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El yogui sesentón, entre maravillas del mundo exterior y viajes dentro de sí mismo

En su sexta crónica de esta serie, el Yogui sesentón en el norte de la India mezcla el mundo exterior, donde llora oyendo “Color esperanza” y hasta se encuentra fotos de la plaza de Bolívar de Bogotá, con su búsqueda interior que lo ha llevado a sentir ocasionalmente un estado sublime de integración con el universo. “La gente que no lo ha vivido, no sabe lo maravilloso que puede ser viajar al interior de uno mismo”, asegura.

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Alejandro López Mejía, especial para El Espectador
06 de noviembre de 2023 - 03:43 p. m.
Alejandro intentando evitar que la rodilla de la pierna izquierda se vaya de lado para poder tener una buena alineación en Marichyasana I
Alejandro intentando evitar que la rodilla de la pierna izquierda se vaya de lado para poder tener una buena alineación en Marichyasana I
Foto: Cortesía de Alejandro López Mejía
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Esta es la crónica de un viaje al norte de India de un exbicisesentón jubilado (ver las crónicas del viaje en bicicleta por Europa de dos bicisesentones). En esta ocasión, Alejandro López Mejía se va en solitario a caminar una semana por los Himalayas y a practicar yoga tres semanas en un instituto que promueve el estudio de la filosofía del yoga y su práctica en la tradición del sabio Patanjali y esclarecida por B.K.S. Iyengar y su familia. Alejandro viajó a la India el 11 de octubre y sus crónicas, o el diario de un jubilado explorando y disfrutando su libertad, serán publicadas por El Espectador semanalmente

En estos últimos cuatro días le di gracias al universo por la generosidad y amor de la gente con la que compartí momentos muy especiales durante mi contacto con el mundo exterior. Al mismo tiempo, después de varias de las clases de Asana y Pranayama, viajé al interior de mí mismo. Ahí estuve en un estado temporal de paz interior donde recordé la futilidad de las ataduras materiales y sentí ser menos que un grano de arena en el mar, pero a la vez, tuve una gratitud inmensa de estar en comunión con el universo.

Noviembre 2

El maravilloso día de hoy se lo debo a Ola, una polaca de 33 años. Ella es estudiante en Yoganga, vive en Palma de Mallorca hace casi una década y conoce a Colombia mejor que muchos colombianos. La razón por la que conoce a Colombia es que una amiga tuvo un hotelito en Santa Marta por años y ella viajaba a visitarla, le ayudaba en su hotel y aprovechaba para viajar por el país.

Ola (como se les dice a las Aleksandras en Polonia) habla cinco idiomas y trabaja en yates como cocinera o marinera viajando por las islas griegas y el Mediterráneo en general. Hasta hace poco sus viajes duraban meses pero desde que sacó su licencia de profesora de yoga en el estilo de Iyengar prefiere viajes cortos para poder dedicarse a sus estudiantes.

Ola ha venido a Yoganga varias veces y en uno de sus últimos viajes conoció a Tarak, profesor de español en un exclusivo internado internacional en Dehradun. Tarak supo que yo estaba acá (nos habíamos conocido hacía tres años) y a través de Ola me invitó a conocer el colegio como excusa para practicar su perfecto castellano (sin acento y con mejor vocabulario que el mío a pesar de no haber vivido nunca fuera de la India).

Ola y Tarak me recogieron a las siete de la mañana y estuvimos de regreso pasadas las dos de la tarde (hoy no tuvimos clases de Asana y Pranayama). El colegio, que se llama Kasiga, tiene 250 estudiantes (todos internos) y 50 profesores (la mayoría de los cuales viven en el colegio en casas de ladrillo que me recordaron las fachadas de los edificios de Bogotá). Aunque la mayoría de los estudiantes son indios (de todos los rincones del país), hay estudiantes de Tailandia, Singapur, Corea y Nepal (entre otros).

El colegio estaba hoy preparándose para un evento anual donde estarán invitados los papás y personalidades conocidas del país. Al llegar estaban ensayando un desfile, el cual incluía a deportistas con una antorcha que prenderá “la llama olímpica” y dará por inaugurado el evento en noviembre 7. Hoy, una vez nos imaginamos que la “llama olímpica” estaba encendida, un grupo de niños y niñas de diferentes edades hizo una exhibición de yoga lindísima que duró unos 15 minutos.

Después de la exhibición de yoga, Tarak nos llevó a conocer su casa y nos presentó a su mamá de 80 años. De ahí fuimos a desayunar en el comedor del colegio, donde compartimos un rato con estudiantes y profesores, y después fuimos al edificio académico donde empezó lo mejor del día: la pasión de Tarak por el español y el amor por sus estudiantes (Tarak habla hindi, bengalí, inglés, español y ruso).

Los estudiantes de diferentes años estaban preparándose para mostrar sus progresos y proyectos durante el evento anual en diferentes salones, laboratorios, salas de danza y música, talleres de mecánica y carpintería. Tarak nos iba llevando de salón en salón y nos presentaba a sus estudiantes uno por uno. Hablamos en español con ellos y nos contaron que en el colegio no estaban permitidos los teléfonos celulares. Había unos estudiantes más avanzados que otros y Tarak les iba jalando sus lenguas con la destreza de un mago para que nos contaran en español de sus vidas y sus deportes y películas favoritas.

En un momento, sin querer queriendo, reunió a un grupo de estudiantes para cantar en español. Cantaron varias piezas, incluida “color esperanza” de Diego Torres, donde, como lloretas que soy, se me aguaron los ojos de la emoción. De allí, pasamos un rato al salón de profesores que estaba lleno de maestros de matemáticas. Hablé un rato con el profesor principal de ese departamento quien me contó que fue profesor por muchos años en China y en varios países del sudeste asiático. El salón de profesores tenía un letrero que me pareció resumir a la India idealizada que tengo: “Inhale amor, exhale gratitud”.

El profesor de matemáticas nos contó un secreto que Tarak no nos había compartido: el año pasado uno de sus estudiantes sacó la mejor nota en toda la India en el examen de español estandarizado de Cambridge. Al empezar a hurgarle a Tarak nos dijo que su secreto era no ser profesor sino amigo de sus estudiantes, dejarles aprender de la forma que quieran, bien sea oyendo música, cantando, viendo películas o estudiando gramática.

Tarak nos llevó a su salón de clase, el cual tenía un afiche con varios sitios icónicos de América Latina, incluida la plaza de Bolívar en Bogotá. En el salón, y en compañía de cinco de sus estudiantes, nos mostró en qué consiste el examen estandarizado de Cambridge. El examen tiene secciones de escritura, comprensión de lectura, comprensión oral y gramática. Me pareció dificilísimo y creo que me rajaría si lo tuviera que presentar.

En el salón de español tuvimos la oportunidad de conversar con dos de sus estudiantes: un muchacho tailandés de 17 años y una niña nepalesa de unos 15 años, quien acababa de traducir al inglés un cuento corto de García Márquez que se llama “Algo muy grave va a suceder en este pueblo” y que será publicado en el anuario del colegio. Por horas, Tarak nos contó historias de sus estudiantes y de su experiencia en el colegio durante los últimos 14 años.

Después de siete horas inolvidables, nos fuimos a Yoganga a escuchar la charla de filosofía e historia del yoga. Para mi sorpresa, la charla fue una sesión en la que Swati nos relató al menos siete historias míticas de gurús y sus estudiantes. Las historias están en los vedas, algunos de los cuales datan de hace más de tres mil años. Pensé en la coincidencia de que el tema de la charla se hubiera dado el día en que el gurú Tarak nos mostrara su amor al trabajo y sus pupilos. Y se me vino a la mente, como siempre, el gurú Pompilio, mi profesor de literatura en el colegio.

Fueron muy variadas las historias de los gurús y sus estudiantes. En todas, Swati hizo énfasis en que los personajes pasaban por los cuatro estados de la vida de acuerdo al hinduismo (ver crónica V de esta serie). Hubo historias de gurús celosos de sus estudiantes, de gurús que le pedían a Brahma ser mejores gurús y bendecidos con buenos alumnos, de estudiantes que se iban a preguntarle al gurú de los demonios qué pasaba después de la muerte, y del hijo del gurú de los dioses que se fue a estudiar con el gurú de los demonios para que le enseñara el mantra que resucita a los muertos y así evitar que los demonios siguieran ganando las batallas.

Esas y más historias las contó Swati con gracia y amor durante una hora. Hacia las cinco de la tarde llegué a la casa cansado a escribir la crónica de hoy; y con hambre, pues no había probado bocado en todo el día. La comida estuvo deliciosa como siempre y animada por cuentos de Abhishek sobre el Ramayana y el Mahabharata. Mientras escuchaba las historias pensé en la delicia de que ese fuera el tema de conversación y no la política mundial o la local. Sin lugar a dudas, gracias a ello me pude ir a dormir con las gunas balanceadas (ver crónica IV de esta serie).

Noviembre 3

Con Tarak y sus alumnos aún en la mente, subí la empinada cuesta que lleva a Yoganga con micos a diestra y siniestra. Llegamos a las 7:15 de la mañana listos para la clase de Asana de Swati, en la cual estaban también sus estudiantes locales.

La clase de hoy la sufrí bastante. Practicamos estar en posiciones en donde se gira el cuerpo hacia los lados. Repetimos varias veces una posición que detesto y en donde no puedo lograr un centésimo de la pose final. Me refiero a Marichyasana III (la posición de Marichi —o rayo de luz—, considerado como el fundador del Vedanta, escuela de pensamiento centrada en los Upanishads, los textos más recientes de los Vedas; es la filosofía de la unión, la meta del conocimiento).

Al describir la secuencia para lograr estar en Marichyasna III la vaina parecería fácil. Uno empieza sentado con las piernas estiradas hacia adelante (en la posición conocida como dandasana). Luego, dobla la rodilla (digamos la izquierda) y pone el pie izquierdo al lado del muslo de la pierna derecha. Al exhalar, gira el torso hacia la izquierda, pone el brazo derecho sobre el lado externo de la rodilla izquierda y se agarra el dedo meñique del pie derecho con la mano derecha (y, si puede, gira el brazo derecho dándole la vuelta enfrente de la rodilla izquierda y le da la vuelta al brazo izquierdo por detrás de la espalda para agarrarse las dos manos y respirar por varios ciclos).

(Quizás quiera leer: ¿Cuántos años para la memoria?: Las “stolpersteine” para Gisela y Leo en Berlín)

Marychiasana III le parece fácil a cierta gente, pero yo simplemente no puedo estar en esa posición. Recuerdo que hace tres años la logré realizar acá en Yoganga con la ayuda de uno de los estudiantes pero desde entonces no he podido, en parte por no intentar hacerla con la regularidad necesaria (uno de los pecados más frecuentes de los estudiantes de yoga es no practicar las poses que les son difíciles y concentrarse en las que pueden estar sin dificultad).

Aunque a ratos la frustración estaba saliendo a flor de piel durante la clase debido a la dificultad de estar en las diferentes posiciones, al terminar los 90 minutos sattva y rajas le habían ganado terreno a tamas (la guna de la pereza) y un mayor estado de ecuanimidad se hizo presente. Con la ecuanimidad a flote me fui a desayunar con Ian a Chaaya y me pedí un capuchino, un sanduche vegetariano y una crepe con jugo de limón y miel.

La conversación con Ian fue muy agradable. Una de las maravillas de estar en Yoganga es la manera como nos abrimos a los demás para no aparentar lo que no somos y discutir abiertamente nuestras frustraciones y tristezas, nuestras alegrías y sueños. Ian me contó que estaba terminando un periodo de duelo pues durante la pandemia perdió a su papá y a su mamá, su perro, sus dos gatos, y su compañera de años lo dejó. Además, tiene un hermano bipolar, de quien se siente responsable.

Al mismo tiempo, Ian es afortunado pues a sus 59 años tiene una cómoda posición financiera. Me mostró fotos de las dos casas que tiene en el condado de Gloucestershire en el suroccidente de Inglaterra (ver crónica III de esta serie). Las dos son casas de piedra bellísimas, construidas en el siglo XVIII y renovadas con un gusto impecable. En una de ellas tiene su estudio de yoga en donde enseña tiempo completo hace 20 años.

Le pregunté cómo había hecho su dinero y me dijo que había sido un exitoso empresario de moda. Empezó su empresa importando textiles del sudeste asiático y distribuyéndolos por toda Gran Bretaña. La empresa creció y pasó de importador a manufacturero y ahí vendió la compañía.

En ese momento se dedicó al yoga y más: tiene licencia de buzo (incluida certificación para rescates debajo del mar), certificaciones para correr carros (estuvo en competencias de vehículos Porche en Silverstone, entre otras pistas), licencia para ser conductor defensivo (con capacidad para hacer trompos y más piruetas en caso de asaltos de maleantes) y certificado para andar en vehículos de doble tracción en terrenos difíciles, como dunas del Sáhara y pantanales del Darién.

Ian tiene una enfermedad congénita en el corazón y quiere vivir al máximo los años que le quedan (pueden ser 20 o 30 años si tiene la suerte que queremos tener todos). Por esa razón, quiere vender la propiedad en Inglaterra en la que tiene su estudio de yoga y vivir seis meses fuera de su país. Aunque le encanta Italia, se ve más que todo pasando su tiempo en India y Bali. Allí tiene amigos con estudios de yoga y puede utilizar su certificado de profesor Iyengar para enseñar y estar en contacto con estudiantes (una de sus pasiones).

Después de dos horas de conversa con Ian me fui a los jardines de Yoganga a leer un poco y a hacer mi práctica personal, durante la cual hice énfasis en arcos hacia atrás. A las 4:30 empezó la clase de Pranayama de Rajiv. Hoy nos dió una charla de 30 minutos basada en el libro de Pranayama escrito por Prasant Iyengar, el hijo de B.K.S.

La charla hizo énfasis en las cualidades divinas de la respiración. En las palabras de Prashant Iyengar la respiración es sublime, virgen, noble, gloriosa, infinita, metafísica, no tiene edad, ni límites, es inmutable e indestructible.

Una vez se terminó la charla, nos dedicamos a en práctica la teoría. Durante 90 minutos, movimos nuestra respiración por diferentes partes del cuerpo, con diferentes intensidades, velocidades, volúmenes, densidades, direcciones, intervalos y geometrías. Al finalizar la clase estábamos como siempre: hechos. Sin embargo, el contacto de los sentidos con la realidad exterior hizo que la realización fuera pasajera. Por eso, como dice Rajiv, es mejor quedarse viajando en el universo del mundo interior que estar paseando por el mundo, yendo a restaurantes, de compras, a teatros o reuniones sociales.

Antes de ir a la casa a comer, el querido de Abhishek me llevó en su carro al centro de Dehradun a conseguir las tobilleras para Margarita que habíamos encontrado días atrás (ver crónica V de esta serie). Al llegar a la joyería, llamé a Margarita con sustico de que no le gustaran y me hiciera seguir buscándolas hasta en el último rincón de Dehradun. Pero no. Le gustaron y pude decir con satisfacción: misión cumplida.

(También puede leer: La dolorosa efemeridad del lector)

En la expedición a Dehradun nos acompañó Zeenat, una mujer india de unos 30 años que vive en Mumbai y que también está haciendo el curso en Yoganga. Zeenat estudió su pregrado en biología molecular en California y por dos años trabajó en un laboratorio de lucha contra el cáncer haciendo investigación con células madre.

De California, Zeenat se fue a Australia a hacer su doctorado en un tema multidisciplinario que combina biología molecular, agronomía, ecología y estadística (fue ahí, en Brisbane, donde se metió al mundo del yoga). Según le entendí, su tesis doctoral investigó la forma de ayudar a los agricultores a maximizar los desechos orgánicos de sus cultivos con el fin de proteger los grandes arrecifes de coral. Actualmente, después de diez años por fuera de la India, trabaja como consultora independiente en Mumbai en temas de agricultura orgánica.

Abhishek invitó a comer a la casa a Zeenat. Al llegar, Sheetal nos estaba esperando para cenar y tenía curiosidad de ver los resultados de la misión al centro de Dehradun. Al ver las tobilleras, sonrió y meneó la cabeza de la izquierda a la derecha varias veces. Este movimiento de la cabeza nos confunde a los occidentales, al menos en un principio, pues los asociamos con un “No”, pero para los indios es señal de aprobación.

En la mesa charlamos un poco sobre yoga y de los profesores que hemos tenido. Además, como mañana es día libre, se discutió qué plan hacer. Yo dije que mis planes eran inmutables: estar tranquilo en la casa, dormir hasta tarde, ir al café vecino que tiene pastelería francesa a la hora del desayuno y, si acaso, aventurarme a ir a Yoganga en la tarde a mi práctica personal.

Noviembre 4

Me desperté a las ocho de la mañana y por dos horas estuve en la cama leyendo el libro de Pranayama de Prashant Iyengar (gurú de Rajiv y con quien tomó dos clases semanales en línea cuando estoy en casa). La lectura me sirvió para en palabras la experiencia que vivo cuando estoy en clase de Pranayama (técnicamente, a nuestro nivel, lo que practicamos se llama Shvasayama, cuya práctica eventualmente nos lleva al Pranayama).

Me di cuenta de que mucho del lenguaje que utiliza Rajiv viene de Prashant (lo cual Rajiv siempre enfatiza). En todo caso, mientras leía, escuchaba a Rajiv decir que, así como el agua puede disolver el azúcar y la sal, la respiración puede disolver los defectos de la mente. De esta manera, todo los aspectos de nuestro cuerpo (los mentales y los físicos, los toscos y los sutiles) se alinean con la respiración. En otras palabras, a semejanza del incienso que se utiliza en las pujas (oraciones) para alejar a los espíritus malignos de nuestro alrededor, la respiración limpia nuestra mente y la vuelve cósmica.

Gracias a los ejercicios de Shvasayama, la respiración se filtra por nuestro cuerpo y llega hasta las partículas más pequeñas, incluidas las fibras de nuestra psiquis. Así, nos transportamos a estados sublimes más allá de las gravedades terrestres que nos atan al mundo. Dicho de otra forma, el individuo experimenta condiciones transpersonales (condiciones de conciencia más allá de los límites de la personalidad) y degusta una cultura sublime y cósmica.

Durante los ejercicios de Shvasayama, el Yo empieza regulando la respiración. Al cabo de un rato, sin embargo, el Yo empieza a ser regulado por la respiración. De esta manera, se llega a un estado plácido, tranquilo, sereno, puro, silencioso y transparente. En ese estado, gracias a la magia de la respiración, nuestra mente logra tener la percepción de la existencia del alma y, a través de esa realización, del espíritu universal (del cual el alma es menos que un pequeño grano de arena en el mar).

Soy consciente de que esta experiencia parece demasiado esotérica para ser real. Sin embargo, lo cierto es que he tenido destellos de lo que se siente vivir esa experiencia en las clases de Shvasayama de Rajiv (y en las de Asana cuando las gunas se tienden a equilibrar).

Yo no sé si ese estado sublime de integración con el universo sea prueba de la existencia de Dios. Es probable, como dirían algunos amigos científicos y ateos, que sea apenas un estado mental donde se pacifica el movimiento de las ondas cerebrales. La verdad, en este momento de mi desarrollo espiritual, no sé si ese estado de pureza sublime sea una comunión con Dios. Lo que sí sé es que la gente que no lo ha vivido no sabe lo maravilloso que puede ser viajar al interior de uno mismo.

Hacia las 10:30 de la mañana llegué a desayunar al café con pastelería francesa. Como no había luz, me quedé con las ganas del capuchino y los croissants y los reemplacé con un café negro y una quesadilla con hongos. Conversé un rato largo con el dueño del café, que es amigo de Siddharth (ver crónica II de esta serie) y su compañero de caminatas por los Himalayas. Me sugirió que durante mi próxima visita vaya a una gran reserva natural a una hora de Dehradun donde se puede hacer un safari y ver elefantes, leopardos y, si se tiene suerte, tigres de bengala.

(Quizás quiera leer: Ruta del pan: el sabor de Colombia a través de algunos de sus panes más icónicos)

Hacia el mediodía me fui a un enclave tibetano cercano donde viven personas de esa etnia y hay ventas de textiles típicos hechos por ellos. Mi plan era tomarles fotos a los diferentes productos para ver si alguno era del gusto de Margarita. Sin embargo, las ventas estaban cerradas por ser fin de semana y pospuse la tarea hasta el lunes.

A Yoganga llegué a la una de la tarde, leí un rato en sus jardines y practiqué Asanas por dos horas y media. En el salón había apenas cinco estudiantes, incluido Rishabh, un indio de unos 40 años que conocí en el 2020 y que ha tenido negocios con Colombia relacionados con su compañía de explosivos. También estaba Sheetal, que había pasado la mañana visitando un monasterio budista a una hora de Dehradun, y Alex, el surfista, y unos de los estudiantes más avanzados de esta clase.

Al terminar conversé un rato con Rajiv que andaba por el jardín. Hablamos de mi práctica de yoga y qué ajustes hacer para fortalecerla una vez en casa. Sin embargo, su mente y sus acciones estaban más centradas en espantar a los micos a punta de piedra para que no se le comieran las flores del jardín. Me contó que hace unos meses, y por primera vez en 20 años, un mico entró al salón de yoga, mordió a un estudiante e hizo todo tipo de daños. Por el tono de su voz y sus gestos me di cuenta que los micos son su pesadilla y me dió una risita interior que escondí bien escondida.

A la casa llegué a las cinco de la tarde, leí un rato el libro de Pranayama de Prashant y, hacía las seis de la tarde, Sheetal y Abhishek subieron al balcón de mi cuarto a conversar (Naama se había ido anoche a conocer Rishikesh y llega hoy tipo 10 pm).

Abhishek estaba conversador. Nos contó que a fin de año se va a retirar del ejército y va a trabajar en un colegio que es una organización no gubernamental. Dijo que su deseo es volverse profesor de niños menores de diez años y, a la vez, ser mentor de muchachos mayores que quieran entrar al ejército (según me ha dado la impresión, el ejército indio tiene bastante prestigio —al menos con las personas con las que he interactuado en este viaje).

A la hora de la comida, Abhishek nos contó historias de su vida en el ejército. Mencionó que había viajado por toda la India cuando lo rotaban de base en base. Nos contó que uno de los trabajos más difíciles fue cuando lo enviaron por un año a vivir en los glaciares de Ladakh, a 6.500 metros de altura, y donde los días se le hacían eternos.

Abhishek mencionó que su experiencia más traumática fue cuando hizo parte de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas en Sudán del Sur. Allí, su batallón fue atacado y murieron varios de sus compañeros. Yo les mencioné mi experiencia en el Fondo Monetario cuando trabajé en Timor Oriental, puro después de su independencia de Indonesia (año 2000). Entre muchas historias inolvidables de esa experiencia, les conté que durante mis estadías en Dili (la capital) vivía en un planchón anclado al lado de la playa, que compartía con funcionarios y fuerzas de paz de las Naciones Unidas.

A las ocho de la noche nos despedimos. Abhishek nos invitó a un concierto de música clásica india en un espacio al aire libre donde, dada la calidad de los músicos, se esperaban miles de personas. Sin embargo, mañana hay clase de Asana a las ocho de la mañana, estábamos cansados y no había ánimos para enfrentar las multitudes. Así que le agradecimos y le dijimos hasta mañana.

Noviembre 5

La clase de Asana la dirigió Rajiv y duró dos horas. Nos enfatizó que hiciéramos un esfuerzo para que nuestra práctica de Asana se convierta poco a poco en Pranayama, siempre conscientes de la respiración, movilizándola por todos lados, jugando con ella. Solo así, dijo, el Asana nos servirá para remover los sedimentos de la mente.

Nos repitió que estar en Asanas en las que somos estables facilita regular la respiración. Sin embargo, nos instó a practicar Asanas difíciles para mejorar los caminos por donde fluye la respiración y, eventualmente, facilitar condiciones transpersonales. Durante las dos horas que duró la clase hicimos máximo seis Asanas, siempre experimentando y observando lo que sucedía en nuestro cuerpo y movilizando la respiración en diferentes segmentos.

Estuvimos en tres posiciones que son la misma pero son diferentes dada su relación con la fuerza de la gravedad: Uttitta Hasta Padangustasana (en la que estamos parados en una sola pierna, estiramos la otra pierna hacia adelante y apoyamos su pie contra la pared agarrando su dedo gordo con la mano), Supta Padangustadana (en la que estamos acostados, dejamos una pierna estirada contra el piso, levantamos la otra pierna a un ángulo de 90 grados y agarramos el dedo gordo de ese pie con la mano) y Virabhadrasana III (nombre en honor de Virabhadra, un benevolente guerrero indio, quien se dice nació de la tristeza que tuvo Shiva al morir su esposa; en esta posición uno termina balanceado en una sola pierna, con el tronco paralelo al piso, los brazos extendidos hacia adelante y la otra pierna (la que no está en el piso) extendida hacia atrás.

En cada posición experimentamos las semejanzas con sus posiciones hermanas y, con el uso de soportes y modificaciones, intentamos estar en ellas el mayor tiempo posible, siempre conscientes del flujo de la respiración. Sin lugar a dudas la posición más difícil de las tres es Virabhadrasana III. En medio de la agonía de mantener la posición, Rajiv nos dijo que ese tipo de posiciones intensas son un buen ejercicio para aprender a tener compostura y equilibrio al enfrentar las dificultades y tristezas de la vida mundana.

Al terminar la clase, me fui a desayunar con Alex a Machan (casa en el árbol), un restaurante indio con influencia china. Nos pedimos unos chai, unas parathas y mis deliciosos hongos crocantes (los cuales, para mi tristeza, son tamásicos, o sea que fomentan mi pereza innata). La conversación fue fluida y hablamos de todo. Yo le conté en qué consiste el Fondo Monetario y cuáles fueron mis trabajos allí durante 25 años. A su vez, él describió su trabajo en fondos de inversión en París, Londres, Nueva York y San Francisco y cómo desde el 2009 le había dicho adiós a ese mundo para dedicarse al surf y al yoga (ver crónica IV de esta serie).

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Hablamos de nuestras familias, de su compañera (profesora de yoga Iyengar desde hace más de 20 años) y de su gran amor y amistad con su mamá (con quien, según sus palabras, no solo ha viajado por el mundo en esta vida sino también a lo largo y ancho del cosmos en otras vidas). Compartimos nuestras ideas sobre la religión, la moral y la espiritualidad y me comentó de sus reservas con el catolicismo (religión en la que se crió) y con las personas inflexibles que se creen poseedoras de la verdad y para quienes solo existe un camino a seguir.

Filosofamos un poco de nuestras (muy pocas) experiencias con drogas sintéticas. Alex defendió a capa y espada los hongos alucinógenos por su capacidad para ampliar la mente y ayudar a conectarse con la naturaleza y el universo. Incluso me contó, para mi sorpresa, que durante su psicoanálisis en California había comido hongos bajo la supervisión del médico para ayudar a entenderse mejor.

Antes de le punto final a la conversación, concluimos la importancia de seguir viniendo con frecuencia a Yoganga. Al fin y al cabo, Rajiv y Swati tienen un arsenal infinito de sabiduría para enseñarnos que, junto con su amor, inteligencia y sentido del humor, son un regalo que debemos aprovechar al máximo mientras estén de visita en el planeta.

Después de mi lectura rutinaria en los jardines de Yoganga y de dos horas de práctica personal, terminé mi experiencia del día en el tapete de yoga con dos horas de Pranayama. Rajiv nos dió miles de instrucciones de las cuales pude entender y seguir una muy mínima parte. Sospecho que toda la clase estaba tan perdida como yo.

Mi sospecha se basa en que Rajiv dijo que no esperaba que a nuestro nivel pudiéramos ser conscientes de todas las consecuencias que la permeabilidad de la respiración tenía en las diferentes partes del cuerpo. Además, enfatizó que la sabiduría del yoga era imposible de alcanzar en esta vida y que todos, incluso él, estábamos muy lejos de podernos llamar yoguis.

Así y todo, terminé la clase de hoy más integrado al universo y con una sensación de paz mayor a la que había sentido en otras ocasiones. Me pregunté cómo sería el estado de tranquilidad que alcanza un verdadero yogui si lo que estaba sintiendo era tan sublime. Con humildad llegué a la casa hacia las siete de la noche sintiéndome menos que un grano de arena en el mar pero con una gratitud inmensa de ser parte del universo.

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Por Alejandro López Mejía, especial para El Espectador

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Usuario(b274v)08 de noviembre de 2023 - 01:46 a. m.
😔
Maria(44445)06 de noviembre de 2023 - 04:01 p. m.
"nos pusimos a poner" en serio? Por favor un poco de trabajo editorial
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