El Magazín Cultural

En defensa de las aulas y el pizarrón

Las mismas aulas son las que nos han llamado a lo largo de la historia para recordarnos que las ideas trascienden las cuatro paredes y que si hay algo que debemos defender es el derecho de todos y no el privilegio de pocos a educarnos.

Andrés Osorio Guillott
10 de octubre de 2018 - 04:31 p. m.
La protesta como forma legítima de defender los derechos esenciales del ciudadano. / Archivo
La protesta como forma legítima de defender los derechos esenciales del ciudadano. / Archivo

Amanecerá y de nuevo llevaremos una maleta cargada de libros e ideas. Porque si hay que defendernos de la injusticia y la represión, lo haremos siendo pensantes. Y hablaré en la primera persona del plural porque la condición de estudiante no se pierde. Porque ser estudiante va más allá de pertenecer a una institución pública o privada que presta un servicio que debería verse como derecho y no como servicio. Ser estudiante va más allá del carné que certifica que pertenezco a una institución con unas reglas y un manual y ser estudiante no termina en aquel pedazo de cartón que avala un proceso que se cumplió bajo las exigencias de una facultad y los parámetros que imponen los directivos de dicho lugar. Y pese a cualquier orden burocrático, saldremos a defender nuestro derecho a ser educados, porque más allá de lo riguroso y cerrado que pueda llegar a ser el ámbito académico y por más inmerso que esté en el sistema que obliga a tener miles de títulos para ser reconocido, nosotros, los estudiantes, agradeceremos y defenderemos aquellos instantes de la vida en que un profesor fue un mentor para la vida y no solamente para la carrera, porque entre los pupitres y los pasadizos que se forman en el aula, también se hicieron revoluciones y también se ha transformado aquello con lo que estábamos inconformes.

Y recuerdo cuando estaba en las aulas. Cuando hablábamos con los profesores para no asistir el día siguiente a clase porque debíamos salir a marchar. Porque las arengas no tenían espera y las exigencias debían estar a merced de los altavoces y de los bombos, porque los carnavales también se prestan a la protesta. Y la maleta, el cuaderno, los esferos, los libros, seguían acompañándonos. A veces no éramos conscientes de la importancia de cargar en la espalda con la historia, y no solo la del libro y los apuntes, sino también aquella que nos llamaba a no dejar pasar la posibilidad de reafirmar nuestro temple y nuestra defensa con la educación. Y defendemos el derecho a estudiar por más perverso que sea el sistema. Porque dejaron de enseñarnos historia, porque dijeron que las humanidades no pueden ir en un pensum de ingeniería, porque consideraron innecesario aprender a leer de manera crítica. Y disfrazaron de becas los créditos impagables, y nos sellaron con un contrato en el que resultamos pagar en 20 años lo que estudiamos en cuatro o cinco años.

Pese a todo nos hemos defendido. Y si éramos o no estudiantes de universidades privadas salíamos y saldremos a defender las universidades públicas, porque el orden correcto de las cosas es que aquello que está proclamado como derecho no tenga que ser cobrado con sumas que solo pagan quienes reciben salarios superiores a 10.000.000. Porque el costo de una educación para pocos y de escasa calidad se refleja en nuestra incapacidad de pensarnos como comunidad. Y de ahí la viveza, el conformismo, la rebeldía sin causa y sin fundamento. De ahí el desconocimiento de nuestra historia y por ende la ausencia de una memoria sólida.

Y también asistimos y asistiremos en masa si debemos reactivar conciencias. Hemos marchado en silencio por una paz que debe surgir así, sin más, porque la paz no necesita justificaciones. Sólo necesita ser. Hemos prendido antorchas con llamas de esperanza y hemos pintado rostros y carteles con mensajes certeros, sin rodeos, que para los que nos (des)gobiernan son simplemente una manifestación más. Y mejor que nos hayan subestimado, porque las críticas son para ellos, pero el cambio es para nosotros, para nuestro tiempo, para apropiarnos de nuestros problemas y cambiarlos desde abajo y desde adentro, porque desde esas altas esferas de poder se cuentan con las manos de los dedos que empuñan esferos quienes en verdad se esfuerzan a diario por ofrecernos un mejor panorama.

Y no hablo de acciones panfletarias. Pero sí hablo de salir a las calles, porque no hay hashtags ni debates en redes suficientes que provoquen los cambios que sí lograron las grandes rebelaciones, las revoluciones que se hicieron desde el libre pensamiento y la libre ideología. Y nos podrán quemar los libros, y podrán llevar sus escuadrones que hacen ruido por sus botas y sus gases y no por lo que piensan.

Si habláramos de Daniel Cohn-Bendit o Emilce Moler, referentes de la revolución de Mayo de 1968 en Francia y de los movimientos estudiantes en Argentina en plena dictadura en 1976, seguramente recordaríamos que las luchas que nacen de las ideas y de los pizarrones obtienen triunfos que desconocen de términos guerreristas y que propenden la reivindicación del derecho a pensar.

Los ecos seguirán sonando entre los capitolios y entre los callejones destinados a ser testigos de los levantamientos a causa de la indignación y la injusticia. Y los medios podrán satanizar la protesta pero todos deberán reconocer que el ruido no surge porque sí y que los reclamos no son el resultado de las oscuras intenciones que muchos guardan en sus trajes y sus títulos de senadores. Caminaremos entonando a Mercedes Sosa y a Víctor Jara. Marcharemos en paz pero con la fuerza de quienes defienden sus ideas. Bailaremos, cantaremos y de un grito al unísono se reafirmará el hecho de que “soy estudiante soy, yo quiero estudiar para cambiar la sociedad”.

Por Andrés Osorio Guillott

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