrecieron Rajiv y Swati. Ahí nos dijeron que la comida de esta noche sería preparada por el cocinero de su casa y por Umed (el cocinero de la casa donde me hospedo, la cual pertenece a la hermana de Swati).
El hijo menor de Rajiv y Swati vive al lado de Yoganga y estuvo ayudando en las preparaciones (el hijo mayor vive en Ann Arbor donde es profesor de historia del arte del sudeste asiático, estética de los Himalayas y filosofía y práctica del yoga en la Universidad de Michigan). El hijo menor se llama Pranav, tiene un doctorado en ecología de la Universidad de Colorado en los Estados Unidos, y es el jefe nacional para la conservación de tigres en el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés). Pranav viene regularmente a las clases en Yoganga y hoy siguió a pie juntillas las instrucciones de Rajiv para asegurar que las guirnaldas estuvieran alineadas perfectamente.
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Después de las samosas, Rajiv y Swati sacaron al sol a Ganesha, Hanuman y Patanjali. Les dieron un buen baño, les hicieron una ofrenda y los pusieron de nuevo en sus altares. Mientras unos estudiantes trabajaban a todo vapor decorando el salón de yoga para prepararlo para esta noche, otros, al ritmo del Debashish Das, cantaban Hanuman Chalisa y hacían más guirnaldas. Y a mí se me aguaban los ojos.
Pasada la una de la tarde, con mucho canto y emociones juntas—y algunas guirnaldas aún por hacer—me fui a la casa a descansar y ponerme la pinta para la fiesta. Decidí estrenarme la kurta rosada que me entregó ayer el sastre y, al llegar a Yoganga a las 3:30pm, me la alabaron bastante. Me di cuenta, sin embargo, que todos los invitados tenían kurtas largas, de las que llegan casi hasta la rodilla; me imagino que son kurtas más formales que se usan para este tipo de ocasiones. Quizás en mi próximo viaje compre un par.
Pasada la una de la tarde, con mucho canto y emociones juntas—y algunas guirnaldas aún por hacer—me fui a la casa a descansar y ponerme la pinta para la fiesta. Decidí estrenarme la kurta rosada que me entregó ayer el sastre y, al llegar a Yoganga a las 3:30 pm, me la alabaron bastante. Me di cuenta, sin embargo, que todos los invitados tenían kurtas largas, de las que llegan casi hasta la rodilla; me imagino que son kurtas más formales que se usan para este tipo de ocasiones. Quizás en mi próximo viaje compre un par.
Luego Raviv nos habló sobre los ocho sutras de Patanjali que hablan sobre el Asana y el Pranayama (de los 192 Yoga sutras, apenas tres hablan de Asana y cinco de Pranayama). La charla duró unos 45 minutos y fue una versión comprimida de las clases de las últimas semanas. Nos enfatizó que saber esos siete sutras era una obligación para empezar a viajar por el mundo interior y poder conocernos a nosotros mismos. Así mismo, dado que los sutras son esquemáticos, mencionó la importancia de estudiarlos bajo la guía de un profesor educado en la tradición clásica y/o conseguir ediciones de los sutras con explicaciones de maestros eruditos.
Hacia las cinco de la tarde empezó el concierto de música clásica india con cítara y tabla (tambor). Los músicos se sentaron debajo del altar de Patanjali. La tabla la tocó un muchacho joven que supo acompañar la belleza de la resonancia de la cítara con elegancia y destreza y sin nunca llegar a opacarla.
Dos músicos tocaron, por turnos, la cítara. El primero, un músico aficionado amigo de toda la vida de Rajiv, y que la semana pasada se jubiló de ser rector en un colegio de 2.700 estudiantes. El segundo, el profesor del amigo de Rajiv, de unos 80 años larguitos y muy reconocido en ese mundo de la música clásica (en 1971 ganó el premio al joven intérprete de cítara más prometedor de la India). El concierto duró una hora y media y el maestro principal interpretó tres piezas. En todas ellas, la cítara empezó despacio y en solitario pero, poco a poco, la velocidad aumentaba a medida que la tabla aparecía con sigilo hasta alcanzar un rol casi central.
Los manjares aparecieron al terminar el concierto en medio de luces que decoraban el jardín, quizás en parte recordando que Diwali es pasado mañana. Con los manjares, me empecé a dar cuenta de que el momento del hasta luego estaba por llegar. Por turnos, con las delicias culinarias en las manos y con el lagrimón a punto de salir, me fui despidiendo de los compañeros en esta aventura espiritual con la certeza de que nos veremos de nuevo en Yoganga, el paraíso terrenal. Me despedí de Rajiv y Swati, les prometí que intentaría seguir sus enseñanzas, escondí las lágrimas de alegría por haberlos visto y las de tristeza por la despedida. Ellos, por su parte, me dijeron: “cuídese, lo vemos pronto”.
Noviembre 11
Ahora sí, está vaina se acabó. Después de hacer pereza un rato en la cama esta mañana y darle las gracias en silencio a El Espectador y a don Fidel por publicar estas crónicas metafísicas, nos fuimos con Sheetal a encontrarnos y despedirnos de Alex. Nos vimos en un chuzo con el mejor chai de la región y una vista espectacular a las montañas (Alex se queda y hoy se fue de ermitaño a una cabaña en el monte hasta cuando empiece el próximo curso en cinco días). Pasados el adiós y los abrazos, almorcé con Sheetal en un elegantoso restaurante con platos asiáticos variados y nos sentamos en el jardín. Después de comer como los dioses nos fuimos a la casa, acabamos de empacar y tomamos juntos el taxi al aeropuerto de Dehradun hacia las tres de la tarde. Al despedirnos, Sheetal me volvió a invitar por enésima vez a Mumbai y prometí avisarle la próxima vez que vuelva.
En el avión a Nueva Delhi viajé con Caty, la israelita que mañana regresa a Tel Aviv. Me dijo que su familia está decidida a irse del país, al cual llegaron a principios de los años ochenta huyendo del régimen de Nicolae Ceausescu en Rumania. Imagino que buscar una nueva vida fuera de Israel no será tarea fácil.
Al aterrizar en Nueva Delhi eran las 8:30 de la noche y tomé un bus al terminal internacional. Después de los placeres de aforar el equipaje y pasar por migración y seguridad, estoy en la sala de espera camino a casa —y, al igual que Rama, debo llegar mañana temprano cuando aquí estén celebrando Diwali. Me voy con la ilusión de ver a Margarita, a mis hijos, a mi hermana y amigos en las fiestas de acción de gracias y navidad que se avecinan. A la vez, me voy con la tristeza de haberme despedido de la paz de Yoganga y de amigos con quienes, quizás, he viajado por el cosmos en otras vidas.
No me cabe duda de que valió la pena volver a la India. Después de un año de acelere total (con mucho pedal, turismo y sociabilidad), la excursión a los Himalayas y las semanas en Yoganga fueron un regalo para el espíritu. Me voy con la sensación de siempre: no hay sitio más espiritual que este.
Esta sensación puede que esté sesgada por el hecho de que cuando vengo no me zambullo en el materialismo de las grandes ciudades, ni en maratones turísticas o de ciclismo, ni me la paso en reuniones sociales, ni me percato de sus problemas sociales y políticos. Sin embargo, como decía el letrero del colegio que visité en Dehradun, por donde estuve se inhala amor y exhala gratitud.
La India es el sitio para venir a estudiar la tecnología del viaje al fondo de uno mismo y descubrir el verdadero Yo (así como los Estados Unidos o Europa son los lugares para estudiar las ciencias naturales o sociales). Es probable que acá haya muchos chisgarabís que metan gato por liebre, al igual que en otras partes hay universidades de garaje y mequetrefes de todo tipo. No obstante, si uno busca maestros educados en la tradición clásica del yoga, los encuentra sin mayor dificultad y con su ayuda se abre la puerta a la liberación espiritual. Si con disciplina y perseverancia llegamos a volvernos expertos en la técnica de viajar al más allá dentro de nosotros mismos, deberá llegar el día en que las aflicciones de la mente y el cuerpo desaparezcan y vivamos realizados al saber que, a pesar de ser unos nadies, somos parte integral del espíritu universal.
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