El Magazín Cultural

Elmo Valencia, profecías no cumplidas

El escritor caleño falleció ayer a sus 91 años en la ciudad de Cali. A continuación,una breve reseña de su camino literario.

Luisa Rendón Muñoz / @luisarendonm
13 de septiembre de 2017 - 10:00 p. m.
Elmo Valencia fue también llamado "El monje loco". / Archivo familiar
Elmo Valencia fue también llamado "El monje loco". / Archivo familiar

Se había muerto mi padre y tras él la esperanza de creer en lo bueno. Estaba la literatura y al final de cuentas no tenía nada. Se fue mi amor de la vida y con eso, nada podría salir a defender la esperanza de lo que quedaba. Luego, llegaron las letras que desafiaban todo, que buscaban cambiar comportamientos modernos por otros que, aunque no querían imponer nada, resultaron para mí ser lo que buscaba.

Se instauró en mi la voz de Gonzalo Arango para acompañarme todo el tiempo, parafraseando historias y releyendo libros de él que algún día sirvieron para odiar y amar al padre de todo. Pero este texto no es para él. Él que debe saber en su muerte mi amor inmensurable, sabrá que ahora, en donde quiera que esté, tendrá una compañía de nuevo para hablar de su movimiento.

Se murió Elmo Valencia y seguro él está feliz porque ya no está en este mundo que no los merecía. “El monje loco”, como fue bautizado, se murió con 91 años de edad en Cali, su tierra natal.

Empezó estudiando derecho por capricho familiar, pero terminó confundiendo la Náusea de Sartré por la Costitución Política de Colombia. Luego estudió Ingeniería Eléctrica en Estados Unidos, donde conoció los beatniks, unos poetas bohemios de la época. Ellos le despertaron la inquietud de la poesía. De esa manera prefirió volver a su ciudad para unir un movimiento poético que cambiaría para ese entonces Colombia, en vez de ser uno de los muchos electrónicos que había.

El silencio del Estado fue lo que provocó el movimiento nadaísta en su ciudad. Él y Jota Mario Arbeláez, enviaron una carta al Alcalde en la que pedían que quitaran unos monumentos que hacían alusión a tiempos a pasados, y en vez de eso, dejaran ver las personas nuevas de la época. No sirvió de nada. Al mismo tiempo en Medellín, los nadaístas de la ciudad, que hasta entonces sólo eran Jaime Jaramillo Escobar, Eduardo Escobar, Humberto Navarro, Fanny Buitrago, Amílcar Osorio, estaban quemando las obras literarias que habían acompañado  a varias generaciones y que ellos no consideraban importantes por el poco estupor que causaban.

Así pasó gran parte de su vida, construyendo palabras que harían alusión a su movimiento y desdibujando las historias del colombiano popular, el costumbrista y subyugado a la vida burguesa moralista. Quienes lo conocían, hablaban de su risa burlesca e irónica que logró impregnar en sus letras de nadaísta. Lo conocieron también como un gran intelectual de la época que logró ganar el Premio Nadaísta con su novela “Islandia”, en 1967.

No se conoce mucho de su amor a parte del que le dedico a sus amigos. Seguramente por lo mismo, esta conexión con ellos fue lo único que lo ayudó para entrar en un acilo para pasar sus últimos años. Jota Mario Arbelaéz estuvo a cargo, junto con otros, en buscar ese lugar, por la economía con la que había terminado de escritor.

De este escritor no hay mucho que decir, quizá porque nunca prefirió que dijeran de él, sino que él prefería decir de sí mismo. Ahora está en la memoria de quienes leímos sus poemas y de quienes acompañamos a Gonzalo Arango con amor. Queda para él y para sus lectores, la esperanza de sus profecías no cumplidas: esperar la resurrección de Gonzalo y la suya.

Por Luisa Rendón Muñoz / @luisarendonm

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